Por Flavio Ciucani
Cuando leí el artículo de Giulietto Chiesa sobre las deudas de los EE.UU. y las estafas financieras de los bancos, nació dentro mío una rabia a causa de la toma de conciencia de que me siento impotente en reaccionar frente a tal situación. No fui capaz de encontrar una justificación espiritual que no fuera la habitual: estamos bajo el dominio del “príncipe del mal” y por lo tanto esperar y rogar que el retorno del Cristo ocurra lo más pronto posible. Pero el domingo pasado, al escuchar las palabras de Giorgio Bongiovanni, explicando el artículo con palabras simples e iluminadas, me vino una imagen a la memoria, a pesar de lo lábil dada mi edad, de que todo podía haber estado ya escrito y anunciado. Tomé la Biblia, fuente de predicción y verdad, y busqué el capítulo 6 del Apocalpsis de Juan. Siempre hemos considerado a los Caballeros, descriptos en ese libro profético, como los elementos de la naturaleza, aire, agua, tierra y fuego, que se volverían en contra de las injusticias humanas para salvaguardar el martirizado cuerpo de la madre Tierra. Nada que decir, porque es lo que está ocurriendo; terremotos, tifones, volcanes que se despiertan, tsunamis destructivos…
Los Caballeros del Apocalipsis son la señal del trágico sufrimiento al que seremos, y ya lo somos, sometidos. Pero me pregunté: ¿este desastre económico que se abate sobre nosotros, sobre todo sobre los más débiles, no forma parte de este trágico sufrimiento?
“1 Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira.
Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer.”
Nos había sido dada la posibilidad de auto gobernarnos, respetando el libre albedrío, eligiendo a quienes tenían que guiarnos hacia la paz, la justicia y la hermandad. Le dimos a nuestros gobernadores la posibilidad de cabalgar el caballo blanco de la pureza, de la transparencia, armados con el arco para llegar a lo lejos, ante la llegada de cualquier enemigo que hubiera podido obstaculizar nuestros ideales universales.
“3 Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: 'Ven y mira'.
4 Y salió otro caballo, bermellón; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada.”
Pero en cambio las decisiones fueron diferentes: preferimos la potencia que deriva de la violencia, manchándonos del rojo bermellón de la sangre de nuestros pares. La paz fue minada desde sus fundaciones, construyendo armas capaces de destruir y de autodestruirnos. Un Hombre, de los antiguos tiempos, amonestó alguna vez: ¡Se construyen armas como si fueran bocadillos!” ¡Algo que no ayuda a la paz porque si se construyen tarde o temprano serán utilizadas!
“5 Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano.
6 Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino.”
El hambre y la carestía, la indigencia y la pobreza son una consecuencia de la guerra causada por la injusticia. El hambre y la pobreza fueron proverbialmente definidos como “negros” porque ofuscan la mente y tientan a la fuerza del espíritu. El caballo negro de la indigencia es espoleado para recorrer la tierra del “ser” que tiene la balanza robada a la justicia social. En el tiempo en el que Juan escribió esto el jornal diario era de una moneda; ¡con la retribución por una jornada laboral se podrá comprar lo necesario para preparar un kilo de trigo y cebada! ¡El vino y el aceite serán cosas raras y preciosas de los cuales no se tendría que desperdiciar ni una gota! Hambre negro, en fin.
“7 Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: 'Ven y mira'.
8 Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra.”
Entonces los sufrimientos serán atroces, de Infierno. La muerte segará un cuarto de la humanidad con el hambre y las enfermedades. Estamos en el momento más infernal, de la prueba más dura por nuestra supervivencia espiritual, en la cual la fe podría vacilar. Será imposible que sobrevivamos solos: sin solidaridad, sin consuelo humano y moral, sin guía. ¡Prueba terrible para los solos! La muerte será despiadada.
“9 Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.
Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?
11 Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.”
Las esperanzas de aquellos que se han inmolado por la verdad, marginada por la sociedad corrupta y fomentadora de guerras, asesinados ante los ojos del mundo, serán recompensadas. Su espera y su reclamo de un Mesías justiciero no habrán sido en vano porque a ellos les será otorgada la fuerza para tener “aún un poco más de paciencia” hasta que esté todo listo para el Retorno de Aquel que prometiera “regresaré sobre las nubes del cielo para juzgar”.
“12 Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; 13 y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, Isaias como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. 14 Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. 15 Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; 16 y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; 17 porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”
Los testigos de la Palabra de Dios, que han sabido esperar pacientemente, juntos reunidos bajo la égida de la fe, bajo el altar de los sacrificios, verán por fin el cumplimiento de las Escrituras. Tendrán la pequeña “satisfacción” al ver a los banqueros, a los especuladores, a los provocadores de muerte, a los gobernantes corruptos y corruptores, aterrorizados pidiendo morir y escondiéndose como ratas en las cloacas.
Éstas son las imágenes que el capítulo 6 del Apocalipsis me sugirieron luego de haber escuchado a Giorgio; y con humildad y amor quisiera compartirlo con todos aquellos que escucharon conmigo esas palabras.
Flavio Ciucani
Sant’Elpidio a Mare (Italia)
17 de Agosto de 2011