HE ESCRITO EL 28 DE DICIEMBRE DE 2017:
28 de Diciembre de 2017
Navidad de 2017. Hoy festejamos el día en el que el Sol se hizo hombre, se hizo carne para despertar a nuestros espíritus al amor del Conocimiento, para hacernos partícipes de la fuerza de Su amor.
Navidad de 2017. Una Navidad distinta a todas las demás. Una Navidad colmada de emoción en el corazón de quienes sienten que el día de la liberación del mundo del yugo del mal se acerca.
¿Hemos comprendido de verdad la fuerza arrasadora de un Dios que nos ha dado la vida? ¿Hemos entendido realmente quién es Jesús Cristo y cuán grande es Su Potencia?
Ante esta grandeza mi espíritu se tambalea.
¿Cuántas veces repetimos los mismos errores a pesar de todo lo que hemos recibido? ¿Cuántas veces cedemos frente a las aviesas tentaciones? ¿Cuántas veces decidimos más, o menos conscientemente, seguir un camino diferente al que nuestro espíritu inteligente nos indica?
Y, a pesar de estas caídas, Cristo no se olvida de nosotros. Nos toma de la mano y nos da la fuerza para levantarnos del pantano de la naturaleza humana en la que a menudo caemos... A veces el peso de la cruz parece aplastarnos y que la duda se apodera de nuestras decisiones, pero si logramos dejarnos guiar por la sabiduría de la Ciencia del Espíritu una fuerza superior nos encarrilará hacia la meta y hacia el camino del Amor Cósmico, que aún no hemos comprendido hasta lo más profundo.
Un Maestro que es el Sol hecho hombre. Un Maestro que se hizo carne, que tomó forma humana, que compartió con el hombre su humanidad. Que lloró como nosotros, que se sentó a nuestra mesa para hacernos sentir más hermanos, nos demostró como volver a levantarnos y a recuperarnos cuando sentimos que el peso de la Cruz nos aplasta.
Para hacernos sentir Sus amigos nos ha mostrado cuál es Su dolor por la muerte de un hermano, sumergiéndose en los meandros de la materia, enseñándonos cuáles son las claves para dominarla, para manejarla, para alquimizarla y para superarla con el poder del Conocimiento.
El regalo más grande que hemos recibido es Cristo y Su Ley.
Señor, cuántas veces nos olvidamos de Ti y nos resistimos a hacer Tu voluntad, a pesar de que Te hayas entregado a nosotros con todo Tu ser, a pesar de que Tú, como el más fiel de todos los amigos, nos hayas dado todo... incluso Tu vida.
El regalo más grande que nos has dado es el Conocimiento y la Ciencia del Espíritu. El conocimiento sobre las dimensiones, los soles, el alma, el Cosmos y cada uno de los mecanismos secretos que se celan detrás de nuestra vida. El Conocimiento que se basa en la Ciencia de Dios, en la Ciencia Universal que el más grande de todos los Maestros ha concretizado para nosotros, para desenmarañarnos de lo insignificante de nuestro vivir.
No hemos realizado plenamente quién es el Cristo de Dios. Pero en nosotros sigue presente esa brisa liberadora y la emoción que corta la respiración por Su recuerdo. Un recuerdo que cada vez que se nos relata hace vibrar nuestras células y nos hace sentir plenamente vivos en medio del mar de los acontecimientos. Cuando se nos habla de quiénes estaban allí, a Su lado, asistiendo a la revolución que estaba haciendo el Maestro nos sentimos atraidos por la extraordinaria vida de este Ser.
A veces me pregunto cuánta libertad de pensamiento podía guiar a un Ser tan profundo que era capaz de tener la absoluta percepción de cada respiro que da vida a las criaturas que componen el maravilloso proyecto del Universo. A veces me quedo estupefacta, casi consternada, por una concepción tan grande que la mente humana no puede aferrar, pero que solo el espíritu puede saborear y oler como el más fuerte e intenso de todos los perfumes.
Navidad de 2017. Había un hombre de aspecto familiar, sentado en medio de un grupo de personas reunidas en una humilde casa de campo, lejana de las luces y de los excesos mundanos. Su mirada y sus palabras han golpeado a un Antiguo Anciano que allí repetía, una vez más, enseñanzas de verdad a sus discípulos, haciéndoles revivir la potencia de una escena lejana.
En medio de la multitud había una mujer que imploraba la gracia de la curación al Maestro, tocando los ropajes del Sol y suplicando Su piedad. Estaba acompañada por un hombre. Un hombre de rostro simple y humilde, un rostro de trabajador, limpio, que antes no creía en la fuerza de Dios hecho carne y sangre. La mujer enferma tocó Su túnica y dijo, con voz suave pero intensa: “Maestro, cúrame, te lo ruego”. Con devoción y con la poca fuerza que tenía tocó esos ropajes blancos que claramente habían vivido inenarrables aventuras al vestir al Ser más sublime del Universo. Una túnica en la que estaba impresa toda Su vibración cósmica, que el simple hecho de tocarla daba paz y salvación a los justos y a los amantes de la verdad.
Así es como el Cristo de Dios se dirigió hacia esta humilde mujer y a su fiel marido, satisfaciendo esa profunda súplica, dándole una nueva vida. Un milagro como muchos de los que hacía el Cristo. un milagro que, como siempre, dejaba estupefactos a los presentes. En ese instante el tiempo se detuvo, la muchedumbre quedó atónita y se puso a rezar ante la Potencia de un Dios encarnado.
Pero Él no pretendía ese reconocimiento. Él se conmovía y se emocionaba al volver a darle vida a miles de hombres y mujeres. Él se emocionaba de alegría y de amor, dándole nuevos ojos y un nuevo corazón a sus amigos. En el silencio y con una profundidad más intensa de la del Océano más profundo de la tierra, lograba ser absolutamente consciente de todo lo que en ese momento era la existencia de cada uno, de sus esperanzas, de su vida, de sus curaciones.
Leía todo. Veía todo. Intuía todo. Así fue como le devolvió la salud a esta mujer. Y su marido entonces pudo decir “Yo Creo”, a partir de allí comenzó a seguir Su causa por el mundo y a dar testimonio en favor del Cristo de Dios.
Un emocionado abrazo selló ese antiguo recuerdo que nos remontó en el tiempo.
Como siempre nos toca asistir a escenas en las que el pasado, el presente y el futuro se entrelazan en nuestras pequeñas vidas, pequeñas e insignificantes con respecto a Su inmensidad, pero llenas de regalos espirituales por la gracia recibida al haber emprendido el camino de la iniciación.
“Estáis aquí porque Lo habéis conocido y cuando escucháis que os hablo de Él me creéis porque en vosotros vibra aún el recuerdo de Su amor y de Sus proezas”.
No hay nada más que saber. La fuerte vibración de ese amor es suficiente para hacernos decir “Yo Soy”, he visto y Lo he conocido, me comprometo a seguir el antiguo camino del Conocimiento experimental de la sagrada Ciencia del Espíritu impregnada del Amor más grande de todos los amores.
Navidad de 2017. Una nueva Navidad que se acerca a Tu llegada. La sucesión de los signos se avecina y el destino de nuestras vidas se encamina hacia una fase de nuevas decisiones. La emoción frente a las señales que vemos es muy fuerte, por momentos incontenible.
Estamos aquí porque te amamos Señor y nos comprometemos a servirte con todos nuestros límites y contradicciones. Ayúdanos a servirte y a realizar acciones valientes y elevadas cada día, para poder ser dignos de Tu nombre y de Tu amor.
Perdona nuestras caídas y ayúdanos a levantarnos cada vez, siendo más fuertes y más sabios que antes.
“¡Quisiera que fuerais al encuentro del sol y del viento más con vuestra piel y menos con vuestra ropa! Porque el aliento de la vida está en la luz del sol y la mano de la vida en el viento”. Gibran.
Con amor
Francesca
26.12.2017