DEL CIELO A LA TIERRA
HE ESCRITO EL 17 DE SEPTIEMBRE DE 2017:
Por lo tanto Apocalípsis significa Revelación. Es más en el caso del libro de Juan se lee que Jesús le hizo la revelación a Juan, a través de un ángel, y “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la dio a conocer, enviandola por medio de su ángel a su siervo Juan, el cual dio testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todo lo que vio. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas que están escritas en ella, porque el tiempo está cerca” (Apocalípsis. 1, 1-3). Creo firmemente que el hecho de que seamos advertidos de lo que está por ocurrir, o de lo que ocurrirá en el futuro no está mal sino que claramente es una suerte que sepamos anticipadamente lo que está por pasar, ya que nos da todo el tiempo como para tratar de evitar eventuales “accidentes”, o como para prepararnos mejor a los acontecimientos en los que nos veremos involucrados. Jesús le dijo a Juan, a través del ángel, que son bienaventurados aquellos que leen las profecías porque por medio de éstas conocen el futuro. Pero son bienaventurados aquellos que escuchan las profecías porque serán salvados. Escuchar la palabra de Dios significa hacerla propia y ponerla en práctica. Los ángeles proclamaron sobre la gruta de Belén: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (Lucas 2, 14). Las personas en quienes se complace Dios son quienes hacen Su voluntad. “Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y hermana y madre” (Marcos 3, 35). Entonces ¿por qué tener miedo de las profecías si el hecho de conocerlas es una fortuna que nos lleva a la salvación?
Además quienes han “escuchado” las profecías ya han sido enjuiciados, de hecho el Apóstol Juan lo explica de la siguiente forma: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios” (Juan 3, 16-21). Por lo tanto la realización personal del hombre radica en la elección: aceptar, o rechazar a Cristo, enviado por el Padre por amor a los hombres, para que se pudieran salvar todos. Este acto de amor no significa juzgar al mundo sino “iluminarlo”, es decir, permitirle que realice una elección consciente para su evolución social, política y espiritual, ya que se nos da la posibilidad de conocer la Verdad.
Juan expresa un concepto original que no es escatológico sobre el futuro de la humanidad, y anuncia una realidad que se puede alcanzar a través de la simple aceptación de los valores evangélicos. Las expresiones utilizadas por el Evangelista: “Pero el que practica la verdad viene a la luz”, o en negativo “Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz”... dan la sensación de elecciones prácticas, de actividades humanas siguiendo reglas precisas, en negativo, o en positivo. No se perjudica en lo más mínimo el libre albedrío sino que es un camino humano en el que se utiliza la inteligencia para examinar, en la práctica, lo que se está haciendo, lo que se está cumpliendo. Únicamente a través del uso del intelecto se pueden tomar decisiones conscientes y construir poco a poco un futuro mejor. Por consiguiente “el que practica la verdad viene a la luz” alcanza la conciencia de una fe que apunta a consolidarse en el conocimiento del cumplimiento de los dictámenes evangélicos. Papías, discípulo de Juan el Apóstol, nacido en el año 80, que escribió el Evangelio dictado por el mismo Apóstol, afirma que su maestro, al explicarle los dichos del Señor, que Jesús dijo que el Reino de Dios se instauraría en la Tierra. Es decir que Juan indica un camino que no se puede emprender simplemente por un simple acto de fe, sino por un razonamiento científico sobre las leyes que gobiernan el espíritu y la materia, que se resume en la capacidad humana de afrontar la realidad con Lógica, Discernimiento y Fe.
Entonces las profecías de las apariciones Marianas pasan a ser mensajes que le recuerdan a los hombres el ofrecimiento que hiciera Jesús. Es por ello que la Virgen repite constantemente la invitación al arrepentimiento: “¡Convertíos!” que suena como un llamado de atención para cambiar de actitud al momento de conducir la vida terrenal. Quienes tiene miedo de las profecías están asustados por el cambio. Sin embargo ya sabíamos todo, sin ir muy lejos, desde 1846, cuando en la aparición de La Salette, la Virgen anunció: “Habrá guerras sangrientas y hambre pestes y enfermedades contagiosas; Habrá lluvias de granizo y de animales espantosos; tempestades que arruinarán ciudades; terremotos que engullirán países... Se cambiarán las estaciones. La Tierra no producirá más que malos frutos... Los gobernantes civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y hacer desaparecer todo principio religioso, para dar lugar al materialismo, al ateísmo, al espiritismo y a toda clase de vicios”...
Estas profecías siempre fueron ocultadas, minimizadas y no difundidas por parte de quienes tenían la tarea de hacerlas públicas. ¡Hasta incluso se llegó a decir que Mélanie Calvat, la vidente de La Salette, inventó todo y que su carta en la que estaba escrito el mensaje, dirigida al Papa Pío IX, jamás había llegado! En 1999 un sacerdote francés, Michel Corteville, encontró la misiva en el Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, mientras estaba haciendo una investigación. Algunos podrían objetar que en un Estado laico avalar estas advertencias del Cielo implicaría tomar una posición fideista. Pero a ellos hay que recordarles que el Estado de la Iglesia, siempre, desde su nacimiento, ha sido un Estado confesional y tiene el derecho-deber de difundir las verdades espirituales. Pero esta parecería ser una tarea demasiado dura dadas las relaciones entre el Estado y la Iglesia, entre intereses espirituales y materiales, entre conveniencias políticas y coherencia religiosa, entre una falsa honradez y un respeto recíproco. Pero todo esto queda sin efecto si consideramos las innumerables publicaciones científicas sobre la geopolítica, sobre el estado de salud mundial, sobre los cambios climáticos, sobre los efectos de la industrialización insensata, sobre la cementificación salvaje, sobre la continua mortandad de animales, sobre el derretimiento de los glaciares, sobre la mortal peligrosidad de la bomba atómica, sobre el indiscriminado desperdicio de los recursos... Los gobiernos cuentan con miles de investigaciones científicas que habrían tenido que encausar las decisiones en pos del bien de la humanidad, a pesar de no haber escuchado los mensajes Marianos.
Creo que este es el mayor de los pecados de la política y de la humanidad en general: ¡no haber usado la Lógica y el Discernimiento! Me viene a la mente que los cristianos siempre han rezado: “Padre nuestro, perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La deuda deriva del haber recibido algo, podría ser una devolución de lo dado, podría representar el hecho de efectuar una operación prometida, simplemente podría significar el reconocimiento de lo que se ha obtenido gracias a una donación. ¡Por lo tanto el pecado reside en no haber honrado el compromiso! “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna”. He aquí el regalo: la vida eterna. La deuda consiste en creer en Aquel que el Padre ha enviado. La humanidad no ha pagado la deuda: “… la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas”. Las decisiones de quienes gobiernan los pueblos, los cuales los han seguido como carneros, sin razonar ni deducir, han ido en contra de la civilización, de la evolución, de la vida misma. “¡Padre, perdona nuestras deudas!”
Durante siglos se ha perpetrado un constante saqueo de la Tierra, de la naturaleza, de los recursos naturales y económicos que estaban a disposición de todos los hombres en beneficio de una pequeña minoría. Ricos y poderosos se han enriquecido en perjuicio de la mayoría de la población, usurpando el poder de decidir leyes económicas que los volvieran cada vez más ricos y poderosos.
El término “economía” deriva de las palabras griegas οίκος (oíkos: casa, familia) y de νόμος (nómos: usanza, costumbre); por lo tanto haría referencia a las cosas hechas según las costumbres de casa, cosas que se hacen en la familia. El padre, o la madre, van a trabajar y traen un sueldo a casa que sirve para toda la familia. Cuando se cocina es para darle de comer a toda la familia. El pan se le da a todos los miembros de la familia: quiere decir que economía significa dar, no tomar. Si tuviera que ser distribuido a todo, quien se deja todo para si mismo está perpetrando un robo, un hurto. Francisco de Asís no era un economista, pero como hombre iluminado que era había comprendido el mecanismo diabólico de la economía, es por ello que consideraba al dinero como el “estiércol de Satanás”.
El mensaje de Fátima está llegando a su cumplimiento y deja en evidencia nuestra incapacidad de desarrollar una sociedad que no sea egoista, destructora, atea y materialista, en la cual quienes difunden la Verdad son considerados personajes extraños, herejes, incómodos y a menudo a los que hay que eliminar. Es decir que no hemos pagado la deuda del amor que hemos recibido, la vida eterna y la posibilidad de una nueva sociedad en la que se destacan las obras construidas en la verdad.