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ignavi200Una enseñanza para el presente de la Divina Comedia

A menudo, mientras hablamos con la gente, escuchamos decir “-pero yo no puedo hacer nada para cambiar las cosas”, o también “-tengo que ocuparme de mi mismo y de que mi familia esté bien”, o “-no necesito tomar una posición, ni participar en un movimiento o grupo, soy una buena persona y no quiero tener problemas”, o por ejemplo “-no tiene sentido esforzarse si total el mundo no cambia”, o que “-el mal siempre existió, acéptalo y ponte a trabajar, encárgate de tu futuro, de tu familia”, etc, etc.
En fin, a menudo nos topamos con personas (parientes, amigos, conocidos) que forman parte del inmenso sector de los INDOLENTES, quienes según Dante “nunca fueron vivos”.

En el Vestíbulo del Infierno, antes de encontrarse con Caronte, el barquero infernal, Dante escuchó gritos, blasfemias, quejidos y golpes:
“Lenguas diversas, horrorosas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
voces altas y roncas, y sonidos de manos con ellas”

Entonces le pidió explicaciones a Virgilio y éste le respondió:

“Este mísero destino
tienen las almas tristes de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con el perverso coro
de ángeles que no se rebelaron
ni fueron fieles a Dios, y para sí vivieron”.

Son los indolentes, los tibios, los que piensan únicamente en si mismos y en su familia, en sus intereses personales y que jamás actúan por un ideal, para ayudar a alguien, ni siquiera para hacer daño, por lo tanto los echan tanto del Cielo como del Infierno.
Así concluyo estas líneas que surgieron en forma espontánea con las famosas palabras que Virgilio le dijera a Dante, como una advertencia y un consejo para cada uno de nosotros:

“No tienen ni la esperanza de la muerte,
y su vida es ciega y es tan baja
que envidian cualquiera otra suerte.
No quiere de éstos tener el mundo fama,
piedad y justicia los desdeñan:
no pensemos en ellos, mira y pasa”.

Por Marco Marsili
12 de Febrero de 2018


LA POESÍA DE LAS ESTRELLAS
Marco Marsili – de Febrero de 2018

Anoche, mientras miraba el cielo, sentí una nostalgia muy profunda. Pensaba en la cantidad de gente extraña y diferente que habita el Universo infinito y en el centro de mi corazón sentí una vehemente y utópica inspiración, como una vaga idea de abandonar los restos mortales que encarno en esta dimensión. Entonces una voz amiga me llamó por mi nombre y presté atención con el oído de la mente a sus palabras, calmando así al lánguido rebaño de mis tristes pensamientos: “¡Eh, Te saludo, hijo mío! Abre el libro que está en el cajón y lee lo que encuentres escrito allí. Te servirá como consuelo saber que, como tu, otros ya derramaron lágrimas mirando en el cielo arder las estrellas, contemplando el curso inmortal y los eternos giros de la luna, doncella inmortal y eterna peregrina, y los otros cuerpos celestes del espacio soberbio e ilimitado del firmamento, los que girando sin reposo evocan y prometen en ese profundo e infinito Sereno el unísono coral de la familia innumerable de las criaturas, las que comparten contigo el mismo aliento que por Amor nace y renace en el Eterno Presente de Aquel en quien piensas y no ves: “la Gran Inteligencia Omnicreante”.
Y, como siempre he estado enamorado de la Poesía, ya intuía lo que encontraría en el libro: entonces abrí emocionado esas páginas y leí:

“Tal vez si alas tuviese
para ir hasta las nubes
y contar una a una las estrellas,
o como el trueno errar de cumbre en cumbre,
sería más feliz, dulce rebaño,
sería más feliz, cándida luna”.

(Leopardi, extraído del “Canto nocturno de un pastor errante de Asia”)