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REBELDES LIBIOS RECHAZAN LA MEDIACION AFRICANA
El coronel Gadafi bombardea con dureza Misrata tras decir que acepta la propuesta para un alto el fuego.

 

JUAN MIGUEL MUÑOZ | Bengasi (Enviado especial) 12/04/2011 - www.elpais.com
Simultáneamente al coro de voces de los ministros de Exteriores de Reino Unido, Italia y Estados Unidos, que exigían ayer a Muamar el Gadafi que renuncie al poder, una delegación de la Unión Africana se esforzaba por arrancar a los rebeldes libios un acuerdo de alto el fuego. La iniciativa estaba abocada al fracaso. Sin ir más lejos porque horas después de que el dictador se reuniera con los dirigentes africanos -encabezados por el presidente sudafricano, Jacob Zuma, quien acudió a la cita de Trípoli, pero no a Bengasi- sus tropas comenzaron a bombardear Misrata. Y aseguran los sublevados que, por primera vez, con cohetes Grad. Y tampoco podía prosperar porque la propuesta contemplaba un proceso de transición política sin exclusión del autócrata y de su familia. Inaceptable para el Consejo Nacional, el organismo que gobierna el oriente de Libia y que desde el primer día rechaza de plano componendas con el régimen. "El plan de paz está desfasado", afirmó Mustafa Abdelyalil, presidente del Consejo.
La OTAN, que advirtió que continuará la campaña militar, no cree las promesas de tregua de Gadafi, que el domingo dijo aceptar el plan de paz de la Unión Africana. Tres veces ha anunciado un alto el fuego que nunca respetó. En Misrata, donde según Unicef han muerto 20 niños y bebés por heridas de metralla en el último mes y medio, los soldados libios lanzaron cohetes no disparados hasta ayer. Amala Bayou, profesora universitaria, es una de las 3.000 personas que se congregaron ante el hotel donde representantes de los rebeldes conversaban con los presidentes africanos. "Llevaos a Gadafi", rezaba una pancarta. "Muamar entiende la democracia de una manera curiosa. Para él es 'democarazi'. Carazi significa silla en árabe, y así quiere al pueblo, sentado en una silla. Y mudos", explica Bayou.

Muchos libios se burlan de los anuncios de la promulgación de una nueva Constitución, como proclamó el domingo Mohamed Zuai, jefe del Congreso General del Pueblo, un organismo cuya similitud con un Parlamento es mera coincidencia. Resultaban también chocantes las palabras del viceministro de Exteriores, Jaled Kiam, que aseguró: "Hay gente que no está interesada en una reforma. Solo quieren poder y riqueza, pero no una Constitución". No bastaron 41 años para que el régimen emprendiera esa senda. Es tarde para Gadafi y su hijo Saif al Islam. Sus mensajes parecen más bien destinados a oídos extranjeros que a sus compatriotas. Porque a estas alturas, ambos carecen de legitimidad para acometer reforma política alguna. Los insurrectos pretenden fundar un sistema institucional tras cuatro décadas de tierra quemada en el ámbito político.

Algunas monarquías árabes -Marruecos y Jordania- han permitido, aunque persistan líneas rojas infranqueables, cauces de expresión popular y que partidos políticos trabajen abiertamente. También en las republicas egipcia y tunecina, aunque con límites asfixiantes, se autorizó la participación política por fraudulentas que fueran sus elecciones. Existen canales en estos países, por frágiles y desorganizados que sean, para preservar cierta estabilidad. El caso libio, a semejanza de su desconcertante líder, es particular. No hay partidos, ni organizaciones civiles, ni teatros, ni cines. Hasta un estadio de fútbol fue demolido en Bengasi cuando un club de la ciudad comenzó a adquirir notoriedad. Gadafi se esforzó por suprimir toda conciencia social y colectiva, especialmente en Cirenaica. Incluso el árbol de la plaza Shasara, un símbolo de la capital de la rebelión, fue segado.

"Aquí tenemos una ventaja", ironiza Mohamed, médico formado en Estados Unidos, "será más sencillo romper con el pasado porque no existen instituciones que puedan ser utilizadas por los dirigentes actuales. Partimos de cero". Es más, el Consejo Nacional -como ocurriera en Egipto y Túnez- exige que el dictador rinda cuentas por sus crímenes y por el saqueo de recursos públicos. Sin embargo, ese vacío institucional es un riesgo al que apuntó Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN: "La Alianza no tiene constancia de que Al Qaeda desempeñe un papel significativo. Pero si el conflicto termina en estancamiento, Libia podría convertirse en un Estado fallido que sea semillero de terroristas". El rompecabezas se complica porque la OTAN insiste en que la solución no puede ser exclusivamente militar.

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