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giorgio fatima200De Manuel Bassanini

Ya en casa ... después de haber completado el almuerzo de la querida familia biológica, estoy aquí con la llama de una estufa que energiza la habitación mientras un fondo de melódicas voces me ayuda a no dispersarme y de hecho a renovar el tono de solemnidad de las últimas horas, de la visita y de la comunión, del tiempo que he pasado, junto a hermanos y hermanas, con la familia del espíritu, la de Hori, de Bharat, de Nibiru-Arat-Ra.
La cena del 24, entre más de una decena de nosotros, en ese encantador apartamento del siglo XIX encontrado al último, fue sencilla, pero a la vez completa. Así de graciosa y divertida, pero también implícitamente preparatoria de los ánimos por lo sublime que el futuro inminente nos tenía reservado.

No muy lejos, en el silencio de la noche, la naturaleza de un signo divino habría atraído y hecho converger almas desde los 4 rincones, tanto cercanos como distantes varios cientos de kilómetros.
Es el momento, cada grupo es alertado. Partimos rápidamente. Algunos sumisos pero muchos sonrientes y otros incluso eufóricos se podría decir; en cada uno de ellos, no obstante, una conducta segura y resuelta, desde arriba pienso que nos veríamos como hormigas trabajadoras que regresan al hormiguero, a la Casa Adoniesis.
Una vez allí, somos asistidos por otros de nosotros, nos muestran el camino. Poco después, la invitación a subir las escaleras que conducen al piso de arriba. Un último escalón, luego una pared más y ahí estaba, al final de un amplio espacio un sofá.

Giorgio está ahí, tendido. A los lados, los familiares lo acarician. Inmediatamente delante del sofá, algunos niños. Nos acomodamos detrás de ellos, donde sea que encontramos espacio, algunos de rodillas.
Giorgio está visiblemente sufriendo mucho, le sangran las manos y los pies. Hay espasmos, pero en silencio. Sus ojos dirigidos hacia lo alto parecen por momentos buscar una explicación de lo que acontece, como un incrédulo después de sufrir un fuerte shock. Qué vulnerable parece ahora ... y, sin embargo, en tan efímera y temporal materia, qué Hombre distinto es siempre y qué sensación transmite de Ser intocable e imperturbable.
Ahora baja la mirada, observa los que se han reunido a su alrededor, reconoce a un hermano que acaba de llegar, a pesar de que lleva por respeto un barbijo y lo ha visto en muy pocas ocasiones. Lo saluda con un gesto de la mano, este, incrédulo y conmocionado responde silenciosamente de la misma manera. Entonces Giorgio lo llama por su nombre y le dice con una voz débil pero cadenciosa y cálida: "Viste que lo hice. ¡No he decepcionado! ¡No he decepcionado a Adonai!”.

A tan majestuosa afirmación, por ser expresión liberadora de una dolorosísima victoria adicional de fe y sobre todo de fidelidad, el hombre decide no quedarse más mudo, con un tono torpe -(incomodo)- pero igualmente sentido, el hombre le agradece y le dice que está ahí porque ha comprendido la importancia de estar con Él, de manifestarle su presencia.
La conmoción en nosotros es palpable, visible. Los momentos, así delicados, están marcados por las agujas de relojes suspendidas. El tiempo se ha detenido. Solo cuando somos invitados a salir del lugar para dejar que otros de nosotros accedan, nos sacudimos un poco, y todavía atónitos, bajamos todos.

Nos encontramos al aire libre, en ese sendero calentado por la sugestiva presencia de paredes de ladrillo visto y por la calidez de nuestros corazones colmados de gratitud y cuyos latidos leemos el uno en los ojos del otro. Siempre en silencio nos buscamos por necesidad, luego un abrazo espontáneo en un círculo de cuerpos que se aprieta, por la fuerza de los brazos que quieren hacerse sentir cada vez más, y que se va ampliando por los que se van agregando paulatinamente.

Volveremos entonces a nuestra cotidianeidad, la normalidad se quiere re apropiar de nosotros y lo hará, pero después de esta noche ya no más como antes, ya no! absolutamente.

Gracias Divino Ser que te manifiestas ante nosotros indignos y miserables hombres y mujeres, gracias por las lágrimas que haces brotar de nuestros ojos porque están entre las más hermosas, tanto como las que acogen el nacimiento de un hijo. Tu unigénito y todos aquellos de este mundo.



Con Amor
Manuel

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