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claudia-marsili-1-100Por Claudia Marsili
Corazones unidos como gotas de un río en creciente que recorre la última curva antes de desembocar en el mar. Esa plaza es el mar para nosotros. Reencontrarnos como hermanos, hijos del mismo Cielo, mientras reclamamos gritando con fuerza el derecho a la VERDAD, a la JUSTICIA y a la PAZ.
El hombre para quien estamos pidiendo protección está allí con nosotros, no podemos abrazarlo, pero está ahí, su corazón late junto al nuestro y sus lágrimas surcan su rostro, al igual que las nuestras, cuando después de girar la última esquina nos encontramos inmersos en ese mar de emociones. La música resuena en cada uno de nosotros y comienza a latir al unísono con nuestros corazones.
Nuestro hermano Aaron parece inmenso sobre ese escenario y su voz nos recibe a todos con gran afecto. Una ponencia detrás de otra y cada una enciende aún más nuestros frágiles y desnudos espíritus, en busca de ropajes dentro de los cuales sentirnos seguros.
Sentirnos formar parte de una familia tan grande al punto tal de hacernos olvidar todo lo demás. Percibir esa unidad de intenciones que solo el amor puede crear. Sentir este amor casi hasta poderlo tocar... acariciar...
La figura de Giorgio me conmueve. Nos conmueve a cada uno de nosotros. Firme, seguro, fuerte, estable, dulce, sonriente, resplandeciente. Sus ojos encendidos de luz y de ese amor que sin saberlo estábamos almacenando y en el que encontramos reposo y consuelo. Su espíritu poderoso sirve de marco para todo esto. Sin vacilar ni un instante. Sin dar señales de cansancio. Orgulloso. Parece emanar una luz que envuelve a todas las personas que intervienen... y a todos nosotros. Me avergüenzo por haber comido ese sandwich. Me  avergüenzo por haberme sentido cansada. Me  avergüenzo por haberme distraido por algunos instantes. Me  avergüenzo porque Giorgio estaba allí, está allí y estuvo desde el principio hasta el fin. Sin quejarse. Sin rendirse. Una vez más, como ejemplo para nosotros. Una vez más para dejarnos percibir nuestras fragilidades humanas. Nuestras pequeñeces. El Cielo necesita guerreros fuertes y firmes... y el Cielo puso en nuestro camino a un hombre maravilloso, precisamente para enseñarnos el amor, en todas sus formas. En todos sus aspectos. Él, a pesar del constante dolor que lleva en su cuerpo, que habría podido sentarse y disfrutar del espectáculo, en cambio, estuvo allí. De pie. Por todos nosotros.
Quiero agradecerte, amado Giorgio, por haberlo hecho. Y decirte que no ha sido en vano. Mejoraremos día a día, en el compromiso y en la tenacidad. Te lo debemos a ti, que nos enseñas la constancia, el sacrificio y la coherencia cada día y se lo debemos a nuestro Señor porque cuando regrese tendrá que encontrarse con hijos fuertes y llenos de energía que lo reciban, que trabajen incensantemente para preparar su Reino.
Amorosamente tuya
Claudia
Gubbio, 17 de Noviembre de 2015