Cuando llevamos a Cristo dentro del corazón, convertimos cualquier lugar o situación en un templo, un mantra o una oración. Así es que nos vamos liberando de las proyecciones idealizadas que inevitablemente construye nuestra mente. No necesitamos estar en ningún lado y los días transcurren por un diseño inteligente por fuera nuestro.
Mas allá de lo que hagamos, el día nos depara un propósito. Viene algo o alguien inevitablemente a nuestro encuentro. Dios juega todos los días a lo mismo.
Es un sentimiento de extrema belleza sentirse amado y saber que alguien espera para que los reconozcamos. Así trascurren nuestros días en la encrucijada de la materialidad que nos traspasa, como un tejido que se desgarra, en el momento en que la luz quiera visitarnos. Si el propósito del día se ha cumplido, somos bendecidos por haberlo alcanzado.
Cuando sucede, se desvanecen por un tiempo el psiquismo cristalizado de las industrias, los comercios, las instituciones… Lejos van quedando esas estructuras en el universo acotado donde proyectamos hacia la nada, algo que no somos. Todo se vuelve absurdo por un tiempo y mientras dure ese instante no hay ni un ápice de voluntad para seguir aportando energía a estas crueles entelequias que han saturado al planeta.
Los días de un cristiano suceden así, anhelando volver a habitar la naturaleza para la que fuimos creados. El reino de los Cielos, un planeta exterior o un atardecer en cualquier lado son suficientes. Un pájaro nos habla y el insecto que se posa en la mano o la cabeza, es el símbolo encriptado, que articulará el resto del día a una clave secreta que nos pone atentos… se acerca algún augurio. Un vestigio de felicidad o un rayo de luz, no importan si son efímeros cuando traen la certeza de que algo o alguien vino para encontrarnos.
Cristo es la luz de nuestros días. Los moldea como arcilla. Tira de nosotros en cada llamado para ir deshilvanado nuestro ser del tejido del tiempo. Juega con nosotros al principio tímido. Luego se obsesiona como un amante celoso que resquebraja las paredes de nuestra habitación hasta tirar abajo todo un edificio. Elegantemente nos toma de la quijada y con determinación y dulzura, nos gira suavemente hasta enfrentar nuestras miradas. Nos habla a través de un personaje destacado o extravagante para llamar nuestra atención. Con el paso de los días, a través de cualquiera de las personas que nos encontremos, en cualquier lado.
Así he vivido mis días en la obra de Cristo.
Así he descubierto ser un eterno punto en el infinito. Así continuaré viviendo por siempre.
Cada célula muerta cae de mi ser, como polvo sobre un camino de piedras ardiente en la luz del mediodía. O sobre una playa de barro en la oscuridad de la noche. Mientras tanto mi luz se abre paso al profundo azul del Cielo, hasta tocar con mis manos la estrella que las guían.
Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?
¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?…
Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?
Por tanto, no os preocupéis, diciendo: ``¿Qué comeremos? o ``¿qué beberemos? o ``¿con qué nos vestiremos? Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.…
Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día su propio afán.
(Mateo 6, 26-34)
Agustin Saiz
14 de abril del 2022
Adjuntos:
14-3-22 En defensa de la Obra de Cristo en los últimos días
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