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Por Claudio Rojas
El Papa Francisco hace pocos días, mencionó en su homilía de Pentecostés “Este es el tiempo del paráclito”, y esa frase llamó mucho la atención, y pregunto: ¡¿Por qué este tiempo y no uno anterior?, ¿Por qué no lo mencionó en las 8 homilías anteriores de Pentecostés? ,… porque si al referirse al paráclito como el Espíritu Santo, casi no encaja, pues el tiempo del Espíritu Santo data incluso del no tiempo, entonces es siempre. Si bien es cierto, al leer el artículo que contenía ese título, no hay nada relevante y relativo a ese título, es sólo el título el que llama la atención, como si quisiera entregar un mensaje entre líneas para los que puedan entender.
 
El Paráclito quiere decir esencialmente dos cosas: “Consolador y Abogado.”, entonces, sí podríamos pensar en el Espíritu Santo como un Consolador, pero no como abogado, pues un abogado intercede, defiende, enseña; de hecho, la Misión del Paráclito será guiar a los discípulos a la conquista de la verdad íntegra y total ... A él, pues, se debe el que los discípulos se den cuenta de lo que la revelación de Jesús contiene.

Dado que el examen de conciencia universal está a las puertas, pues la acumulación de advertencias sobre su inminencia en revelaciones privadas ya no permite dudar de su cercanía sin desprecio de las leyes de la estadística. Los sucesos eclesiásticos e internacionales que tendrían que preceder al Aviso se encuentran en fases avanzadas de desarrollo, frenados únicamente por una sujeción frágil y en trance de ser, a su vez, ceñida y empujada. Se vuelve significativo el dicho del Obispo de Roma.

“El Aviso” y que en muchos medios católicos, sobre todo anglosajones, llaman “la Advertencia” será, en realidad, un examen de conciencia, durante el cual todos y cada uno de los habitantes de la tierra experimentaremos el mismo fenómeno que Saulo de Tarso cuando cabalgaba camino de Damasco. En los Hechos de los apóstoles se narra el suceso: “De repente, le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9, 3-4) La diferencia entre la vocación de Saulo y el Aviso universal es que, al posterior apóstol de los gentiles el Señor le habló para iluminar su conciencia, y a los hombres de nuestra generación será su sola mirada la que nos interrogue, mientras el Espíritu Santo descorre el velo de nuestras conciencias. A Saulo, la luz de Dios le dejó ciego durante tres días; a nosotros esa misma luz nos abrasará interiormente en la medida de la situación real de nuestras almas: “Porque toda bota que taconea con ruido, y el manto rebozado en sangre serán para la quema, pasto del fuego” (Is 9, 4) Quemadura interior, especialmente terrible para los cómplices de la cultura de la muerte por muy ajenos e irresponsables que se imaginen: “Los que entran en calor entre terebintos, bajo cualquier árbol frondoso, degolladores de los niños en las torrenteras, debajo de los resquicios de las peñas” (Is. 57,5). Legisladores, promotores y ejecutores de la matanza ejecutada hoy fríamente tras el velo de la hipocresía.
El carácter terriblemente aflictivo e impresionante del Aviso fue advertido por la Santísima Virgen a la vidente Conchita en Garabandal-España el 1 de enero de 1965: “Será como un castigo: para acercar a los buenos aún más a Dios, y para advertir a los otros que, o se convierten, o tendrán su merecido…”
 

El Aviso, ahora inminente, va a ser una purificación dolorosísima, pero, al mismo tiempo un acto de misericordia: el esfuerzo definitivo de la Misericordia divina para enderezar al mayor número de almas; y a la vez el fin del tiempo de la Misericordia y el comienzo del tiempo de la Justicia.

Momento cenital de la obra del Espíritu Santo en la historia. Obra iniciada a escala apostólica durante el primer Pentecostés que será consumada a escala universal durante el segundo: cuando en los últimos días – no días últimos de la historia, sino sólo del primer cielo y la primera tierra (Ap 21, 1) - Dios derrame su Espíritu sobre toda carne (Hch 2, 17- 21).

El Aviso debe ser la consumación de la acción del Paráclito para el convencimiento respecto al pecado, respecto a la justicia y respecto al juicio (Jn 16, 8). De ahí la responsabilidad que encierra la no colaboración con el Espíritu de verdad en ésta tarea absolutamente prioritaria de nuestro tiempo: convencer respecto al pecado. El oscurecimiento de la luz sobre el estado auténtico de las conciencias lleva aparejada la responsabilidad por el próximo y terrible sufrimiento de éstas al ser confrontadas de improviso con su miseria.

El Aviso será abrasador porque nuestras almas están rellenas de paja seca, lista para arder, y nuestras conciencias ofuscadas por la imagen autocomplaciente implantada por el engañador: Imagen falsa, alimentada por más de tres siglos de distracciones de la responsabilidad que implica la libertad humana. Imagen extrañada de la gravedad del pecado por el abandono de la pedagogía de la cruz de Cristo. El convencimiento respecto al pecado es apremiante, sobre todo, para aquellos que podemos estar engañados creyéndonos en algunas medidas justos. Porque la gran baza escondida del engañador es la rebeldía contra Dios desde la riqueza de espíritu que se cree injustamente tratada.

La proclamación de la misericordia divina carece por completo de realismo allí donde se ha perdido, o debilitado seriamente, el sentido del pecado. ¿Cómo advertir a nuestros hermanos, a nuestros vecinos, a nuestros contemporáneos, que nos queda un tiempo muy corto para sincerarnos ante Dios desnudando nuestra alma hasta sus últimos repliegues?

Como se le dijo a Conchita, una de las finalidades del Aviso será acercar a los buenos aún más a Dios. En este sentido el Aviso va a ser un derramamiento extraordinario de gracias, un nuevo Pentecostés a escala universal. Durante el primer Pentecostés “vino del cielo como una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2, 2-4). El efecto más significativo de aquella efusión del Espíritu fue, sin embargo, que los apóstoles perdieron definitivamente el miedo y salieron a predicar en las calles. El discurso inmediato y tremendo de Pedro tuvo alcance escatológico, citando al profeta Joel (Jl 3, 1-2): “Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2, 17-21). Derramar el Espíritu Santo sobre toda carne significa que nadie, creyente o no creyente, quedará excluido de su acción. Además, San Pedro nos advierte cual debe ser la respuesta de cada uno de nosotros durante este segundo Pentecostés: La misma respuesta del apóstol incrédulo Tomás “el mellizo” al ser invitado a meter su mano en el costado de Cristo: Señor mío y Dios mío (Jn 20, 28). Una respuesta que debe expresar el humilde reconocimiento de la Verdad no recibida plenamente hasta ese instante de evidencia.

Sor Faustina Kowalska, a la cual el Señor había pedido a comienzo de los años treinta del siglo pasado: “Escribe esto: Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, les será dado a los hombres este signo en el cielo. Se apagará toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces en el cielo aparecerá el signo de la cruz y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador saldrán grandes luces que durante algún tiempo iluminarán la tierra. Eso sucederá poco tiempo antes del último día” (Diario, apunte 83, página 63). La cruz en el cielo es la misma señal prevista por Jesucristo en su discurso escatológico (Mt 24, 30). La concordancia con los prodigios celestes anunciados por San Pedro en su discurso posterior a Pentecostés, para antes de que llegue el día grande del Señor, es total. De hecho, a Sta. Faustina se le concretaron los fenómenos externos que acompañarán al Aviso. Aunque no sólo los externos.

La comprensión de los últimos tiempos tampoco ha podido ser ofuscada por los extravíos de la escatología: La escena grandiosa del juicio final (Mt 25, 31- 46) que sí corresponde al fin de la historia, será anticipada en el tiempo por el juicio intrahistórico presidido por los resistentes al anticristo (Ap 20, 4-5). Momento que constituye el juicio de una etapa histórica, en ocasiones confundido con el definitivo. Esta Parusía cercana, la será eminentemente espiritual – aunque eficacísima y rubricada con innumerables apariciones puntuales y sublimaciones eucarísticas – mientras que poco tiempo después, aquella manifestación se materializará visiblemente para presidir el último juicio (de la forma descrita en el evangelio, vale decir…”sobre las nubes del cielo con gran potencia y gloria”, “de la misma forma como se fue” y “ todo ojo le verá” (Mt 24:29,30: Hch. 1:10,11; Apoc. 1:7).

El gran Aviso de Dios e iluminación de las conciencias precede pues a la renovación del mundo, no a su clausura, para tratar de aminorar los dolores del parto. Es, de alguna forma, la avanzada preparatoria de la Segunda Venida de Jesucristo. Es avanzada preparatoria, y en este sentido forma parte de la Parusía, porque de sus efectos depende el rigor mayor o menor del Día del Señor que transformará las condiciones de la vida humana y abrirá camino a la Nueva Jerusalén. A esa nueva Jerusalén que desciende del cielo a la tierra, es decir, al tiempo y a la historia (Ap 3, 12). La negación y el escepticismo hacia la Segunda Venida son presupuestos de la gran apostasía y engaño que la precede (Mt 24, 48).

El Aviso puede ser, además de explosión histórica de la Misericordia, el espaldarazo divino para que una cristiandad desintoxicada rechace la cultura de la muerte y se alce restauradora del honor divino. Porque el Aviso materializará a escala universal la dimensión mesiánica de la Realeza de Jesucristo, latente en su Sagrado Corazón. Será el segundo Pentecostés, para toda la humanidad y todas las religiones… El Espíritu Santo dará a todos la Luz de la Verdad.

Así como el primer Pentecostés, detonó el comienzo de la gran obra de los apóstoles de Jesús; el segundo Pentecostés debiera ser decisivo en la obra del Paráclito y sus discípulos y los jóvenes que lo acompañen en la gran batalla contra el Anticristo, y también en la última obra evangelizadora.
Porque nuestra capacidad de resistencia está comprometida. Necesitaremos toda la fuerza del Espíritu para mantenernos firmes en la fe, en medio de la confusión general, durante la tribulación ya iniciada.

Claudio Rojas
25 de mayo 2021

Adjuntos:
30-04-21 Dios en su infinito amor envía a su mensajero como posibilidad de salvación.
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06-12-20 Los llamados y los elegidos están sobre la Tierra
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10-04-21 Signos que vienen de los jóvenes siervos de Cristo
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15-01-20 Compartiendo con Elías, Juan y un enviado del Cielo
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