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DEL CIELO A LA TIERRA

ESCRITO TEOLÓGICO Y PROFÉTICO DEL HERMANO Y RABBI, FLAVIO CIUCANI.
LEED Y MEDITAD.
EN FE
G.B.
PLANETA TIERRA
8 de abril 2020

OTRA IGLESIA… OTRA HISTORIA

Ireneo era todavía muy joven cuando su maestro Policarpo, obispo de Hierápolis, favoreciendo el ardor juvenil de divulgar el Evangelio, lo bendijo y lo mandó entre los pueblos de las Galias. La ciudad de Hierápolis, de la que hoy quedan sólo preciosas ruinas, era en aquella época muy conocida porque era un lugar de paso para quienes querían ir desde Palestina a Grecia, pasando por Anatolia (actual Turquía); pasaban los mercaderes que venían de lejos con sus caravanas, y aprovechaban las aguas termales para recuperarse del cansacio; pero por allí pasaron también todos, o casi todos, los apóstoles y los discípulos de Jesús en su peregrinar para llevar al mundo la "buena nueva" (εὐαγγέλιον), el Evangelio. También el apóstol Juan pasó y se quedó allí por poco tiempo. Y fue precisamente Ireneo, ya anciano y obispo de la ciudad de Lión, el que nos cuenta que, en Hierápolis, Juan, mientras estaba allí, habló de su experiencia al lado del maestro Jesús y siempre tenía cerca de él a dos jóvenes, sedientos de saber, y que le hacían muchas preguntas: uno se llamaba Policarpo que, cuando Juan fue a Efeso con la Madre de Jesús, fue elegido obispo de Hierápolis; el otro era Papías que recopiló cinco libros con los relatos del apóstol que llevan el título de "Explicación de los dichos del Señor", de los cuales desgraciadamente no quedan nada más que pocas afirmaciones, pero de ellas se deduce que Juan contó mucho.

Antiguamente se pensaba que la memoria residía en el corazón. Aún hoy los franceses usan el antiguo dicho “aprender a través del corazón” (apprendre par coeur), para decir "aprender de memoria". Los primeros cristianos llamaban a Juan el "discípulo predilecto de Jesús" o "aquél que que apoyó la cabeza en el pecho del Maestro"; él aprendió a través del corazón la memoria de Cristo y fue el portador de sus confidencias.

Ciertamente muchas de estas confidencias fueron recibidas por Papías, aunque tenemos que contentarnos con pocas referencias. En las iglesias primitivas en todo caso, primero de Asia y luego en las otras comunidades, las enseñanzas relacionadas con Juan tenían muchos seguidores y no eran tampoco tan secretas como afirman algunos. De hecho, todavía se cree que el Evangelio de Juan es una transmisión de verdades ocultas. No era así para los primeros estudiosos de los evangelios, los antiguos catequistas, exegétas o los llamados padres de la iglesia. Estos se asumieron la tarea de transmitir aquella ciencia del espíritu de la cual Cristo fue, y es, el maestro sublime. Es verdad que la mayor parte de ellos provenían de familias nobles. Eran cultos, habían estudiado, pero filtraban su saber a través de las finas mallas de la ciencia evangélica y se volvieron siervos de la Palabra y enseñantes de la verdad. El sabio no se expone por vanagloria, es la primera regla que estos maestros aprendieron y transmitieron: "¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único? (Juan 5, 44). Su enseñanza pasó a través de las épocas, de las persecuciones del poder politeísta y de las injurias y los maltratos de quienes se llamaban hermanos, pero su saber, el que habían recibido de aquél que escuchó el latido del Maestro, penetró en la trama de los hombres y como un hilo áureo sutil, invisible, pero resistente, llegó hasta al final de los tiempos.

A los hombres y a las mujeres que se acercaban a los maestros de la ciencia del espíritu, les fue anunciado que Cristo había prometido un nuevo Reino de Dios que se realizaría sobre la tierra porque "más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1, 12). Pero Dios no tiene el físico de Zeus, con las saetas en mano, ni disfruta de la sangre ni de las matanzas como Ares, y no vive en un Olimpo: Él es nuestro Padre y vive en los Cielos, no dentro de ellos, sino que los compenetra. Es Él el "cosmos (κόσμος)” como los griegos lo llamaban, es decir "orden". En este orden universal el Padre manda sobre los cuerpos celestes porque estos tienen un alma, en efecto ha sido escrito "he mandado sobre todas las estrellas" (Is 45, 12), y en esta inmensa armonía Él tiene muchos lugares habitados, para sus amigos: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Juan 14, 2). Nadie ha visto nunca a Dios. Le dijo Filippo: "Señor, muéstranos el Padre y nos basta".

Jesús le contestó: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14, 8-9). La Tierra, parte del mundo, es la morada provisional actual, pero hay otros lugares diferentes cuyos habitantes son diferentes de los hombres, "beatos, dotados de cuerpos más celestes y luminosos" predicaba un padre de la cristianidad. Y Pablo decía: Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria (1Cor 15, 40-41). “Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual (1Cor 15, 44-46). 

Pero ¿cómo se puede llegar hasta las moradas del Padre? “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6). Y los cristianos empezaron a imitar a aquel Jesús que había indicado el modo de vivir: “Un mandamiento nuevo os doy. Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13, 34).

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"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.Los.judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo”. (De la Carta a Diogneto)

Mientras los cristianos intentaban vivir las virtudes evangélicas sobre la tierra, no como morada estable, sino como una habitación donde estar para heredar el Reino, "el príncipe de este mundo" (Juan 12, 31), Satanás “se disfraza de ángel de luz. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia (2Cor 11, 14-15) "El emperador victorioso concentró sobre sí mismo una única autoridad y comenzó a anunciar a todos el reino de Dios. Se disolvió así cualquier temor de los males que oprimían a todos, y las poblaciones de cada provincia y de cada ciudad celebraron expléndidos festejos. Danzas y cantos hacían conocer, ante todo, a Dios, Señor de todas las cosas, y rendían honor al vencedor (Eusebio de Cesárea, Vida del emperador Costantino). Fue así que la autoridad imperial tomó por mano a las iglesias de los creyentes y les hizo conocer el placer del poder, la flexibilidad de las costumbres y el tintineo intoxicante del oro.
Muchos maestros dieron vida a un movimiento minoritario contra la asimilación por parte de las jerarquías eclesiásticas del nuevo ambiente que se había creado: eminentes padres abandonaron la vida pública y comunitaria como rechazo de la vida social, para inspirarse con libertad en los valores espirituales a través de la austeridad y la renuncia. Así nacieron anacoretas y ermitaños en los márgenes de los desiertos que vivían en chozas o en grutas aisladas en oración y meditación. Otros en cambio, sin vivir en comunidad, seguían a un maestro, siempre en lugares aislados. A partir de ellos se difundieron en silencio las razones de la fe cristiana enunciados por el apóstol Juan.

Una especie de camarilla, sin jefe ni reglas, ni afiliación, se introdujo dentro de la iglesia oficial y se puso al lado y al servicio de la misma. La iglesia de Juan también permaneció fiel aún cuando las instituciones parecerían estar lejos de la tradición apostólica basada sobre las beatitudes y sobre la renuncia de la mundanidad.

El emperador ordenó embellecer la ciudad de Roma con construcciones que exaltaran su cristianidad. Se necesitaron treinta años para construir la basílica de San Pedro, sobre la sepultura del apóstol Pedro. El objetivo era tener una construcción digna de la ritualidad de los cristianos. Pero mientras las obras sobre la colina Vaticano proseguían con lentitud en la construción de una basílica para proclamar los momentos esotéricos de la iglesia, el obispo de Roma, hombre de paja del emperador, le delegó a un desconocido eclesiástico la construcción de la sede obispal sobre un terreno, llamado Horti Laterani, que le había regalado el emperador. El encargado les ordenó a los constructores que construyeran una basílica que tenía que representar una iglesia esotérica. Así nació, incluso antes de que se concluyeran las obras en Vaticano, la primera Basílica de Roma que llevará el solemne título de Archibasílica Papal del Santisimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Evangelista en Letrán (Archibasilica Sanctissimi Salvatoris et Sanctorum Ioannis Baptistae et Ioannis Evangelistae in Laterano) Madre y Cabeza de todas las Iglesias de la Ciudad y del Mundo (Omnium Urbis et Orbis Ecclesiarum Mater et Caput). El edificio estaba orientado de modo tal que el ábside y el altar fueran dirigidos hacia oriente, es decir, hacia donde surge el sol, de dónde "venía la Luz verdadera, que ilumina a cada hombre" (Juan 1, 9), allí dónde está fijo el ojo del águila de Juan listo para recibir a Cristo que retorna sobre la tierra.

Los ermitaños volvieron a la vida civil con una tarea bien precisa: reconstruir una verdadera sociedad capaz, desde el principio, de ser la semilla del nuevo reino.
Construyeron comunidades como ciudaflaviomens3des de Dios, bien fortificadas contra el exterior tentador, pero abiertas hacia el cielo: surgieron las abadías en las que, hombres cultos, enseñaban a construir, a sembrar, a leer y escribir, pero también a pararse para meditar y rezar. La disolución de esta institución, que fueron la salvación del saber y de la cultura humana, crearon nuevos movimientos de hombres eclesiásticos y civiles que obligaron a la ya dicha Iglesia romana a cortar el cordón de esclavitud y sujeción super pagada con el imperio. Hubo momentos de mucha agitación en la iglesia de Juan, dedicada por completo a intentar una reforma radical de la vida de los obispos. Hubo victorias, pero también muchas derrotas. El espíritu de Juan voló por los movimientos pauperistas, habló por boca del fraile de Asís, hizo palidecer de vergüenza a los cardenales simoníacos a través de la obra de Caterina, la chica anoréxica. Dentro de la necesidad del cambio de la sociedad, nacieron sociedades de hombres sabios y espirituales para transmitir las verdades relacionadas con Juan. También sobre ellos se abatió la solapada intrusión del espíritu satánico después de que la divulgación de Cagliostro llegó hasta las cortes de Europa. Hubo la gran guerra de las hogueras, de las torturas, de las falsedades, de las omisiones para derribar aquellas nociones que ya la ciencia misma estaba descubriendo: así acabaron las masonerías de Juan, así acabó Bruno, con un clavo en la lengua para que no hablara.

Pero los tiempos cambian y con ellos se desarrollan nuevas armas y se afinan nuevas estrategias. Las camarillas de las logias esotéricas se habían doblegado a las nuevas lógicas del poder político y económico; entrelazaron relaciones sospechosas con los Estados soberanos dando lugar a reacciones de nacionalismos portadores de racismos y guerras. Al mismo tiempo nació un estado oculto, criminal y satánico para conquistar el mundo y las almas de los hombres y volverlos esclavos y víctimas del bienestar material. La Tierra, una de las almas del sistema, no puede estar en manos de la maldad y el cosmos, el orden, no puede caer en desequilibrio. Fue así que "el Verbo, oyó el lamento de la Madre, porque "En él estaba la vida, y la vida fue la luz de los hombres", (Juan 1), y la apretó a si con mil riachuelos de luz. Satanás y sus hijos vieron a los “ángeles de Dios subir y bajar" (Juan 1, 51), y vieron la potencia de la Palabra “En cuanto dijo Soy yo, retrocedieron y cayeron al suelo” (Juan 18,6).

Sucedió lo que había sido dicho: “Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra” (Actos 2, 17-19. Los jóvenes videntes recogieron la cariñosa lista de la santa Madre, los contactistas divulgaron los consejos y las preocupaciones de los sabios hermanos de las moradas cósmicas, novicios Bautistas recorrieron el desierto espiritual de las ciudades terrenales gritando "¡Justicia!", el cáliz de la comunión viviente tomó la Cruz de sufrimiento y su palabra retumbó en los cuatro rincones de la tierra: El Juez ha regresado! "

Flavio Ciucani
6 de Abril 2020
http://www.flaviociucani.it/argomenti/storia-riveduta-e-corretta/36-un-altra-chiesa-un-altra-storia.html

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