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pyfranmarPor Francesca y Marco
Francesca y Marco, referentes de la Asociación FUNIMA International del grupo operativo de Gubbio, nos describen un panorama de Asunción del Paraguay, mostrándonos su cara y sus contradicciones. Durante su permanencia en el País visitaron el centro de asistencia “Hijos del Sol” y participaron de la manifestación en memoria de Pablo Medina, periodista del periódico nacional ABC Color, asesinado por sicarios del narcotráfico.
 
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Nos encontramos en la ciudad de Asunción, una de las grandes metrópolis del llamado “Tercer Mundo”, en la que una enorme riqueza convive con la pobreza más extrema. Niños muy pequeños vagan por las calles en busca de unas pocas monedas para poder llevar a su casa, en el caso de que tengan una casa. Adolescentes abandonados a su suerte en el descuido de la basura, en busca de droga para calmar los calambres provocados por el hambre. Niñas que se han convertido en mujeres demasiado pronto muestran en sus cuerpos las marcas de la violencia provocada por los hombres adultos. En una de las avenidas principales de Asunción, “Gran Via”, la realidad parece lacerarse en la mirada de la enorme cantidad de niños que vagan descalzos en el difícil slalom que tienen que hacer entre los coches que se detienen durante el tiempo que dura el semáforo en rojo. Aquí la realidad social que vemos nos deja sin palabras. Va más allá de cualquier imaginación humana. Ningún libro, ningún documental, ningún relato puede transmitir realmente la dimensión en la que viven estos jóvenes y niños que han hecho de la calle su vida. Lujosas camionetas 4X4 que atraviesan velozmente las calles creando el marco de existencias extremas como las de los niños de los que la Asociación ONLUS FUNIMA International se ocupa precisamente aquí, en Asunción. Al recorrer las calles uno descubre que aquí rige una ley local, una regla tácita que se basa en el derecho del más fuerte, que necesariamente tiene que ser respetada si uno quiere vivir. Aquí, como en otros Países definidos del “Tercer Mundo”, las contradicciones son la única regla. En esta jungla urbana que es Asunción encontrar una “Coca Cola” es más fácil y más económico que encontrar agua mineral en botella, ver grandes y lujosos coches que pasan veloces e indiferentes al lado de niños con grandes cabezas y pequeños cuerpos a causa de la desnutrición es algo normal, así como lo es ver a las niñas de doce años que ignoran lo que es la infancia, que ya están embarazadas, que tienen la mirada perdida en el asfalto mientras viajan con la mente a un lugar lejano, quizás soñando en un mundo mejor en el cual sobrevivir, un mundo que ni siquiera pueden imaginar.
Para muchos aquí en Asunción la vida no vale nada. Lo que gobierna es el sistema de ilegalidad difundida que, como un cáncer, actúa en todos los niveles, comenzando por las instituciones hasta llegar a los sectores más pobres de la población, los que por lo general se ven más afectados. La riqueza y la corrupción provienen de una economía criminal sometida, basada en el tráfico ilegal de droga, sobre todo de cocaina y marihuana, que se realiza gracias a los políticos que protegen a los narcotraficantes locales y a los clanes mafiosos que se reparten regiones enteras del País. Los mismos clanes que se encuentran involucrados en el homicidio de nuestro amigo periodista Pablo Medina, asesinado en la región de Curuguaty porque a través de sus denuncias y de sus investigaciones periodísticas desenmascaraba desde hacía años al hampa y a los políticos que protegen a los grandes carteles del narcotráfico.
Junto a esta economía subterránea las grandes multinacionales de semillas le arrancan sus tierras a los agricultores, tierras que los Gobiernos corruptos venden por poco dinero a las grandes empresas occidentales que no provocan más que devastación social y ambiental. A muchos de estos agricultores los encontramos cerca del Parlamento nacional de la Capital paraguaya, reunidos en una gran “favela” a cielo abierto que ahora es su única casa, habiendo escapado de la furia de los capitalistas devoradores, abandonaron sus tierras y están perdiendo su cultura rural, el verdadero patrimonio nacional que deriva de la antigua sabiduría indígena del pueblo Guaraní; la marginación de esta clase social, que se ha visto obligada a pasar por una veloz urbanización, afecta también a la infancia de miles de niños, de sus hijos, que viven en la calle tratando de juntar algo para poder llevarle a sus padres que viven en las afueras de la ciudad, y que siempre están borrachos o drogados... padres niños... niños padres. Esta es una de las grandes tragedias que se viven aquí en Asunción, donde la tasa de natalidad es muy alta, donde las calles están llenas de niños de nadie que vagan y sobreviven. Pequeños seres que han vivido esas crueles experiencias que ningún niño tendría que conocer, que ni siquiera los adultos tendrían que vivir. Niños que han pasado a ser adolescentes. A los que si les logras arrancar una sonrisa ves que les faltan los dientes. A los que por su paso lento y tembloroso te das cuenta de que han bebido alcohol o que han aspirado pegamento o solvente, o que han fumado crack, una droga muy difundida en los sectores más débiles de la sociedad. Algunos de estos pequeños muestran señales de agresividad, otros caminan con los ojos rojos en busca de algo que ni siquiera saben qué es, quizás un pedazo de pan, quizás un poco de droga para calmar el hambre, quizás simplemente una caricia, un poco de amor, que para ellos vale más que cualquier comida. Uno queda atónito al ver tanto sufrimiento humano. Los niños conviven con los perros y los gatos vagabundos, flacos, los que también rondan las calles como zómbies en busca de algo para comer. Lo que impresiona de estos niños y de estos jóvenes es su mirada que te penetra el alma cuando sientes que esos ojos quieren comunicarte algo, quieren contarte la historia de su existencia, y te traumatiza el hecho de darte cuenta de que en cierto sentido su paso arrogante traiciona la fragilidad de su infierno cotidiano.
Historias de violencia y de existencias extremas son algo normal en un País que sin embargo posee inmensas riquezas naturales: agua, petróleo, minerales preciosos. Un País en el que la clase media no existe, en el que lo que es público, como la instrucción o los servicios de salud, es precario, un País en el que la mafia internacional y el dinero comprometen la vida de millones de personas. En Paraguay o eres muy rico, o eres muy pobre. Aquí en Paraguay son muchos los niños que sobreviven gracias a los residuos que provienen de las casas de los hombres ricos, hombres que poseen mansiones protegidas por guardias privados, armados hasta los dientes, y que transcurren su existencia detrás de paredones muy altos construidos para refugiarse de los robos y de los criminales, o para no tener que ver lo que tienen inmediatamente fuera de los mismos. Estos muros, metafóricas barreras de separación e indiferencia, son los mismos que encontramos entre la población que trabaja en negocios y mercados, la gente vive constantemente asustada y está resignada, manteniendo una ley de silencio siendo casi incapaz de denunciar la ilegalidad. Aquí en Paraguay la condición que une a toda la población civil es la indiferencia que viene de las décadas de la sanguinaria dictadura fascista de Alfredo Stroesser, y el miedo que obstaculiza cualquier cambio posible.
En este difícil contexto social se inserta el proyecto Merendero “Hijos Del Sol” de la Asociación ONLUS FUNIMA International, coordinado y dirigido por dos personas espléndidas: Omar Cristaldo e Hilda Noguera, valientes y amorosos responsables del Centro dedicado a la recuperación y a la asistencia a los niños y jóvenes de la calle. La utilidad de sus gestos y de su trabajo cotidiano ha sido reconocida por los mismos beneficiarios del Merendero en el que pueden consumir en forma gratuita una comida caliente, atención médica, realizar actividades educativas y escolares y, sobre todo, recibir cariño, amor. Para estos jóvenes y niños una caricia es vital y les enciende el corazón. Se ve en sus rostros y en sus sonrisas cómo el cariño concreto de Omar e Hilda es fundamental para ellos. Una palabra de aliento, un abrazo sincero, una comida gratuita, un lugar en el que descansar y refugiarse de ese maldito lugar que es la calle, es lo que encuentran en el Centro “Hijos del Sol”. Es por ello que aman este lugar y están agradecidos con Hilda y Omar y con los voluntarios que allí trabajan.
El pasillo que se encuentra en el ingreso del Merendero parece realmente un túnel (¡casi como si fuera una “puerta dimensional”!) que separa este lugar acogedor y seguro del infierno de la calle. Este centro representa su estabilidad y su familia, una perspectiva tranquila para los niños de todas las edades y para los jóvenes que comparten las mismas historias de difíciles existencias. Historias de algo que aquí es una ordinaria locura. El Centro de la ONLUS FUNIMA International representa una alternativa cultural y social concreta para la vida de cientos de niños y adolescentes que lo frecuentan. Una forma tangible y eficaz de darles algo de esperanza y luz de amor a sus frágiles vidas, para darles una sonrisa y una visión de un futuro diferente al trágico presente que se ven obligados a vivir.
Para mayor información sobre el proyecto”Hijos del Sol” haz click aquí!