El fenómeno de las apariciones marianas frecuentemente ha sido considerado como una secuencia de acontecimientos extraordinarios que han constelado un poco la historia de la Iglesia, pero realmente este es un modo muy simplista de entender la actividad espiritual que los hombres han tenido respecto a la Virgen o que Ella ha tenido respecto a los hombres. Si queremos hablar de las apariciones Marianas, tenemos que afrontar ante todo el sentido del culto Mariano. La mayor parte de nosotros ha sido educada desde niños a tener una devoción hacia este Ser, como también nos han enseñado a rezar a Jesús, al angelito y todo lo demás que hace parte de nuestros recuerdos de la infancia. Se ha notado que muy a menudo los hombres maduros prefieren nombrar a "Cristo" en vez de "Jesús" porque psicológicamente está más ligado a recuerdos de jovencitos. ¿Es quizás por esto que, en los momentos de peligro o dificultad, nos dirigimos a la Virgen y nos sale espontáneo rezar una Ave Maria? Esto significaría que si nuestra mamá no nos hubiera enseñado la devoción mariana nosotros no sentiríamos la necesidad de dirigirnos a un ser divino femenino. Soy de la opinión que, en la psique humana, o quizás en su Dna, existe un estímulo que va más allá del mero sentido religioso, que propone otra perspectiva con respecto a la devoción a Maria.
En tanto hay que subrayar y aclarar que para los cristianos el centro de la fe no es la Virgen, sino la fe en Jesús Cristo. Nosotros nos creemos cristianos porque hemos aceptado el mensaje evangélico de la predicación de Cristo, que nos ha anunciado una "buena noticia", en griego εὐαγγέλιον, euanghelion, Evangelo Evangelio, que será fundado un nuevo reino sobre la Tierra, el reino de Dios, y que los hombres son hijos de Dios y están destinados a hacer parte del reino si se convierten en amigos de Jesús: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”. (Juan XV 15-17). Esta es la esencia del cristianismo. En apoyo de esta elección crística hay elementos, medios, para alcanzar este fin: son aquellos valores espirituales y humanos que hay que poner en práctica para empezar a construir las bases sociales e ideológicas del reino:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
Bienaventurados los mansos , porque ellos posseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mateo V 3-12).
¿Qué tiene que ver la Virgen en todo esto? Ciertamente existe una gran disputa entre los cristianos mismos sobre el papel, la devoción, su presencia auxiliadora y milagrosa, o sobre las así llamadas apariciones. La veneración y la devoción a María son aceptadas en la Iglesia Católica y en la Ortodoxa, mientras no lo aceptan los cristianos del protestantismo. En todo caso hay que recordar también que en la Iglesia romana sólo se acepta la veracidad de las apariciones marianas en determinados casos, después de haber hecho escrupulosas investigaciones y por lo tanto después de haber analizado si los valores que se expresan en las apariciones Marianas concuerdan con los de la Iglesia: ¡nunca han sido oficialmente aprobados los mensajes que hacen referencia a los males y a los vicios que hay dentro de la Iglesia! Otros, sobre todo devotos prelados y mariólogos, son propensos a ver en las apariciones Marianas una llamada a acercarse a los sacramentos, a la confesión, a la comunión, y por lo tanto aprueban los grandes desplazamientos de peregrinos hacia los lugares Marianos, incluso sin la aprobación de la curia romana.
Pero yo creo que sería necesario considerar el culto Mariano con respecto de una necesidad del YO ancestral, de la conciencia del Homo sapiens de pertenecer a la Naturaleza, a la Creación, al universo, una necesidad que va más allá de la idea de religiosidad. Esto porque la presencia de un ser Divino o Señal Divina ha estado siempre presente en el "vivir" humano, que iba más allá de la fe, del culto: era un aspecto particular de la perceptibilidad humana. Esta sensibilidad particular ha perdurado en el tiempo, en sus distintas variaciones de acuerdo a la percepción y al conocimiento de la naturaleza, para al final terminar siendo ofuscado por el racionalismo materialista de fines del Seiscientos y abolido por la revolución francesa y por el Iluminismo. Pero la necesidad de no sentirse retenidos de una parte del ser humano, disminuyéndolo a una simple casualidad material, ha hecho que se perpetuara la sensibilidad espiritual o la creatividad intelectual.
Ya muchos siglos antes del Advenimiento de Cristo y por lo tanto de la entrada, en la escena de la historia, de la figura de Maria, existía un fenómeno global interesante que unificaba a todos los pueblos, a todas las razas, a todas las religiones: el culto de la Diosa Madre. Hay una historia, que los históricos, arqueólogos, filósofos han contado muy bien, que tiene por escenario antiquísimas rutas de caravanas por dónde los mercaderes se encaminaban con sus carros repletos de mercancías para llevarlas de un lugar a otro, desde puntos lejanos entre ellos. Desde las grandes estepas de Rusia bajaban caravanas, pasando por la mítica Samarcanda, famosa desde la noche de los tiempos por la cría de caballos, una parada obligada para todas las mercancías que llegaban desde el Norte; aquí los mercaderes se reunían, podían comer y beber, descansar, hacer provistas. Los que tenían que continuar hacia el oeste se adentraban en la actual Turquía por una de las más antigua rutas de caravanas que llegaban hasta Efeso para luego detenerse sobre las costas del Mediterráneo dónde había muchas ciudades griegas llenas de barcos desde dónde las mercancías saldrían rumbo a Grecia, hacia las tierras de Esperia (Italia) hasta las lejanas tierras de las Columnas de Hércules.
Por este camino, entre Samarcanda y Éfeso, en la meseta rocosa, de vez en cuando había una estatuita que representaba a una mujer sentada en un trono de piedra, de complexión voluminosa, senos prósperos, rodeada por animales y cosechas. Los mercaderes se paraban como si se encontraran frente a un ser vivo, una presencia constante a la cual no dedicaban simplemente una plegaria, sino que exprimían profunda consideración y respeto, porque aquellas pequeñas simples esculturas representaban a la gran Diosa Madre, la Madre de todos los dioses, la Madre y la Nodriza de los hombres. A mitad del camino, los mercaderes se encontraban en una especie de claro, entre los senderos montañosos de la meseta de Anatolia y encima de este ensanche natural estaba dibujado sobre la roca un templo con columnas, con la puerta, con decoraciones y arquitrabes en lo alto. ¡Pero una vez llegados a la base de esta roca, no había nada, no se podía entrar por ninguna parte, no se iba a ninguna parte ¡porque era un bajo relieve impreso sobre la roca! Por la puerta impresa no se entraba a ninguna parte: el templo era la roca misma; el templo de la Diosa madre era la tierra. Actualmente los arqueólogos y los historiadores llaman a este lugar santuario de Yazilikaya.
Esto significa que estaba muy arraigada la convicción de que la tierra fuera un elemento vivo y que se preocupaba de la subsistencia de los hombres y por lo tanto la veneración no pasaba a través de ningún templo porque la Diosa Madre era la tierra misma que se pisaba. La misma divinidad era llamada la Diosa de los hombres y de los dioses, en el sentido que los hombres y los dioses, es decir las divinidades, eran fruto de la procreación, de la magnificencia de la Tierra misma: como queriendo decir que la Tierra, el alma de la Tierra, algo que estaba vivo, creaba o había creado a las divinidades en las que creían los hombres; entonces la divinidad, el alma que decimos la Tierra misma era al mismo tiempo una creadora. Yo estoy convencido de que ha habido un momento crítico, de profunda meditación teológica, cuando se empezó a arar la tierra, es decir a herir a la madre para crear el sistema agrícolo: quizás por eso nacieron momentos rituales para atraerse la benevolencia de la Madre; o quizás también hace referencia a esto el mito de Proserpina.
Mucho más tarde, con la difusión del racionalismo griego y del pragmatismo romano, la Tierra se convirtió en una diosa del panteon politeísta. En Efeso, la parada final de la ruta de caravanas, desde la edad del bronce, no podía faltar un templo dedicado a la Diosa Madre de los dioses y de los hombres. Sobre las ruinas de aquel lugar de culto fue construido, entre los siglos VIII y VII A.C., un templo considerado el más grande de la historia y que se cuenta entre las siete maravillas del mundo. El templo estaba dedicado a Artemisa, la diosa de las mil tetas, porque siempre estaba dispuesta a dar comida y subsistencia a todos los hombres.
Efeso ha sido por lo tanto desde siempre no sólo una articulación comercial, sino el punto de referencia del peregrinaje devocional de todas las naciones. Se puede comparar con el de la Tierra Santa o Santiago de Compostela o Monte Sant'Angelo sobre el Gargano para los cristianos medievales. Aquí se podían comprar recuerdos para después colgarlos en casa o en los barcos. Sobre las escalinatas del Templo de Artemisa se detuvo a predicar Pablo de Tarso y se quedó maravillado por la magnificencia del edificio. Pero el apóstol de las Gentes había amonestado diciendo que Dios no necesita templos porque nosotros mismos somos el templo de Dios. Los orfebres se rebelaron porque Pablo fue la causa de la bajada de las ventas de los pequeños templos dorados que ellos construían para venderlos a los fieles de la gran Artemisa de Efeso (At 19).
Los godos destruyeron el templo en el 263 y con los preciosos mármoles los cristianos construyeron la Basílica de San Juan Evangelista en Efeso.
A las afueras de esta ciudad había un gran bosque cerca del cual había una casita que Juan el evangelista eligió como morada, antes de caer prisionero y ser llevado en destierro a la isla de Patmos bajo el emperador Domiciano. Esta casita fue hallada gracias a las visiones de la mística Anna Katharina Emmerick: la vidente en la visión vio y describió la casa de María y en el 1881, basándose en la visión, un sacerdote francés descubrió la casa en medio de las ruinas de la antigua Efeso. En la práctica la Virgen, la madre de Jesús, vivió en Efeso junto al apóstol Juan. Si consideramos que ella hubiera tenido 15 o 16 años en el momento de la anunciación y que Jesús murió a 33 años, María tenía más de cincuenta años cuando estaba en Efeso, en la pequeña casa a orillas del bosque. Una leyenda popular dice que la Virgen, acompañada por mujeres cristianas, por las chicas que la cuidaban, paseaba por el bosque, cerca de casa, que estaba dedicado a la Diosa Madre.
Esta leyenda quizás se difundió después del 431, es decir sucesivamente al Concilio de Efeso dónde representantes de todas las Iglesias constituidas se reunieron y proclamaron a Maria "Theotokos", es decir "Madre de Dios". Es importante este connubio histórico entre la Madre Tierra y la Madre de Dios ya que demuestra que no ha habido una sustitución devocional, sino que la decisión autónoma del 431 encontró el camino fértil para que continuara la sensibilidad del espíritu humano respecto a la Creación. También porque la palabra «Theotokos» (Θεοτόκος) efectivamente no significa "Madre de Dios", la palabra griega, que es un sustantivo masculino, quiere decir "parto de Dios" o "parto divino": pero ya el ángel Gabriel había anunciado: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. ... por lo cual el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios (Lucas 1, 31-35). También la prima Elisabet, cuando se encuentra con Maria que fue a visitarla, la llama "Madre de mi Señor (μήτηρ του κυρίυ)". (Lucas I, 43).
Es muy importante esto de que "casualmente" la proclamación de la Virgen como Madre de Dios se haga justo en Efeso, demostrando que la presencia de lo divino femenino siempre ha existido en la historia, siempre ha sido constante; pero hay que aclarar que después de la llegada de Cristo asume otro sentido importante. María de Nazareth, proclamada luego "Theotokos", se convierte en un elemento fundamental en el credo religioso de la cristiandad: la Virgen ha sido la que ha anunciado la Venida de Cristo, aquella que proclamó la primera la Venida de Cristo, lo llevó en su vientre por 9 meses, es decir que proclamó que Dios estaba regresando a la Tierra. Ha sido la primera en proclamar la Venida de Cristo. Es verdad que ha habido otras personas que han sido precursores de la Venida de Cristo como Juan el Bautista, o como los profetas que han previsto la Venida de un Mesías en el pueblo hebreo como componente esencial y final de los relatos bíblicos.
Así como por mucho tiempo la Gran Madre ha sido el punto de unión espiritual entre todos los pueblos, al igual que hoy, después de dos mil años, la Virgen representa la continuidad de los valores evangélicos y la memoria de la promesa del Reino. He aquí entonces que asumen enorme significado las apariciones marianas de las que hablábamos al comienzo. Hoy la Virgen no ha perdido el título de ser el precursor del Mesías, más bien lo es aún a mayor razón porque está proclamando a la humanidad el Retorno de Cristo.
También hoy están presentes los precursores como los profetas de un tiempo o como nuevos Bautistas, los que toman el mensaje de la Virgen y lo difunden a la humanidad: ellos son el megáfono de la Virgen para proclamar el Retorno prometido por Jesús Cristo. En los últimos siglos han llegado muchos precursores, los cuales no tienen sólo contactos con la Virgen como los videntes, sino que tienen contactos con personajes que viven en otros mundos, que habitan en otros planetas, que anuncian, como hicieron los profetas en los siglos pasados y como lo hacen hoy los videntes, o como hicieron los ángeles bíblicos y proclaman el Retorno de Cristo. En este contexto sitúo las apariciones marianas, y me dejan en la duda otras situaciones en las es absoluta la solicitud de rezar.
Creo firmemente en el rol fundamental de la oración: Jesús mismo rezaba, se aislaba para meditar, decía incluso que ayunaba, pero nos ha enseñado dos cosas importantes sobre la modalidad y la función de la oración: el Pater es la explícita forma de coloquio directo entre padre e hijo; la oración que Jesús aconseja que se haga en el silencio de su propia habitación, más bien, como dice el texto evangélico, en el trastero, en el almacén y cerrar la puerta. Las apariciones marianas de estos últimos dos siglos tienen el color de la recomendación y la preocupación materna de preparar a sus hijos para el Retorno de Cristo, el Juicio de los Últimos tiempos: en fin, las apariciones marianas son el momento en que la Virgen, la madre de Jesús, el "Theotokos" se viste nuevamente de precursor y anuncia la Venida de Cristo.
De una vídeo conferencia del 12 de abril de 2019 en la asociación Giordano Bruno de Puglia.
Flavio Ciucani
26 de Marzo 2020
http://www.flaviociucani.it/
Otros artículos de Flavio Ciucani:
http://www.thebongiovannifamily.com/flavio-ciucani.html