Por Jean Georges Almendras
“Los caminos de Dios son enigmáticos y misteriosos” dijo una vez el contactado Eugenio Siragusa. De esto hace ya muchos años. Y no estuvo equivocado.
Y tanto enigmáticos y misteriosos fueron esos caminos, que hasta parece que Dios quedó sorprendido e impactado, particularmente cuando una tarde del mes de abril de este 2016, un sacerdote y un estigmatizado se encontraron por segunda vez, en un salón de la parroquia de Belén de la calle Zaragoza, de la ciudad de Montevideo, en Uruguay.
El estigmatizado es Giorgio Bongiovanni y el sacerdote es Julio Elizaga.
Hagamos historia.
Hace ya bastante tiempo, es decir por aquellos años 90, en un programa de televisión producido por Monte Carlo Televisión, Canal 4 de Montevideo, el religioso y el estigmatizado fueron las figuras centrales de un debate que alcanzó altos puntos de rating.
El programa se llamó “Falso o Verdadero”. Fue emitido en horas de la noche y tuvo una duración cercana a las dos horas. Televisivamente hablando fue un éxito total. Soy testigo de ello porque yo estaba ahí.
Los dos invitados centrales estaban circundados por panelistas: hubo periodistas, científicos y religiosos. Se escucharon las reflexiones y las opiniones. Y el debate causó el impacto necesario. Necesario para los productores, que se llevaron los réditos comerciales, como siempre ocurre. Giorgio Bongiovanni, en cambio, no recaudó ni un peso. Sencillamente porque no es ese su cometido, cada vez que es entrevistado o invitado a especiales televisivos.
Giorgio Bongiovanni, entonces, habló como habla siempre: del secreto de Fátima, de sus estigmas, de la presencia de los seres de otros planetas y del retorno del Cristo. Temas que le son propios, y que conforman su Obra y su misión espiritual.
Desde filas de los panelistas se oyeron voces de apoyo y voces en sentido contrario. Toda una polémica que se desarrolló respetuosamente, y que fue moderada por un muy buen periodista –Gerardo Sotelo- que supo mantener los equilibrios.
El sacerdote Elizaga, como era de esperar, defendió los parámetros de la Iglesia Católica, con toda su sapiencia y su rigor teológico. Polemizó con Giorgio manteniendo una línea coherente con los dictados del Vaticano.
Y no pasaron inadvertidos los extensos y muy jugosos cruces de palabras entre ambos, en torno al Tercer Secreto de Fátima y a los estigmas, tanto de Giorgio como de padre Pío de Pietrelcina, hoy santo.
Giorgio Bongiovanni, como era de esperar, también habló en términos teológicos, con toda su sapiencia, su firmeza, y su rigor metodológico, y con la fuerza y la cordura que le inspiran las señales del Cristo, que lleva en su cuerpo.
Y mucho más allá del debate televisivo o de la confrontación ideológica y filosófica que significó el encuentro, los senderos de la fe y de la ciencia, como columna vertebral de la polémica, se dieron cita aquel día para sembrar caminos y para tomar conciencia (con rigor casi matemático) de que cada segundo de aquella jornada no fue por casualidad, sino por estricta causalidad. Y porque Dios no juega a los dados, como lo dijera alguna vez, nada menos que un científico: Albert Einstein
Y verdaderamente, como Dios no juega a los dados, al finalizar el debate, aquel día, se registro un episodio insólito e impensable, y de una profundidad teológica inimaginable. El estigmatizado pidió respetuosamente al sacerdote que lo bendijera. Después, el sacerdote, dirigiéndose al estigmatizado, repitió el pedido.
Pocos ojos advirtieron este acto de caballerosidad espiritual. ¿Caballerosidad espiritual? ¿O el tácito reconocimiento del religioso, de que frente a él se encontraba un instrumento del Cielo? Que conste que el sacerdote, a la vista de todos, contrarió intensamente a Giorgio, quien a su vez, rebatió tenaz y convincentemente cada una de las afirmaciones del religioso.
Que esos dos hombres, que habían polemizado, enérgica, pero educadamente, y a la vista de Dios y de cientos de miles de tele espectadores, de pronto se bendijeran mutuamente, ya constituía una suerte de milagro. O una suerte de enseñanza.
Después, cada uno siguió su rumbo. Cada uno siguió con su misión.
Elizaga, como sacerdote carismático, como exorcista y como profundo estudioso de la teología cristiana y de los grupos religiosos y sectas que no integran la comunidad de la Iglesia Católica siguió con su camino.
Giorgio, como estigmatizado, también siguió con su camino.
Pero el tiempo pasó, y un buen día ambos se volvieron a encontrar.
Como decía al comienzo el encuentro fue el domingo 3 de abril, en la iglesia de la calle Zaragoza. Y fue un encuentro muy significativo. Significativo en extremo. Porque el diálogo que mantuvieron estuvo despojado totalmente de protocolos, formalidades y polémicas. Porque hablaron de temas de actualidad y en esencia de Dios. Porque Giorgio estaba acompañado de su familia. Y porque ambos coincidieron, quedando atrás las gotas amargas de las discrepancias y de los antagonismos mediáticos.
Sorprendentemente, pienso hoy, que aquel gran debate de los años 90 fue en realidad la antesala de este segundo encuentro. Un encuentro saturado de simbolismos. Un encuentro muy significativo.
Al finalizar, Giorgio solicitó la bendición al sacerdote. Y una vez más, como en los años del gran debate, el sacerdote Elizaga, levantando sus manos al cielo para colocarlas sobre la cabeza del estigmatizado, cerró los ojos y dijo su oración, bendiciéndolo.
Me resulta imposible no pensar que los caminos de Dios siguen siendo enigmáticos y misteriosos.
Abril 5, de 2016