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DEL CIELO A LA TIERRA

Cristo ti salva450

LA VERDAD, TODA LA VERDAD, NADA MÁS QUE LA VERDAD.
EL RELATO DE UNA JORNADA DE AMOR Y SOLIDARIDAD PARA CON LOS ÍNFIMOS, LOS ÚLTIMOS, LOS DESHEREDADOS.
UNA LÁGRIMA DE SOL SE DESLIZA EN UNA NUEVA GRUTA DE BELÉN NACIDA EN LA CIUDAD DEL MONTE DE CRISTO.
UNA LÁGRIMA DE SOL NUESTRA LLENA DE AMOR Y DE ETERNIDAD A FAVOR DE LOS JÓVENES ESPÍRITUS QUE OFRECEN EL PAN DE LA VIDA A SUS HERMANOS MÁS NECESITADOS.
TODA NUESTRA BENDICIÓN ES PARA ELLOS.
CON AMOR UNIVERSAL.
UN GENIO SOLAR

Montevideo (Uruguay)
25 de Noviembre de 2017
11:41 hs.
G. B.
 
DE MANO EN MANO
Crónica de una tarde transcurrida en el Arca de Montevideo, Uruguay
Por Marco Marsili y Francesca Panfìli – 23 de Noviembre de 2017

Jueves. Aquí, en el Arca “UN PUNTO EN EL INFINITO” el jueves por la tarde se cocina y se reparten platos de comida a los pobres. El pan... el pan de la calle para el Pan de la Vida.

MANOS

Manos que rompen los largos espaguetis de color amarillo, verde, blanco, ocre. Manos devotas que tocan esta comida y que la modelan en el agua hirviendo que hace recordar el ruido de un volcán.

Manos que preparan con ritualidades antiguas un plato pintado con oro rojo, el color del tomate maduro. Manos que velozmente envuelven uno, dos, tres, cien porciones calientes, que dentro de poco calentarán el estómago y el corazón de mucha gente, gente que lo que tiene en su estómago es un nudo y en su corazón un peso que se asoma a través de sus ojos vacíos y cerrados por el aguijón del hambre que atormenta su cuerpo y que amedrenta su alma. Manos que nos esperan, manos que ni bien abrimos la puerta nos reciben, deseosas, agradecidas, ávidas y respetuosas al mismo tiempo. Muchos brazos se estiran hacia nosotros, muchos brazos que se entrelazan, bocas que hablan en otro idioma, una música desconocida y muchos números pronunciados, son los números de las porciones de comida que estos pobres Cristos de la calle piden para sus familiares. Buscan, te buscan con la mirada, una mirada que confunde. Escenas que por momentos tienen ribetes dantescos. Te encuentras ante hombres y mujeres que parecen estar muy lejos de nosotros... De nosotros que nos llenamos la boca con palabras y conceptos que no vivimos, nosotros que cuando volvemos a casa comemos más de lo necesario, nosotros que cuando hablamos de Cristo pretendemos ser iluminados por Su Luz, nosotros que pertenecemos a la sociedad de los consumos, nosotros que directa o indirectamente somos responsables del hambre que sufre esta pobre gente. Nosotros que vivimos siendo esclavos del neoliberalismo, del mundialismo, de la globalización más desenfrenada. Nosotros que hemos perdido las raíces y la cultura, la conciencia y la humildad, nosotros que vivimos bajo el yugo del dinero, que somos hipócritas como los Fariseos, nosotros que nos limpiamos la conciencia con la moneda que le damos al vagabundo del semáforo, o al máximo cuando “nos creemos unos santos”, al ponernos detrás de un stand de beneficencia. Nosotros que no estamos dispuestos a negociar nuestros “valores”, nosotros que para conquistar una mayor riqueza, para conquistar “tesoros en el cielo”, nosotros que ni siquiera estamos dispuestos a poner en tela de juicio nuestro estilo de vida, ni siquiera a perder un poco de lo que creemos que nos pertenece. Nosotros que temblamos ante la más mínima idea de que podríamos llegar a vivir unos días sin electricidad si no pagamos ell recibo. Nosotros que criticamos el sistema y que luego nos nutrimos con sus frutos y con sus excrementos, nosotros que tenemos preocupaciones estúpidas e insignificantes. Nosotros que tenemos miedo de entregarnos y dejarnos llevar por el proyecto que el Padre nos ha reservado.

Entrar en contacto con realidades diferentes con respecto a las que cotidianamente – por elección, o por indiferencia – nos vemos obligados a vivir, es una bofetada que te llega directo a la cara y que te hace caer la máscara, es un sacudón que te despierta esa parte mejor que cada uno de nosotros tenemos, que ha quedado opacada por la neblina de la hipocresía. EL MUNDO NO ES LO QUE CONOCEMOS, no es solo lo que conocemos. Italia es un observatorio acolchado a partir del cual podemos ver las zonas de sombra del mundo, un observatorio materialista, superficial e hipócrita incluso cuando en el mismo encontramos escenarios maravillosos. Italia no es el purgatorio y no es el infierno con el cual convive la mayoría de los pueblos del mundo, aunque nuestra condición espiritual es ínfima con respecto a estos pueblos. Y si no entras en contacto con estas zonas de sombra al menos una vez en la vida, si no puedes compartirlas, si tu piel no puede respirarlas y no puedes sentirlas en el alma, tu indignación será débil, tu reacción será tibia y tu compromiso será pálido, por lo tanto no podrás combatir realmente en contra de estas zonas de sombra. Cómodamente sentados en el sillón de nuestro confortable observatorio, con la mente atrapada en las mentiras y con el corazón esclavizado por cientos de miles de vicios, nosotros, gente de bien, nosotros, que estamos limpios y perfumados, nosotros ci-viles del primer mundo vestidos de punta en blanco, estamos tan enceguecidos por el materialismo que ni siquiera sabemos reconocer la podredumbre que hay en nuestro interior y que nos impide ver la realidad.

En cambio hoy, aquí en el Arca de Montevideo, recorremos velozmente el pasillo que separa la humilde cocina de las historias de vida de gente desesperada, que a pesar de todo logra regalar sonrisas, quizás olvidándose por un instante, por un breve instante, de sus miserias, de sus historias de violación, de las violencias, de la total precariedad, de las enfermedades, de los problemas mentales, de la droga, de la calle, de la delincuencia, de la supervivencia. Recorremos velozmente ese pasillo sonrientes y con un sentimiento de tristeza en el estómago, mientras una sensación de impotencia se mezcla con la prudente alegría del servicio. Ser instrumentos de esas pobres sonrisas es lo único que podemos hacer. Mientras tanto, en el corto tiempo que tardamos en dar quince pasos, un pensamiento fugaz atraviesa nuestra mente y, como un eco lejano, nos dice que tal vez los verdaderos pobres somos nosotros. Pero es solo un momento, enseguida el pensamiento desaparece de la misma forma que apareció, dándole paso a una emoción que no estamos acostumbrados a sentir: por unos instantes nos invade una especie de terror... este mundo desconocido no nos hace sentir sólo piedad, sino también miedo. A su vez el terror le da paso al sentimiento de culpa por haber tenido miedo, luego llega el turno de la tristeza y luego el de la rabia. Y deseamos que esta rabia pueda alimentar nuestro deseo de trabajar para dar un poco de luz a las zonas de sombra que a este punto forman parte de nosotros. Nuestras manos aprietan fuerte las bolsas que contienen los platos calientes. La puerta se abre al exterior e inmediatamente nos encontramos en medio de miradas vacías y magnéticas al mismo tiempo, acompañadas por los gritos de los números: 4, 8, 12.. el número de las porciones que necesitan para poder sobrevivir junto a los miembros de sus familias. Les ofrecemos lo que tenemos y la gente de la calle se lleva todo en unos pocos segundos, con digna impaciencia. El hambre, la precariedad y la soledad son las termitas que carcomen el cuerpo y que poco a poco crean laberintos en la mente hasta disipar “el bien del intelecto”, diría Dante. El instinto de supervivencia toma el control de las intenciones que se manifiestan en las actitudes, en los movimientos de estos “miserables”, de estos “intocables”. Entre los que esperan la comida hay miradas de recíproca compasión opacada por la amargura y la resignación. Seguramente algunos sufren de enfermedad mental, otros son drogadictos, hay jóvenes madres y parejas extrañas, hay chicos de nuestra edad: nuestras miradas se cruzan sin saber qué decir ante la absurda realidad, seguramente también hay delincuentes menores, otros son vagabundos y otros más simplemente son desocupados. Entre nuestras manos y las suyas se produce un contacto muy breve, nuestros dedos apenas tocan los suyos, mientras nuestras manos entregan la comida en sus manos. Ese roce es una especie de caricia tácita, un gesto de cariño secreto en el cual se concentran poderosos resplandores astrales: instantes eternos de conmovedora humanidad.

Mientras tanto, en el Arca, en la habitación contigua a la cocina, un grupo grande de jóvenes se dedica a la preparación de espectáculos artísticos a favor de la Libertad y de la Justicia. Su entusiasmo atraviesa las paredes y sin lugar a dudas su alegría invade también la comida para los pobres. ¿Acaso este no es un símbolo? ¿Acaso no es un Signo?

EL EVANGELIO VIVIENTE

Nos contaron una anécdota muy significativa. Que no pertenece a los chicos del Arca de Montevideo (que no es gente a la que le gusta exaltarse), sino de un Anciano al que conocimos en estos días y que nos contó lo siguiente:

Una vez se cortó la luz en el Arca de Montevideo. El destino quiso que ese día fuera jueves, día en el cual el Arca le da de comer a los pobres que concurren a la misma sabiendo que pueden encontrar un plato caliente que les llene el estómago y que los aleje por unas horas de la desesperación de su cotidianidad. Sin electricidad. Sin luz. Es prácticamente imposible preparar comida caliente para dársela a los pobres. Entonces ¿qué fue lo que decidieron hacer los chicos del Arca? ¿Por única vez, por primera vez, se resignaron ante la imposibilidad de cocinar? No, nada que ver. Se reunieron como todos los jueves y – ¡BAJO LA LUZ DE LA VELA! – prepararon cientos de porciones calientes como todos los jueves, entregándoselos puntualmente a los pobres de la calle.

Asistir a estas situaciones con nuestros ojos europeos es algo que te hace sentir pequeño, insignificante y casi vacío de conciencia. Cuando pones tus ojos en los ojos de quienes padecen hambre y que viven en carne propia la injusticia, la precariedad y el abandono, sientes una emoción de agresividad rebelde en la boca del estómago, un sentimiento que tal vez puede llegar a calmarse únicamente al hacer algo por ellos, por los hambrientos, y entregando tu vida para cambiar las cosas a través del Mensaje Universal y de la acción altruista cotidiana.

Al escribir estas palabras, aquí, desde Uruguay, sentimos determinadas emociones con una intensidad inaudita.

Y sentimos que nuestra redención está representada por los Hermanos sudamericanos que con dignidad, con gran evolución espiritual y con simple conciencia, se ponen a disposición de quienes no tienen nada. A pesar de que a veces ni siquiera tengan dinero para pagar los recibos ellos siguen “dando de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos”, a las personas de la calle, con una sonrisa y con el espíritu de servicio de quienes tienen una Fe verdadera, quitándose el pan de la boca con tal de ayudar a ese Cristo que está en medio de nosotros, o bien, a los pobres, a los marginados y a todas aquellas personas que viven en situaciones críticas.

¿Cuántos de los que están leyendo esta crónica sabían esta anécdota ejemplar? ¡Y este es uno de muchos, de muchísimos ejemplos de lo que hacen las “Arcas” de Sudamérica fundadas por Giorgio Bongiovanni! Estos grupos ponen en práctica la Palabra de Dios, sin hacer ruido, sin hacerse publicidad, con abnegación y coherencia y con la sonrisa en los labios. Un gran ejemplo que hay que tener en la mente todos los días, cada vez que el susurro de aquel que nos influencia y nos deprime el alma con el miedo de quedarnos sin dinero, o de perder esos bienes materiales que inevitablemente la Hermana Muerte nos arrancará de las manos al final de nuestros días terrenales, veloces como un soplido de viento. Realmente se trata de un modelo extraordinario en el que nos tendríamos que inspirar... ¡la verdadera linfa de nuestra Gran Obra!

“No os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban, porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6, 19).

Con Amor,
Marco y Francesca
25 de Noviembre de 2017