EL VALOR ETERNO E INSUSTITUIBLE SOBRE EL CUAL SE APOYAN EL ORDEN Y LA PERFECCIÓN DEL UNIVERSO ENTERO.
Buenos Aires
18 de Marzo de 2005
7 :00 horas
G. B.
En este tiempo que vivimos, en el que parece que es una moda proclamarse como paladines de la “libertad” y muchos hacen de ello slogans de partidos y movimientos políticos, en el que todo parece estar al alcance de la mano, todo deseo, toda necesidad, toda diversión y ¿por qué no? todo abuso, la palabra “justicia” termina siendo manipulada en beneficio propio, ideológico y partidario. ¿Qué es la “justicia”? ¿Es aquella que respeta la “libertad” individual? Pero ¿“libertad” de qué? Del libre pensamiento. Del empresariado libre. De la moral libre… ¡Y quienes más tengan, más pongan! En esta época que vivimos parece que todo forma parte de la “libertad”. De ellos se desprende que la “justicia” no tiene que afectar el “vale todo”.
Honestamente no creo que el problema primordial sea el concepto de “libertad” sino cual es efectivamente la naturaleza y el rol de la “justicia”. Para quienes ponen como base en su búsqueda los valores del espíritu antes de los de la materia tienen la obligación de referirse a las enseñanzas de Aquel al que nosotros llamamos Maestro, Jesús Cristo.
De hecho Él mismo les dio a los apóstoles que estaban atónitos, antes de ser “llevado por una nube” (Hechos 1, 9) hacia el cielo para desaparecer de su vista, una directiva bien precisa:
“Id, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mateo 28, 19-20). Para muchos la fórmula fundamental de la verdadera Justicia de encuentra en Mateo 5, 6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Seguramente éste es uno de los mandamientos que dejó para enseñar. Pero la expresión, según la traducción usada por la Conferencia Episcopal Italiana, le da un sentido casi fisiológico: tener hambre es un instinto que se calma en el momento que es satisfecho. En todas las demás traducciones el sentido griego de los verbos queda intacto πεινάω (peináo) y διψάω (dipsáo) que respectivamente significan estar hambriento y estar sediento y hacen referencia a una desesperada búsqueda de calmar un deseo que no se puede apagar. En este sentido la justicia hay que buscarla, desearla, forma parte de la insatisfacción humana querer alcanzar un objetivo que parece no llegar. En este sentido se explicaría la otra enseñanza: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los cielos” (Mateo 5, 10). El aspecto de la “bienaventuranza” es diferente al que habitualmente se le suele atribuir: la persecución no ocurriría por una falta de justicia, por ser acusados injustamente, sino por el hecho de aferrarse a la constante necesidad de buscar la justicia, porque están hambrientos y sedientos de justicia. Porque quienes miran al mundo con otros ojos analizan los eventos con la conciencia de lo que vendrá, se comportan socialmente según la rectitud que molesta a quienes tienen el poder en sus manos y por lo tanto terminan siendo perseguidos. Las sensaciones cambian, la visión se vuelve más amplia, la parte material se vuelve más sutil y surge un significado más amplio de justicia. Pero si además son “bienaventurados los humildes y los pobres” pasa a un segundo plano el aspecto capcioso de las leyes humanas, su ambigüedad de significado. Por lo tanto es válida la expresión evangélica: “Una sola obra hice y todos os admiráis. Por eso Moisés os ha dado la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres), y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Y si para no violar la ley de Moisés un hombre recibe la circuncisión en el día de reposo, ¿ por qué estáis enojados conmigo porque sané por completo a un hombre en el día de reposo? No juzguéis por la apariencia, sino juzgad con juicio justo” (Juan 7, 21-24).
En la época de Jesús se usaba una expresión que describía a quienes se comportaban según el juicio justo, a quienes analizaban los eventos sin depender de los codicilos de la ley, sino según un criterio universal de la armonía de la finalidad: vir justus. José era un hombre justo que no se había dejado condicionar por la tradición levitica de repudiar a María embarazada que, según el juicio humano de los pobladores era una adúltera; Noé era un hombre justo que superó la burla de los hombres y obedeció las órdenes que Dios le había dado. Para ellos es válido el Salmo 25: “Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino”. “Este hombre realmente era justo” gritaba el centurión romano mientras señalaba a Jesús en la cruz, y estaba atónito y confundido por el último grito que dio Jesús antes de expirar y por cómo todo oscureció de inmediato.
Pero ¿cómo alcanzar y comprender plenamente la justicia? Si la justicia es la adaptación al orden universal, a la armonía que regula todo el Universo, hay que mirar más arriba para inspirarse en el juicio justo, en una Justicia que valga para siempre, que se pueda aplicar en cualquier lado. También en el Salmo 45 encontramos una ayuda que nos ilumina: “Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, un cetro de equidad el cetro de tu reino”. Por lo tanto el Reino de Dios está regido por y con justicia. Cuando se habla del Reino de los Cielos se hace referencia a las leyes universales que regulan la Creación: la Creación que el Espíritu Santo ha ordenado, ha vuelto sensible en lo visible y en lo invisible, vivificado con una chispa de su mismo Espíritu. En esta ilimitada vitalidad convertida en inmortal gracias al Espíritu Santo no se puede dejar de considerar a la innumerable cantidad de seres vivos que han colonizado infinidad de mundos, respetando las leyes universales que les dio la posibilidad de formar una civilización y de alcanzar una ciencia que para nosotros es inconcebible. ¿En este concepto que rol tuvo y tendrá Jesús?
La Virgen, en su aparición de La Salette, el 19 de Septiembre de 1846, le dio a los niños videntes un mensaje “cifrado”, naturalmente para ellos, no para la jerarquía ecleciástica y para los regentes de la política. La Madre de Dios les mostró un crucifijo que “parecía vivo”, en el centro estaban los símbolos del liberalismo y del comunismo. La Iglesia católica realizó una lectura perfectamente correcta del mensaje, emitiendo la encíclica Rerum novarum. En la relación social entre los hombres lo primordial tienen que ser los valores que Cristo dejó a sus discípulos que, por orden del mismo Jesús, tenían que enseñar a observar. Evidentemente su mensaje, del cual había nacido un movimiento que había superado las fronteras de Palestina y se había difundido en todo el mundo, no había sido comprendido, por lo tanto la intervención de la Virgen sirvió para instaurar un justo equilibrio entre las relaciones humanas.
Estamos viviendo los últimos tiempos, de los cuales las señales son evidentes, seguimos rezando “venga a nosotros tu Reino, así en la Tierra como en el Cielo”. Nosotros tenemos la promesa de Jesús de que regresaría con potencia y gloria, acompañado por esos Seres de Luz que cuentan con una ciencia inconcebible. Él regresará para juzgar el accionar de los hombres, que hayan aplicado sus mandamientos, y con la ayuda de los Seres, que lo acompañarán, “creará” el Reino en la Tierra.
Juan, en Apocalípsis 20, 11, tiene la visión de la obra de Cristo: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos”. El profeta Isaías dijo lo mismo (65, 17): “Pues he aquí, yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria”. De la siguiente forma el apóstol Pedro, que había asistido a las transfiguración de Jesús volviéndose de Luz deslumbrante y vestido con la misma Luz lo vio desaparecer hacia el cielo en una nube brillante, le recordó a los primeros cristianos el retorno de Jesús: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser destruidas de esta manera, ¡qué clase de personas no debéis ser vosotros en santa conducta y en piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios, en el cual los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se fundirán con intenso calor! Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia”.
Por lo tanto Cristo será el “creador” de la Nueva Tierra en la que se instaurará la justicia en todo su esplendor. Esto significa que aquel que regresará no es precisamente ese Cristo que estamos acostumbrados a conocer: de hecho Él se sentará en un trono real, pero con las facultades de Juez del Padre y con el poder creador del Espíritu Santo. ¡Y que se haga justicia!
Flavio Ciucani
27 de Diciembre de 2016