Por Flavio Ciucani
Vivimos en una época que ha dejado de basar su propia existencia en los valores morales, éticos, espirituales, absolutos y eternos. Los hombres de este siglo han reemplazado lo universal por lo contingente, el bienestar colectivo por las necesidades personales inmediatas, la expresión del ser con la del aparentar. Sería oportuno esforzarse con tal de que haya una recuperación, al menos por parte de aquellas personas más sensibles, “hombres de buena voluntad”, recuperar los conocimientos y las verdades adormecidas, no perdidas. A éste fin, para nada fácil, nos llegan las numerosas apariciones marianas que han tenido lugar en los últimos tiempos. En los últimos dos siglos se han producido tantos y tales episodios, que normalmente son definidos como “señales celestes”, los cuales sumados superan los otros ocurridos en los siglos anteriores. Esto avala que este es el tiempo de las señales, es decir el tiempo de la consciencia de aquello en lo cual nos hemos convertido y recuperar la congnición de lo que efectivamente somos.
¿Por qué los mensajes de las apariciones marianas son tan apremiantes? ¿Y por qué justamente María se nos muestra tan de cerca? Por lo pronto tenemos que entender algo esencial que por lo general no es muy considerado: María, la madre de Jesús, ha sido la primera practicante y maestra de los valores evangélicos. Todos recordarán que María, después de la anunciación del ángel sobre su excepcional maternidad y luego su sumisión al deseo del Altísimo, emprende viaje para ir a visitar a su prima Isabel quien también había quedado embarazada milagrosamente. En ese encuentro María realiza una declaración de su fe y de sus convicciones, las cuales serán una base incluso de la predicación de Jesús:
«Mi alma glorifica la grandeza del Señor
y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador,
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.»
La principal preocupación de María es la de servir con humildad a la voluntad del Cielo; cosa que cada ser humano tendría que hacer, porque ha venido del Cielo, creado a imagen y semejanza de Su Creador, y al Cielo, su verdadera patria, tiene que regresar. La felicidad reside precisamente en ésto: ser humildes siervos fieles. Origen específico que “Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, es como decir que ha mirado la justicia de su doncella”. Atraídos por el materialismo, desde el bienestar físico al poder, hemos emprendido el camino de la transgresión de la ley humana y divina, hemos pisoteado el derecho, nosotros los hombres, hemos intentado cambiar nuestro pasaporte, cambiar de nacionalidad, preferir este “valle de lágrimas”, olvidando quién es nuestro Creador.
«Porque el Omnipotente ha hecho en mí grandes cosas
y cuyo nombre es Santo:
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen..
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de sus tronos,
y elevó a los humildes;
Colmó de bienes a los hambrientos,
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia por siempre».
María tiene plena consciencia y conocimiento de que los ricos, los poderosos, los arrogantes no están destinados a ser recompensados con las promesas del Cielo, es más, ellos son la antítesis de los valores de la verdadera convivencia entre los hombres. Pablo de Tarso aconseja seguir la humildad para no inflarse de orgullo y de soberbia “para no caer hinchado de orgullo en la condena del diablo”. (I Tm 3, 6)
El Omnipotente dice:
«Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos
porque ellos recibirán la tierra por heredad
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados
Bienaventurados los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la Justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos».
Pero no es suficiente el simple conocimiento o la pertenencia, si bien ideal, a los ideales de las “Bienaventuranzas”, sino la realización de éstas. Jesús mismo advierte (Juan 13, 15): «Porque ejemplo os he dado, para que como Yo os he hecho, vosotros también hagáis».
Por lo tanto es necesario escuchar la voluntad del Cielo, pero ésto no puede separarse de la realización práctica en la vida. En muchas ocasiones María se aparece a nosotros como maestra, las cuales se describen en los Evangelios y que a menudo son recordadas: la sumisión a los deseos del Señor: “He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra"; se muestra atenta a las exigencias del prójimo en Caná; sigue constantemente a Jesús y participa a cada instante de sus sufrimientos... Sin embargo creo que nadie jamás haya destacado cómo el servicio práctico de María a favor del prójimo inicia inmediatamente después de la Anunciación. De hecho ella emprende viaje para anunciarle a su prima que está embarazada, pero sobre todo María se pone al servicio de Isabel porque estaba en las condiciones de quien está “enfermo y me vino a visitar” (Mateo 25, 35). Es significativo ese silencio de los tres meses pasados en la casa de la prima embarazada: «María permaneció con ella unos tres meses, y luego regresó a su casa» (Lucas. 1, 46). Se nos presenta como una promesa de que ella estará al lado de quien lo necesita.
Flavio Ciucani
Sant’Elpidio a Mare (Italia)
4 de Enero de 2011
¿Por qué los mensajes de las apariciones marianas son tan apremiantes? ¿Y por qué justamente María se nos muestra tan de cerca? Por lo pronto tenemos que entender algo esencial que por lo general no es muy considerado: María, la madre de Jesús, ha sido la primera practicante y maestra de los valores evangélicos. Todos recordarán que María, después de la anunciación del ángel sobre su excepcional maternidad y luego su sumisión al deseo del Altísimo, emprende viaje para ir a visitar a su prima Isabel quien también había quedado embarazada milagrosamente. En ese encuentro María realiza una declaración de su fe y de sus convicciones, las cuales serán una base incluso de la predicación de Jesús:
«Mi alma glorifica la grandeza del Señor
y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador,
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.»
La principal preocupación de María es la de servir con humildad a la voluntad del Cielo; cosa que cada ser humano tendría que hacer, porque ha venido del Cielo, creado a imagen y semejanza de Su Creador, y al Cielo, su verdadera patria, tiene que regresar. La felicidad reside precisamente en ésto: ser humildes siervos fieles. Origen específico que “Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, es como decir que ha mirado la justicia de su doncella”. Atraídos por el materialismo, desde el bienestar físico al poder, hemos emprendido el camino de la transgresión de la ley humana y divina, hemos pisoteado el derecho, nosotros los hombres, hemos intentado cambiar nuestro pasaporte, cambiar de nacionalidad, preferir este “valle de lágrimas”, olvidando quién es nuestro Creador.
«Porque el Omnipotente ha hecho en mí grandes cosas
y cuyo nombre es Santo:
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen..
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de sus tronos,
y elevó a los humildes;
Colmó de bienes a los hambrientos,
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia por siempre».
María tiene plena consciencia y conocimiento de que los ricos, los poderosos, los arrogantes no están destinados a ser recompensados con las promesas del Cielo, es más, ellos son la antítesis de los valores de la verdadera convivencia entre los hombres. Pablo de Tarso aconseja seguir la humildad para no inflarse de orgullo y de soberbia “para no caer hinchado de orgullo en la condena del diablo”. (I Tm 3, 6)
El Omnipotente dice:
«Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos
porque ellos recibirán la tierra por heredad
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados
Bienaventurados los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la Justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos».
Pero no es suficiente el simple conocimiento o la pertenencia, si bien ideal, a los ideales de las “Bienaventuranzas”, sino la realización de éstas. Jesús mismo advierte (Juan 13, 15): «Porque ejemplo os he dado, para que como Yo os he hecho, vosotros también hagáis».
Por lo tanto es necesario escuchar la voluntad del Cielo, pero ésto no puede separarse de la realización práctica en la vida. En muchas ocasiones María se aparece a nosotros como maestra, las cuales se describen en los Evangelios y que a menudo son recordadas: la sumisión a los deseos del Señor: “He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra"; se muestra atenta a las exigencias del prójimo en Caná; sigue constantemente a Jesús y participa a cada instante de sus sufrimientos... Sin embargo creo que nadie jamás haya destacado cómo el servicio práctico de María a favor del prójimo inicia inmediatamente después de la Anunciación. De hecho ella emprende viaje para anunciarle a su prima que está embarazada, pero sobre todo María se pone al servicio de Isabel porque estaba en las condiciones de quien está “enfermo y me vino a visitar” (Mateo 25, 35). Es significativo ese silencio de los tres meses pasados en la casa de la prima embarazada: «María permaneció con ella unos tres meses, y luego regresó a su casa» (Lucas. 1, 46). Se nos presenta como una promesa de que ella estará al lado de quien lo necesita.
Flavio Ciucani
Sant’Elpidio a Mare (Italia)
4 de Enero de 2011