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gaetano ferraraDe Gaetano Ferrara

Era absolutamente necesario evitar que sucediera. La información del pensamiento pleyadiano había alertado hacía mucho tiempo a Costantino de Asmundis, el presidente de la Fundación Napoli Nova, sobre un posible ataque nuclear en la ciudad. Los rusos, tras equipar un avión comercial, - de línea - Moscú-Nápoles, habían decidido llevar a cabo el atentado terrorista más impactante de la historia.

Una bomba atómica cien veces más potente que la de Hiroshima habría sido lanzada al centro del cráter vesubiano y a los devastadores efectos nucleares se habrían añadido los de la apertura de la cámara magmática subyacente, presente en el subsuelo por decenas de kilómetros, del volcán a los Campos Flégreos. Las nubes piroplásticas habrían incinerado gran parte de Campania, y los deslizamientos telúricos junto con la ola explosiva extremadamente poderosa habrían provocado el tsunami perfecto, destruyendo toda Sicilia. La ceniza radiactiva eruptiva habría acabado con toda la vida en el sur y el centro de Italia, además de causar daños generalizados en Europa y África dependiendo de los vientos. La historia borrada en un minuto, Nápoles en quince segundos.

Costantino fue uno de los Pleyadianos más antiguos de unos diez mil dispersos por toda la galaxia. Sus ochocientos cincuenta mil novecientos veintidós años lo convertían en uno de los más fuertes de su raza, tanto en los viajes álmicos intra-dimensionales como en las interferencias causa-efecto que inducía para mejorar el desarrollo de todas las formas de vida inteligente.

A estas alturas, ya mil años después de su nacimiento, su esencia era aquella que llamamos alma, y habría sido con ella que se habría embarcado en otro viaje estelar para encontrarse con sus compañeros, quienes también se habían convertido en pura energía. Cada viaje, sin embargo, tenía que ser planificado para permitir que su cuerpo se desprendiera sin sufrir daños. Pero esta vez abría algo nuevo, es decir, también habrían de intervenir otros sujetos terrestres, los primeros en la historia en viajar entre las estrellas.

El Presidente había trabajado durante mucho tiempo para educar a Tommaso, el hijo de Maurizio y Marika, que se había convertido en un treintañero licenciado en derecho y filosofía, esbelto, seco y atractivo, pero sobre todo muy preparado culturalmente, un excelente conocedor de astrofísica y maestro de siete idiomas. Estaba destinado a alcanzar el objetivo pleyadiano de Nápoles, sede del Parlamento Mediterráneo, inspirador de las políticas mundiales, causa fundamental de innumerables efectos evolutivos.

Masaniello, alias Tommaso Aniello Cirillo, el primer Gobernador electo de Campania tan joven, había recorrido un largo camino... Del 1647 al 2050, este, su último renacimiento lo habría convertido en el hombre clave para el punto de inflexión de la raza humana, la victoria definitiva del bien. Expansión positiva cual mancha de aceite, sobre otros millones de planetas habitados, la existencia de cada uno de los seres exaltada al máximo de todo potencial, en cumplimiento de las leyes que rigen el universo entero.

El 1 de mayo de 2050 fue la fecha fijada para la inauguración del Parlamento, evento mundial al que todas las fuerzas políticas progresistas del globo miraban con enorme interés. El Palacio Real en la Piazza del Plebiscito había sido elegido como sede. Las obras de modernización y adaptación de los ambientes se realizaron respetando y preservando la historicidad de las estructuras y obras de arte contenidas en el interior.

Un escudo de energía lo hacía prácticamente invulnerable, y también resistiría el desastre inminente, permaneciendo como el único edificio en pie en medio del infierno de la desolación más despiadada y horrenda jamás vista. Una bomba atómica y la mega erupción resultante que nadie podría haber previsto. Costantino tuvo que intervenir en el flujo de causa y efecto y para hacerlo tuvo que interactuar con sus compañeros Pleyadianos. Su capacidad de predecir el futuro y sus poderes de intervención por sí solos ya no eran suficientes. Necesitaba ayuda por primera vez en mucho tiempo.

Los preparativos del viaje estelar, como es habitual, se llevaron a cabo en su villa Bismark en Capri. En esta ocasión decidió ir acompañado de Maurizio y Marika, quienes accedieron encantados, a pesar de que su edad de casi ochenta años les obligaba a llevar el bastón habitual y, debido a las obligaciones naturales asociadas al traslado en ferry a la isla, a servirse de las atenciones Abdul.

El senegalés era tan robusto como amable y atento, y desde hacía cinco años ya los cuidaba con atención y esmero, siempre constantes, pero nunca servil, siendo hijo de ese Islam sano y pacífico que ahora se había impuesto sobre el destructivo y terrorista, con una visión y una interpretación del sagrado texto coránico dedicada a todas las expresiones de la no violencia.

Maurizio y Marika esperaban sentados en el bar del muelle Beverello junto a Abdul que se preocupaba por sus pequeños trolley (carritos).

"El ferry sale casi exactamente en media hora, tenemos tiempo de sobra para un café, ¿lo quieres querida?" Dijo Maurizio colocando su mano sobre la de Marika quien acababa de sentarse en la silla plateada como ya lo había hecho su esposo.

“Sí, obviamente manchado y amargo. Mira si hay una hojaldre mignon o una brioscina, si no el café me perfora el estómago." Marika respondió poniéndose su abrigo de lana blanco crema, que a principios de diciembre de 2045 la protegía del frescor de ese aire chispeante, iluminado por las luces amarillas del puerto.

“Yo me encargaré de eso, mamá papá. Ustedes no se preocupen".

“A mí me parece normal, gracias “chico”. ¡Ah, Abdul, tráeme un pastel de hojaldre sino frolla!" Le preguntó Maurizio al muchacho de color, corpulento, vestido informalmente de rojo fuego, que embellecía y resaltaba su espléndida dentadura, continuamente trabajando con generosas sonrisas, sintomáticas de su noble alma.
Maurizio se volvió hacia Marika en tono interrogativo: "Pero en tu opinión, ¿por qué Costantino nos invitó a Capri en diciembre? Hacía dos años que no nos veíamos. Ese esta siempre detrás de Tommaso, precisamente. ¿Qué hace con nosotros los viejos, qué nos decimos?

“Yo también lo he pensado, porque es verdad que nosotros tenemos 75 años y él 98, pero a nosotros se nos ve bien, mientras que a él no. Parece un hombre de 70 años en buena forma, con toda la cabellera blanca… en el marco de esos grandes ojos azules, hay que decirlo, es único. De hecho, es diferente. No olvidar que, como solo nosotros sabemos, es un emigrante planetario…” Dijo Marika pronunciando la última palabra en un susurro comprensivo.

Desde el nacimiento de Tommaso, el hijo de su amor, las visitas a Costantino habían sido diarias. La revelación de su identidad pleyadiana, sus numerosos poderes especiales y su inmenso conocimiento de los misterios del mundo, del espacio y del sentido de la creación sin principio ni fin, habían hechizado, como es lógico creer, tanto a Maurizio como a Marika que albergaban un particular sentido de admiración y respeto hacia él.

Al principio había estado asustados debido a la conmoción de un encuentro decididamente extraordinario, pero con el tiempo ese miedo se desvaneció con las muchas experiencias increíblemente positivas que habían tenido, especialmente con el crecimiento de Tommaso, de quien Costantino se había convertido en mentor. De hecho, lo llamó Nonno Costi.

El taxi se detuvo frente a la entrada del bar y Costantino, baj del auto, con su único equipaje, una mochila negra que se confundía con el edredón del mismo color.
Se sentó con sus amigos, y los tres se encontraron con los ojos llenos de alegría de verse.

Abdul que había llegado en ese momento con café y pasteles, le preguntó:

“¡Hola abuelo Costi! ¿Tu también quieres?"
“No gracias, Abdul querido. Hace dos días que empecé a prepararme para el viaje, solo agua, tres litros al día”.
“¿Qué viaje Nonno Costi? El de Capri, me parece exagerado…!” dijo Maurizio.
"No, no. Me refiero al Viaje, el que haréis los tres conmigo”. Dijo Costantino tranquilamente.
Marika intervino: “¿Viaje? Si siempre has ido solo... Abdul es joven, pero ¿y nosotros? ¿Seremos capaces de hacerlo? Estamos bien, no obstante tenemos cierta edad..."
“Entenderán…, de hecho, sentirán que la edad es un concepto muy, muy relativo. Vamos, que se va el ferry”

Aunque los motores de hidrógeno estaban encendidos, la ausencia total de ruido y el mar plano como una mesa, hizo que el acceso al ferry pareciera el de un velero. Las luces de la quilla iluminaban un fondo marino que no era nada comparado con el de unas décadas antes. Un fondo marino del Caribe no era diferente de cómo se había convertido el mar del Golfo de Nápoles, gracias a la recuperación de las administraciones que finalmente se habían tomado a pecho el destino ambiental de la ciudad y su rico patrimonio líquido.

Después de quince minutos el surcar de las aguas disminuyó, y llegaron al puerto de la isla, donde con un monovolumen- minivan- eléctrico llegaron a la villa.

“Llamé al restaurante Luigino, que dentro de un rato nos traerá una buena cena, obviamente. Mientras tanto, estas son sus habitaciones. Nos vemos en un cuarto de hora en el salón. Dijo Costantino con su habitual manera pensativa y elegante, mientras le llamaba la atención el timbre de un WhatsApp en su celular. Era Tommaso:

“Abuelo, hoy también se unió Israel. Ya están todos. ¡Está hecho!"

El emoticón de un corazón y tres puntos, así le respondía siempre Nonno Costi... y así se repetía el sueño de Tommaso, semanalmente durante cinco larguísimos años de soledad. Siempre igual, desde que sus padres y Nonno Costi habían desaparecido en Capri, sin dejar más rastro que el onírico en su mente. Llevaba cinco años tratando de descifrar ese sueño, tan alejado de la realidad, tan solo y triste para él.

Solo le faltaba un examen en la universidad para convertirse en doctor en ciencias diplomáticas, pero desde la desaparición de sus seres queridos no había podido lograr nada. Tenía el alma tullida y el hecho de que se tratara de una desaparición y no de una muerte permitía que la sangre de sus pensamientos fluyera como si de un fondo musical melancólico se tratara.

Nápoles, la bomba, la erupción, el Parlamento eran el recuerdo desteñido pero fijo que llenaba sus días, se esparcía en su mente, impidiéndole cualquier voluntad proactiva, cualquier impulso vital. El pesado abrigo psicológico de la depresión tenía un tamaño generoso. Solo se tomaba un pequeño descanso con el equipo de Napoli y la comida.

Su padre Maurizio le había transmitido la pasión por el fútbol, su abuelo Costi la de comer, incluso de cocinar, que en esos lugares es una especie de deber cívico irrenunciable, casi heroico. De hecho, se definía como Marine de la cocina, consciente de que cada plato puede darte momentos de felicidad por los que vale la pena combatir.

El ser con anteojos, bajito y flaco no le ayudó mucho con las chicas, la gran mayoría de las cuales estaban lobotomizadas por las redes sociales mucho más que en los años 20. Sin embargo, reconoció en sí mismo una parte suya que, desde el día de su desaparición, temblaba de espera.

Mirar las estrellas desde su pequeña terraza en Capodimonte con los ojos de un niño confiado, captar el punto brillante de un satélite en órbita eran, junto con el sueño recurrente, las únicas cosas que aún le permitían vivir y evitar que muriera.

Con la mirada en el cielo y un porro entre los dedos, a veces la llamaba: "¡Mamá! ¿Dónde estás?"

Tommaso se resignó ahora a cerrar los ojos y revivir todas las imágenes del sueño recurrente del que era espectador. Casi todas las noches. Sin embargo, esto no lo desestabilizó mentalmente excepto por esa tristeza que lo envolvía al despertar.

La misma que a menudo le hacía tomar y hojear aquel álbum de fotos de la exposición holográfica del siglo XVII napolitano, que había reunido a sus padres veinticinco años antes. También estaba el Nonno Costi, siempre sonriendo y abrazando a sus padres.

El hecho ocurrió antes de la infame pandemia, que cambiaría el mundo. Un virus de la gripe que se transmite fácilmente causó decenas de millones de muertes en todo el planeta, una cifra pequeña en comparación con los miles de millones de personas que viven en él. Pero los muros de ladrillo del miedo y angustia se volvieron infranqueables para la economía y todas sus actividades.

El empobrecimiento era global e imparable, y nuevas formas de pensar nacían de la crisis invencible que involucraba a todas las naciones. Nació la famosa “solidaridad”, y finalmente la humanidad se dio cuenta de que nuestro planeta no era más que un maravilloso monoambiente con un solo inquilino, un viajero solitario por todo el sistema solar, que se expandía compactamente moviéndose como una molécula de ADN a veinte mil kilómetros por hora.

Especialmente en las ciudades se entendió que la verdadera y única riqueza era el capital humano, y nada más. El virus sí se había cobrado víctimas, pero sobre todo había infectado las conciencias, obligando a los individuos a prestar la máxima atención a todos los procesos biológicos de la existencia, a leer los procesos esenciales de causa-efecto. Ya no era el "sistema humano" el que imponía sus reglas demasiado a menudo injustas a las personas, con una racionalidad cínica al modo “mors tua vita mea”, (mi perdida es tu ganancia), sino el "sistema de vida" y su lenguaje de amor hecho de modismos como apertura, expansión, creatividad, compasión.

Comenzó una verdadera guerra contra el mal y, sobre todo entre los jóvenes de todo el mundo, tan inclinados a la verdadera igualdad, los ejércitos eran cada vez menos soldados y cada vez más objetores de conciencia y voluntarios. Esto condujo a una transformación radical de todas las vibraciones psicológicas, como si la frecuencia media se hubiera sintonizado con la señal perfecta para recibirla sin ninguna interferencia. Contribuimos y colaboramos sin el menor atisbo de competencia, sin fallas de ego ni distorsiones. Pasamos de los innumerables pequeños jardines a la huerta. Pero esto no sucedió sin resistencia y pocos eran tan conscientes de ello como Tommaso.

La transformación planetaria desde el punto de vista temporal de cada vida individual tendría que lidiar con oposiciones internas y externas. La vida es una batalla sin fin. El abuelo Costi se lo había enseñado.

“El planeta Tierra es un ser, y como tal posee inteligencia, capacidad, sensibilidad. Un ser solitario que busca respuestas y que ha tardado miles de millones de años en conocerse, en evolucionar, en pensar. Aprendió a hablar con una de sus partes: el hombre. Pero el hombre, a su vez, tuvo que aprender a conocerse a sí mismo, a evolucionar y a pensar. El virus ha forzado nuevos niveles vibratorios de conocimiento, de aproximación a la existencia, de dirección a la corrección. La justicia gana al obligar a todos a mirar. Cuando vine a la Tierra, fue porque nos llamó. Los Pleyadianos respondimos a su deseo de mejorar, evolucionar y pensar”.

“Abuelo, pero ¿dónde pones las guerras, las catástrofes, las injusticias? ¿La muerte? ¿Dolor? ¿Abandono y miseria? … Y …"
"¿La muerte? Solo puedo decirte que todo lo que es visible sirve para todo lo que es invisible. Eternamente en el universo infinito. Puedo ver, pero también tuve que esperar el tiempo. Cuando dejé de sobrevivir y comencé a vivir, finalmente también vi. La expansión es un proceso imparable que comienza con la división de la primera célula en dos y no se detiene Nunca.

Vuestros Jesús, Budas, Mahoma y muchos otros lo vieron y no pudieron evitar transmitirlo. ¿Por qué? Porque han visto la realidad de lo invisible, han comprendido el espacio ilimitado que abraza lo perpetuo. Lo que aprendí aquí en Nápoles es esto: “Adda pasa una nuttata”…

La “nuttata” no solo representa la noche, sino también la oscuridad y esto es lo que hace el universo continuamente: multiplica la luz, continuamente. Es una prueba que ha estado haciendo desde el principio de los tiempos. Encendiendo más y más luz. En el momento en que una célula se divide, se crea un nuevo ser de luz. Los hombres lo entenderán, pero tienen que llegar solos, tal vez con algo de ayuda… ya que la oscuridad sigue siendo el 99% de todo”.

“Abuelo, ¿qué ayuda? ¿Cómo, quién, cuándo y por qué?
“¡Mierda! ¡Si pudieras imaginar mi alegría al escucharte hacer estas preguntas! Tratemos de responderte a su altura.

Entonces. ¿Como? ¡Bien! Los “cómo” son infinitos ya que es el universo el que siempre ha tenido el objetivo de multiplicar la luz sin saber cómo hacerlo y por lo tanto debe intentar y volver a intentar de acuerdo con las leyes que crea en el camino y que debe respetar. Quien? Cualquiera. Todo ser nace en la oscuridad y multiplica la luz, es su rol, su función para el propósito. Algunas personas pueden sentirse derrotadas por la oscuridad, pero aun así, con la muerte, podrán ver la luz.

Otras personas alimentan su ser de luz y con la muerte verán aún mejor. ¿Cuándo? Ja ja ja ja!! ¡Siempre! ¿Por qué? No te das cuenta de eso porque es la primera palabra que se piensa, que se escuchas, que percibes. El por qué es el motor de todo el universo. Él mismo se pregunta incluso si todos creen que en algún parte hay una respuesta a esta pregunta. Nadie te responderá esto, y si lo hacen, no les creas. Es solo su oscuridad la que habla, la luz no la necesitaría. ¿Entiendes?"
El recuerdo de las charlas con el Abuelo se repetía a menudo en la mente de Tommaso, y cada vez que repasaba aquellas palabras, percibía la llama encendida a la altura del plexo solar. A pesar de que lo que lo rodeaba era una inquietud dispersa, sabía íntimamente que el sentido de la vida no sería una amarga decepción, como la misma vida a menudo se le aparecía.

Su pequeño estudio en el tercer piso, en Capodimonte, en el museo del mismo nombre, le permitía tener una vista casi total de la ciudad y del volcán, que había duplicado su altura.

Apoyado en la barandilla, miraba la muerte habitual del sol en el golfo desde su perspectiva desde la capucha de la sudadera, y tomando del bolsillo del largo edredón beige claro un tambor que ya se había enrollado, revivía todas las olas impetuosas de su océano psíquico imaginando que eran las nubes de humo y vapor de un cigarrillo casero que se estaba desvaneciendo.

Ese viaje que Nonno Costi y sus padres iniciaron justo el día antes del primer caso viral en Nápoles, partiendo, no se sabe cómo y con qué, de Capri hace cinco años. Aquella posterior pandemia que diezmó al mundo matando a dos tercios de la población terrestre, tal y como sucedió en 1656 cuando 350.000 de los 500.000 napolitanos de entonces murieron de peste bubónica. Las mismas proporciones. Esa sucesión de terremotos, inundaciones, erupciones y otras inevitables epidemias cambiaron el planeta.

La Tierra, ya de rodillas por la pandemia, había sufrido los efectos de una explosión solar sin precedentes, y su eje se había desplazado rápida y significativamente. Los problemas siempre van en grupos. Ahora Europa estaba cerca del centro glacial y Nápoles, con su golfo helado, estaba habitada por poco más de cien mil individuos, ninguno de los cuales se había resignado a convertirse en el Gustav Thoeni vesubiano. En verano alcanzaba un máximo de ocho grados, inconcebible para la tradición napolitana.

Tommaso resistía en la memoria de las revelaciones de su abuelo, y desde la pequeña terraza miraba el horizonte de un cielo, que ya estaba desprovisto de toda forma de contaminación lumínica y gaseosa, era de un azul fuerte y denso que también permitía ver las pocas estrellas más brillantes durante el día.

Las estrellas diurnas se habían convertido en el único punto de referencia de la Tierra, desprovista de telecomunicaciones, sumida rápidamente en la era post-tecnológica. Las veinticuatro horas se habían convertido en dieciocho y Tommaso, mirando las estrellas, confirmó que había llegado el momento de la reunión mensual de ciudadanos en el estadio de San Paolo, y él, siendo el alcalde de la ciudad, ciertamente no podía faltar.

En la sala del museo de la planta baja, los diez perros esquimales descansaban al calor de los muros, esperando a que su amo los llevara al trineo, como hacía con cada traslado en la ciudad, donde las calles se habían convertido casi en su totalidad en pistas de nieve y hielo.

Tommaso, a la edad de diez años, fue testigo de la erupción explosiva del 1 de mayo de 2030 que devastó irreparablemente los suburbios y las ciudades del golfo hasta Sorrento. Pompeya ya no estaba allí. La frontera de la ciudad se había convertido en el Palacio de los Pobres en Plaza Carlos III.

El Nápoles subterráneo había absorbido el poder de las ondas telúricas, y la mayoría de los edificios habían resistido también gracias a los diez días posteriores a la erupción, de lluvia ininterrumpida, que había impedido que la ceniza se acumulara y se volviera peligrosa por su peso. Pero el desplazamiento del eje, así como un descenso repentino de las temperaturas, se había hecho sentir con tormentas de nieve que solo se habían visto en algunas localidades de Abruzzo en las Navidades de años anteriores.

Fueron sobre todo los gases que mataron a la gente. Se salvaron solo aquellos que se encontraban, en aquellos terribles momentos, protegidos ya sea porque estaban bajo tierra o porque estaban en lugares milagrosos, como fue para una guardería en la avenida Villa Santa María. Allí las maestras Loredana y Silvia cerraron, aislando de la manera más disparatada, la gran sala de juegos, donde había 44 niños de dos a cinco años de edad.

El final de su desesperado sellar, bloquear, con cualquier cosa que pudieran intentar hacerlo, coincidió con la explosión de un cuartel cercano que con el flujo de aire hizo desviar los gases mortales, sin que entraran en la sala cerrada, gracias a la rapidez del instinto intuitivo de esas dos mujeres. Esos niños eran los únicos sobrevivientes de su edad y se convirtieron en el centro de todas las atenciones de los casi cien mil ciudadanos napolitanos que quedaron con vida.

"¡Maradò, ven aquí amigo !" Dijo Tommaso a su fiel líder de manada, gris y blanco con el azul marcado de sus ojos.
“¡Vamos, tenemos que ir a San Paolo, tenemos que tomar decisiones y quédate quieto! ¡Soy tu maestro, deja de lamerme como un helado, ya hace un frío de mierda aquí...!

Habiendo pasado las fiestas de los demás amigos y cargando la mochila con lo imprescindible, tiró la colilla. Agarrando las riendas, se deslizó por las laderas, al grito habitual de cada partida: "¡¡Jamm uagliù, jamm!!"
Se escabulló por los callejones de su mono ambiente kármico.

Autor Gaetano Ferrara
Nápoles 26 de marzo de 2020

 

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