De Enzo Rainieri
El propósito de algunos espíritus iluminados es un propósito ambicioso y terrible.Este propósito nada tiene que ver con la bondad, la ética, lo compasivo o cualquier otro atributo moral, que tiende a anestesiar nuestro ego.
La finalidad de estos espíritus consiste en intentar hacer primero con la palabra, y después con la obra, todo el esplendor de un hombre dotado de buena voluntad, y de hacer girar en torno a esta figura inmóvil un mundo poblado de hombres y mujeres. que viven en la oscuridad, y son atraídos y al mismo tiempo repelidos por ese esplendor.
El hombre plenamente espléndido es aquel hombre que el cielo ha elegido como su instrumento.
La excesiva insistencia de nosotros humanos en la bondad, compasión o el sentido común es quizás una clave crítica, pensada para anestesiar nuestra evolución o ascender hacia lo alto. Una clave que no hace más que recordarnos la dicotomía entre el bien y el mal.
El plenamente espléndido en cambio quiere traernos otra clave de lectura crítica, que tiende a facilitar la profundización del bien.
El plenamente espléndido ciertamente nunca se niega a prestar ayuda, de hecho, es generoso de una manera que altera las conveniencias de la sociedad que lo rodea. Pero si la bondad debería ser el modo de aliviar el sufrimiento de los demás, entonces él no puede contarla entre sus virtudes. Por el contrario, en cada ocasión el plenamente espléndido, independientemente de la incomodidad de los que están frente a él, pretende, en todo caso, poner al descubierto el núcleo del dolor de sus interlocutores.
Y al hacerlo, supera las defensas que a menudo se han erigido laboriosamente para protegerse del contacto directo con el pulso de su mal interior. Frente a su pleno esplendor, sólo puede existir la plenitud del dolor, precisamente esa plenitud que el hombre no sabe soportar y que alivia recurriendo también a la bondad del prójimo.
Pero no es suficiente, admitido y no concedido, al menos no del todo, que la bondad, el bien y el sentido común o la moral representen la gran antítesis entre el bien y el mal, es cierto, sin embargo, que el plenamente esplendido no pertenece a la historia de esta antítesis. En efecto, su aparición en este período tan gris si no negro, de este rincón de siglo y en este atormentado planeta, viene precisamente a desmentir la extendida creencia de que todo se remonta al esquema de la oposición entre el bien y el mal, entre amor y el odio y cualquier otra cosa que se le quiera agregar.
Para el plenamente esplendido todo eso pertenece al oscuro mundo de las pasiones, un mundo en el que su esplendor no puede encontrar asilo. No es casualidad que constantemente subvierta otros razonamientos, exponiendo la inconsistencia de los criterios de juicio vigentes, y proponga un ámbito radicalmente nuevo y revolucionario. No importa amar u odiar, hacer el bien o hacer el mal, si esto lleva inexorablemente a cometer el único pecado verdadero, que es el de distraerse del prójimo, porque uno está abrumado por la propia pasión. No necesitamos pasión, sino compasión, esta es la capacidad de arrancar de raíz su dolor, y hacerlo propio sin excitación. Se decía al principio de la criticidad casi controvertida, y peligrosidad del plenamente espléndido.
Su figura radical y subversiva lo es por la sencilla razón de que su obra marca la negación de la ley, rompe con toda discriminación entre el bien y el mal, evoca la necesidad de una nueva ley, que él mismo enuncia y practica con pasión, la ley de la compasión.
Pero es una ley que no tiene nada de normativo en sí misma, ya que su implementación se da sólo en presencia del encuentro entre dos impulsos primarios: el dolor radical del uno y la disponibilidad inmediata del otro para asumirlo. Esta es la única forma de volver a entrar en esa dimensión de esplendor de la que el plenamente esplendido, en su plenitud, ofrece el modelo. Su criticidad tiene su propio método, el procedimiento consiste en empujar a otros a despojarse progresivamente de todo lo que se interponga en el camino como barreras para revelación de su dolor.
Una vez puesto al descubierto, ese dolor vuelve a un momento original que puede prescindir de la ley y de la historia. En este punto, comprendemos cuán ambicioso y desesperado es su intento de hacer ese comienzo a través de la representación de un hombre que lo lleva dentro de sí como una suerte de regalo.
Azaña al filo de la navaja, ya que no es fácil transformar en palabras la estabilidad de ese quid original, que se presta mejor a una representación visual. Azaña aún más difícil si se elige como fuente de inspiración el Evangelio de Juan, cuyo significado el apóstol lo identifica en encontrar el milagro solo en la encarnación.
Así en la apariencia de esplendor. Este es el Cristo de Juan, el que se empeña en la disputa con los escribas y fariseos, para esperar su ley, afirmando su extrañeza al mundo. Que el plenamente espléndido sea extraño al mundo está fuera de toda duda pero esta verdad suena a nuestros oídos casi siempre falsa.
En este mundo que ya pertenece integralmente al mundo de las tinieblas, en este mundo desgarrado por las pasiones, ahora reducido a un ámbito de incursiones de usureros, financieros sin escrúpulos, aventureros de todo tipo, de políticos corruptos o fácilmente corruptibles, criminales, delincuentes, violentos, asesinos, violadores, pedófilos, maníacos y sobre todo mafiosos, llenos de sed de dinero y poder, e insensibles a la guerra.
Aquí aparece el plenamente espléndido, que devora periódicos, informes judiciales, audiencias judiciales, reformas ministeriales sobre justicia, reformas constitucionales, proceso a la mafia, procesos a la connivencia entre la mafia y aparatos del estado, que defiende a los justos caídos y sus operadores, que defiende a esos jueces justos, perseguidos traicionados que, con honestidad, honor y sacrificio, aun a costa de su propia vida, realizan su obra para que triunfe la justicia. Sí, el plenamente espléndido hace esto, defiende y protege a estos héroes de nuestro tiempo, porque en ellos reconoce el mismo esplendor que lo anima.
Y es este mismo esplendor que nos atrae, que nos seduce pero al mismo tiempo nos repele, nos aleja. Porque este esplendor exige todo de nosotros, nuestra alegría y nuestro dolor, nuestra vida y nuestra muerte.
Pero nosotros humanos miserables, cuando apenas somos atravesados por un solo rayo de este esplendor, que derriba inexorablemente ese muro acorazado, esa fortaleza que hemos levantado, ese límite infranqueable que hemos trazado en defensa de nuestro dolor, ese esplendor nos pone al desnudo todo nuestro ser, y confundidos, perdidos y asustados huimos de aquel límite para nosotros infranqueable, pero que en realidad nos aparta de ese esplendor del que todos los espíritus somos hijos.
Una vez más sólo unos pocos, sino uno solo, recorrerá ese tramo de camino, aplastado por el peso de nuestras cruces, que conduce a esa frontera que separa la oscuridad del esplendor. Pero también es instantáneo el momento anterior a la muerte, el momento en que la vida, precisamente porque está virtualmente acabada, de repente y misteriosamente se vuelve asible.
Enzo Ranieri
15 de noviembre de 2022
Adjuntos:
29-05-22 la importancia de ser, la alegría de participar
https://www.thebongiovannifamily.com/cronache/cronache-dalle-arche/10060-la-importancia-de-ser-la-alegria-de-participar.html
08-03-22 Existe caridad y caridad, hay misericordia y misericordia
https://www.thebongiovannifamily.com/cronache/cronache-dalle-arche/9972-existe-caridad-y-caridad-hay-misericordia-y-misericordia.html
