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giorgiograno200Por Erika Pais

Existen muchas formas de negar al Cristo, como lo hizo su amado discípulo Pedro y a quien encomendó Su Templo.

Hay un sinfín de maneras de negar a quien nos eligió como discípulos y al que nosotros llamamos Maestro. Algunas veces, muy pocas, se es un “cobarde valiente”, enemigo de la hipocresía humana y se reniega de él en voz alta, como lo hizo Pedro. Pero muchas otras, lo negamos en silencio juzgando en nuestra consciencia cuando hace uso, en acciones y decisiones, de la Libertad que le fue concedida para llevar adelante Su misión.

Misión que, ademá,s se cumplirá con Su propio martirio.

Libertad por la que, sin embargo, él intercede con las potencias divinas, mediante Su Sacrificio, por nosotros. Logrando, así, que nos sea concedido más tiempo aún en esta vida y poder llegar, a pesar de nuestros errores, en los que perseveramos diabólicamente, a entenderla y asimilarla como una herramienta, clave en nuestra evolución, pero no como un fin en sí misma, sino como una realización y una consecuencia en el proceso.

Baja del auto que él mismo condujo a lo largo de esos 350 kilómetros terrestres que lo llevaban al punto de encuentro. Gozoso de ver la enérgica alegría de los chicos que habían llegado antes que él al hotel frente a la playa. La misma en la que el año anterior, el Sol se había manifestado en una danza Celeste expresando la potencia indivisible del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo creador del infinito y la materia.

Quizás aquello fue un anuncio de lo que iría a vivir ahora.

Ese mismo hotel que lo cobijó al inicio de la pandemia y en el que hacía pocos días les había regalado a sus chicos un fin de semana para tomar un pequeño respiro. Pero ellos transformaron ese respiro en días de fuerte concentración, seminarios de formación académica y coordinación de la futura metodología que desarrollarán.

Metodología necesaria para poder obtener, poco a poco y paso a paso, pequeñas conquistas en la lucha que los llamó a estar juntos en esta vida y en otras también.

Ahora tomaría ese mismo lugar como base a la espera de que, una vez más, el Cielo, tal como le había indicado, se pronuncie para Él… o en Él que es la misma cosa.

El verano ya había terminado y la pandemia lograba que fuéramos de los poquísimos ocupantes.

Eran muy pocos los que se arriesgaban, aún con todos los recaudos de los protocolos reinantes y cumplidos severamente por todo el personal del hotel, a tener contactos que provocaran el padecer esa enfermedad que el Hombre se tiró arriba de sí mismo por su arrogancia y presunción.

Había decidido hacerse acompañar por todos los jóvenes, dos hermanos que lo servirían y serían útiles en su trabajo, siempre atentos a lo que precisara y su compañera de vida y milenios, Sonia Alea, consuelo inmaculado de su espíritu, portadora Divina en su vientre materno de quien en la tierra sería habitáculo de la Voluntad-Presencia encarnada de Adoniesis,.

Materialmente sentía que así debía ser y hacer en ese momento, en ese lugar y con todos aquellos que había elegido.

Esas dos premisas, sentir y deber, hace mucho que para Él son la misma cosa.

Si siente, sabe que viene del Cielo y si viene del Cielo, sabe que es un deber al que nunca renunciaría a costa de su propia identidad humana y hasta espiritual.

Existen muchas maneras de renegar de la esencia única y divina de aquellos que más amamos, y que identifica a cada espíritu. Sutilmente, inconscientemente, en las formas, en los hechos, en las palabras, en los pensamientos.

Lo hacemos todo el tiempo y sin darnos cuenta.

Buscamos mantener la sintonía que nos unió a ellos y que nos provoca diversas emociones, intentando equilibrar nuestras diferentes características en una especie de negociación emocional.

Dar y ceder, renunciar a algo esperando obtener, en su kugar, otra cosa.

Siempre esperamos del otro, por nuestra presencia e interacción en su vida, algo a cambio que nos satisfaga. De diversas maneras y expectativas, pero siempre esperamos.

Nosotros, los Hombres, hacemos de la libertad un culto, la razón motora de toda nuestra existencia. La buscamos desde que tenemos consciencia hasta que expiramos.

Vivirla es nuestro fin y su existencia nos identifica como seres únicos e individuales.

A veces, nos encontramos incapaces de ejercer esta libertad sin invadir, controlar, observar, juzgar, sin que ésta no roce, casi “competitivamente”, la del resto de los Hombres.

¡Libertad!

Concebida, quizás erróneamente, bajo todos los aspectos y en todas sus manifestaciones posibles, como fuente generadora de derechos que conciernen pura, exclusiva y solamente a la felicidad propia. Absurdamente parecería que, para avanzar en el camino que conduce a su expresión en nuestra vida, es necesario dimensionar, limitar y encasillar la del prójimo, si no vemos, en la de éste, los reflejos de la nuestra.

Pero, como fruto medular y expreso del libre albedrío otorgado por el Padre Creador profundamente arraigado en nuestra consciencia, la libertad nace y se manifiesta en nosotros antes del pensamiento mismo. Ésta genera, dirige y motiva todas nuestras acciones

Pero ¿qué es la libertad realmente?, ¿qué significa ser libres?

¿Dónde empieza y hasta dónde llega? Y sobre todo cuando se extingue, si es que se extingue y cómo.

Podríamos hacernos muchas preguntas sobre Ella. Pero la primera que me gustaría hacerme sería la siguiente: La Libertad, siendo un Don Divino y herramienta evolutiva, el ejercerla sería para nosotros ¿un deber, una facultad o una obligación?

Muchos sentimientos lo embargaban, cada vez que había recibido un llamado del Cielo con estas características su vida cambiaba por completo. Los objetivos, las prioridades, las estructuras y quizás hasta la metodología, desarrollada hasta ese momento, debían ser transformadas para que el diseño del Padre fuera tomando su forma. Y esta pareciera era la última y quizás, también definitiva.

Siempre había sido así.

No había sucedido muchas veces a lo largo de su misión, pero si sucedía, era terminante.

Una vez que el Cielo se expresara no podía seguir haciendo oídos sordos a aquello que sentía desde un tiempo atrás y que conocía muy bien. El epílogo se aproximaba irremediablemente.

Aquél que había transitado infinitas épocas y sufrido diferentes destinos a merced del Hombre, conocía casi al detalle todo lo que le iría deparando a lo largo de esta misión en la Tierra.

Además, para asegurarse que ninguno de aquellos por los que había venido pudiera decir: “No lo sabía”, había transmitido este conocimiento, también, al ser con quien su espíritu compartía morada. El con disponibilidad total y absoluta portaba en su cuerpo el sufrimiento y la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, quien fuera negado en sus últimos días. Para que él también lo anunciara con su voz y voluntad de Hombre.

En una simbiosis perfecta la gnosis del mutante impregna la consciencia del avatar, asegurándose así que el Verbo se mantenga puro y verdadero. Para que de una misma boca no salgan dos verdades distintas; para que en un mismo cuerpo viva una sola vida y sea ejemplo divino de aquello que es posible realizar en la dimensión Humana.

Venía preparando a sus hermanos y amigos, a los que tanto ama, para este momento, desde hacía algunos años ya, con continuas advertencias, profecías y sobre todo, con su propio ejemplo. También había intentado interceder muchísimas veces entre el tiempo del Padre y el de los Hombres para que les sea concedido más plazo.

Había desgastado completamente su cuerpo, ya martirizado con las Señales Sagradas, recorriendo el mundo para visitar a sus amigos. Había reído y llorado con ellos. Había compartido sus mesas alimentándose de sus comidas. Había reposado su cuerpo cansado en sus casas y apoyado la cabeza en sus almohadas.

Había sido servido por ellos y él también los habían servido.

Y algunas veces, había revivido La Pasión de Nuestro Señor sangrando en sus camas.

En las miles de conferencias que había hecho anunciaba la Justicia y el Regreso del Cristo para todo aquel que, siendo del mundo, quisiera abrir los ojos.

Pero luego, en la intimidad de cuatro paredes, a los llamados, a los elegidos y a sus hermanos les advertía que para ellos, el tiempo ya había llegado, revelándoles los secretos del Cielo.

A estos, a sus operadores, hermanos, compañeros, soldados, amigos les había regalado toda su vida, su energía y Su Sangre, para que, cuando este momento llegara hubieran podido desarrollar las capacidades espirituales y metodológicas óptimas para ser elegidos desde lo Alto y tomar posición en la trinchera del Padre.

Porque cuando el tiempo llegara, no sería suya la potestad de elegir, sería el Padre quien la tendría, tal como tantas veces les había advertido.

Durante años había secado su boca y desgastado su lengua trasmitiendo todo cuanto sabía y explicando cuanto había sido dicho.

Porque así fue prometido.

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, aquel os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho
Juan 14:26

Y así fue cumplido.

Durante su tiempo en la Tierra fue instructor, Maestro, consejero, intérprete, padre, amigo, esposo, hijo y discípulo. Enamorado empedernido de aquellos espíritus sedientos de conocimiento y verdad disponibles al Cielo.

Fue ejemplo vivo de cuanto era necesario realizar. Fue protector y rescatista desesperado de las almas de los Suyos, deseando con toda su inmensidad que cuando llegara el tiempo, este tiempo, estuvieran todos a su lado.

Pero la Verdad se ofrece, no se impone. Y por respeto y adoración a la Libertad de cada ser que le fuera encomendado, el permitía, con infinita sabiduría, que cada uno interpretara, realizara la Obra e hiciera su camino como mejor pudiera hacerlo. Regalándole talentos a unos y haciéndoles descubrir los propios a otros. Siempre empujándolos a desarrollarlos al servicio de la Obra del Padre. Amonestando e Interviniendo solamente cuando los valores Sagrados de ésta eran violentados. Tal como Jesús hizo con Su familia, Sus discípulos y Sus amigos.

En su espíritu sentía nostalgia y también tristeza, porque en cada etapa, en cada cambio, en cada transformación le eran arrebatados, por el Mundo, muy sagaz en la mentira y ducho en la ilusión, muchos hermanos.

Aquellos a los que el Amor y la fe no les alcanzaba para desprenderse de sus miedos, aferrándose a esos conceptos y estructuras mentales que, el mismo, combatía tanto para lograr arrancárselos de sus corazones, quedaban por el camino, alejándose.

Y esta vez no sería una excepción, porque podría ser la última antes de la batalla final.

Pero, la Libertad que nos fue regalada nos da ese maravilloso don, de poder pensar, sentir y sobre todo elegir. Y para que podamos hacerlo, el se había hecho matar en varias vidas y de muchas formas, esperando que, al encontrarnos en ésta, en la última, nuestros espíritus finalmente hubieran aprendido a ser libres.

¿Cuántas veces fue incomprendido, desobedecido, enjuiciado, mentido y abandonado por sus hermanos cuando más los necesitaba?

Muchísimas, cientos de veces, miles de veces, quizás más veces que estrellas hay en el Cielo, pero con el amor que quema en su pecho, el triplicó todas esas veces en oportunidades para ellos de comprender. Conoce bien la las debilidades del Hombre que aún no aprendió a diferenciar el aroma y el sabor del ser libre de Verdad.

El sabe, siempre sabe, pero calla.

Y perdona, siempre perdona.

Aunque calle.

Y por Amor calla, siempre calla. Hasta que habla Justicia. Y es demasiado tarde.

Los días que vendrían lo encontrarían aislado y concentrado. Exhausto de trabajar eternas y largas horas sentado en su computadora. Con la mente y su inteligencia prodigiosa puesta en la coordinación del trabajo operativo y práctico, pero el espíritu extremadamente receptivo a las señales que el Cielo enviaría para llevar adelante la ansiada Comunicación Divina.

Sin embargo, siempre concedía pequeños momentos a los chicos preciosos a los que él llama: suyos.

Ellos lo buscan como un amante busca a su enamorada, necesitan de sus consejos, de su mirada y presencia paternal como agua fresca en un desierto árido e infinito del que no se puede salir jamás.

Gozan, como si fuera el último día de su vida, cada milésima de segundo que comparten con el. No importa de que manera, en un almuerzo fugaz, en un encuentro yendo al baño, en una escapada que éste se hacía para ver que estaban haciendo sus muchachos.

Ni que decir como lo miraban, extasiados y en silencio, aquella vez cuando lo siguieron hacia la playa. Porque se corrió la voz entre ellos que lo habían visto caminando hacia el océano para ver la luna.

Una Luna mágica y llena que mostraba, orgullosa y servicial, todo el brillo concedido por su esposo el Sol, tomando un color y un matiz muy particular en perfecto contraste con el cielo azul oscuro de la noche.

Luminosidad obsequiada por nuestro Padre, amante divino de la galaxia que habitamos y reflejada maravillosamente sobre las aguas de ese oceáno. Aguas atlantideas, que, frente a tal belleza imperial, pareciera querer detenerse, pero sus olas impedidas de quedarse quietas intentaban realizar sus movimientos en máximo sigilo.

Los elementos de la naturaleza, artífices y facilitadores de la comunicación entre el Cielo y la Tierra, hablaban, para él, en un lenguaje, por nosotros, desconocido.

El no estaba simplemente observando románticamente la Luna. Estaba hablando con la naturaleza que lo impregnaba de la manifestación perfecta e imponente de la economía Creativa del Espíritu Santo.

Cada manifestación del Padre es vida en movimiento. La luna le trasmitía su eterna y necesaria dependencia del Astro Rey. La arena blanca y brillante que en la noche le señalaba donde podía apoyar sus pies, traspasados por la Pasión, y alcanzar el océano que le susurraba suaves melodías al oído. El viento que soplaba suavemente jugando a despeinarle su pelo plateado como una caricia tierna y venerante al Ser que habita en El.

Los chicos no lo pierden de vista ni un segundo, con sus ojos luminosos observan cada movimiento suyo y en un silencio profundamente respetuoso esperan y se preguntan si está sucediendo ya, aquello que él fue a hacer que suceda.

Lo miro de espaldas. Los pensamientos me abruman. Quiero callarlos. Pero ellos disfrazados de premisas teológicas e hipótesis espirituales sobre lo que está aconteciendo, intentan quitarme esa concentración que el espíritu necesita para nutrirse de la Gnosis que trasmite la energía que en ese momento movía todas las cosas, movía los elementos de la naturaleza otorgándoles voluntad, movía a las personas que allí están poniendo a cada una en un lugar determinado, movía a la luna y movía a Su espíritu haciéndolo caminar hacia la espuma del mar.

Los pensamientos regresan. Esta vez contaminados de sufrimientos innecesarios. Y se apoderan de mi psiquis. Es que allí, parada frente a la expresión comunicativa de Gaia, me convierto en mi propia enemiga. Es mi psiquis la que quiere impedir que logre dimensionar y formar parte de esa comunicación intangible y que trasciende cualquier cosa que tenga que ver con el Hombre o sus sufrimientos banales.

Nuestras carencias espirituales se manifiestan a través de las emociones, los sentimientos y los pensamientos que no tienen nada que ver con lo que en ese momento estaba siendo testigo. Estas debilidades intentan ponerse primeras en el orden de importancia que tienen para nosotros cuando permitimos que nos distraigan y desconecten de la experiencia.

Pido perdón al Padre porque, en ese momento, estoy renegando de todo lo que me fue concedido. Porque, con esa ceguera y debilidad, estoy traicionando al Maestro que con su ejemplo y disponibilidad me demostró que, nada nos pertenece, ni siquiera nuestro ser. Compartiendo su intimidad durante muchos años de su Divina vida, solamente para demostrarme que, nuestra existencia humana y efímera, no es nada frente a la eternidad de la Creación.

Pido perdón, porque, allí parada pensando en mí y en aquello que podría hacerme más feliz, ignorando que existe un diseño Divino, estoy negando al Señor.

Estoy desconociendo Su ejemplo al dejarse crucificar.

Estoy negando Su existencia y las razones por las que prometió Regresar.

Apago mi mente. Me obligo a escuchar al ser que, dentro de mí, lucha para ser un buen soldado, mejor persona y operador disponible del Cielo sin esperar nada, ni siquiera una mirada, sino simplemente que se le permita luchar hasta no tener oxígeno, cueste lo que cueste.

Grito hacia dentro de mi y me digo que soy indigna, pienso en todos los hermanos que no pueden estar allí en ese momento.

Y, luego, miro a Mi Maestro de filosofía cósmica parado allí. Solo frente al infinito. Me dejo llenar de todo el amor que el expresa en cada acción. Pienso en la promesa que le hice alguna vez hace tanto tiempo. Y, de repente, los pensamientos se esfuman dejando una estela que me permite ver que eran solo materia inerte. Sin más vida y sustancia que las que yo le otorgue.

En una milésima de segundo todo es claro, todo es Justo.

Por un instante, arrogantemente siento de comprender la metodología del Padre. Pero no a través de un pensamiento lógico, sino que la verdad se manifiesta dentro de mí, como una sensación sin emoción, ni sentimiento, sino como una certeza tangible en mi plexo.

Veo mis culpas, por ese momento, acepto el diseño del Cielo y todo lo que me involucre.

Con valentía acepto el sufrimiento humano que vivo, pero éste ya no tiene peso dentro de mí porque me es claro que proviene de mí misma y sobrevive por mi egoísmo.

Me siento una sola cosa con el tiempo y sé que, éste, siempre es portador de respuestas.

Me embarga una infinita sensación de Ser parte de algo que, aún no conozco, pero que me genera ansiedad y absoluto gozo.

Bajo la mirada hacia una tímida ola que, osadamente, toca los zapatos que cubren los pies sangrantes de mi Maestro y lo observo a El nuevamente.

Pero no veo el hombre con el que hablo cotidianamente, con el que río y lloro.

Ese hombre ya no está y en su lugar veo una silueta que me parece medir varios metros de altura.

Un ser que no es espectador de la naturaleza, sino que es parte de ésta y que provoca cada cosa que en ella sucede.

Y de repente la veo.

La observo manifestándose imponentemente a través de una persona que el Cielo me ha dado, indignamente, la oportunidad de tocar.

Si, delante de mí veo La Autoridad Sacro Santa que gobierna sobre todo lo creado.

La fuerza que hace que todo suceda.

Veo el Amor que mueve los soles y las demás estrellas.

Existen muchas formas de negar a Cristo, como lo hizo Pedro. Algunas son muy claras, directas, identificables, manifiestas, llamémoslas ruidosas. Fruto de una toma de posición a consciencia. Esas las rechazamos, sabemos defendernos de ellas, las evitamos. Son demasiado evidentes, aún para nuestros ojos ciegos.

Pero hay otras formas de negarlo más sutiles, casi imperceptibles, silenciosas, que se deslizan en nuestros pensamientos, disfrazadas de libre albedrío, frutos de nuestra identidad.

Identidad a la que no queremos renunciar porque se identifica con esa libertad concedida y que nos caracteriza.

Y de esas no escapamos, no queremos hacerlo.

Aunque eso implique negar al Cristo, como hizo Pedro.

Y en el fondo, lo sabemos.

En honor a la verdad.

Erika Pais.
30 de junio del 2021

Adjuntos:

- 13-06-21 Erika relata la vida de un personaje ajeno a este mundo
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