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responsabilidadPor Sonia De Marco

Ayer 25 de septiembre: editorial de Giulietto Chiesa, "¿Serà así el suicidio nuclear"?

Mañana 27 de septiembre: tercera huelga global por el clima, un joven chico que está entre la multitud lleva un cartel que dice: "We have NO time”.

Aquí delante de mí, en el monitor de mi computer portátil.

Hoy 26 de septiembre: pienso que la noticia de ayer y la de mañana sean sólo los primeros puntos de esa bonita, interminable y digamos alentadora lista sin sueños ni esperanzas.

Me hago un par de cuentas, justo solo para no ver todo negro… sin duda existe algo en qué tener esperanza y creer ¿no? Seguramente si me esfuerzo encuentro cosas bonitas que podrian oscurecer momentáneamente ese profundo sentido de extravío de una humanidad a la deriva.

Me hago un par de cuentas, y luego una más. Me aferro como un mejillón a las manchas de leopardo de mis pensamientos. A esos pensamientos valientes, rebeldes, que a pesar de los golpes que ha encajado y de varios knock-out todavía son capaces de volver a levantarse, sobre un fondo negro oscuro.

Pensamientos malditamente testarudos que aún con sus debilidades y una bolsa de hielo en la frente, se obstinan en no querer aflojar.

Y aquí estoy, a la 5ª, 6ª y 7ª cuenta. Una mancha se mira alrededor y ve a las otras y el fondo negro de color del petróleo que avanza y se hace cada vez más denso.

Empieza a vacilar, pensando que no se le puede echar la culpa si se siente sola, si se siente en minoría, y casi casi empieza a justificarse si se cae al suelo, si le cuesta levantarse. Se justifica si con el próximo golpe se quedará ahí, tirada por el suelo sin sangre vital para poder seguir intentándolo.

Ciertamente se podrá quedar allí auto-consolándose con un resignado: "al menos lo he intentado”.

Y mientras poco a poco la veo que se eclipsa, casi como si se dejara llevar como un náufrago en alta mar al límite de sus fuerzas y de su lucha… cuando percibo de lejos que es su última brazada y su último respiro… la vuelvo a llamar con un grito de rabia y de reproche, que casi me desgarra el pecho.

"¿BEH, ESO ES TODO? ¿ES TODO DE LO QUE ERES CAPAZ?”

¿Qué haces, me quieres dejar aquí? ¡Justo ahora, justo ahora? NO puedes cambiar color, NO puedes oscurecerte, NO puedes traicionarme, NO puedes rendirte. Tu lucha es la mía. Mi lucha es la tuya.

Si tú cedes, te arrastrarás al fondo a ti misma… y también a mi.

Tienes el deber de estar de pie. Tienes el deber de ser feliz, a pesar de todo. No puedes vacilar.

¿Qué intenciones tienes? ¿Secar mis lágrimas de dolor mientras te dejas morir, con tu pobre: "¡Perdóname, lo intenté!?”

¡No te lo permitas! Te lo debes a ti misma. A mí. Y a todos los pensamientos que tienen tu mismo color. Podríamos ser una minoría, exhausta, llena de moratones, insultados, burlados, desmoralizados… pero nada podrá quitarnos nunca nuestra identidad.

Nuestro color, nuestra manera de ser diferentes.

Entonces, con esta rabia contra mis fragilidades encuentro la fuerza de resistir. De seguir adelante, de llorar en mi alma como si fuera el milagro más grande cuando un querido amigo me susurra al oído: "Sabes, Francesca y yo esperamos un hijo" (en la foto).

Existe un futuro por el que tengo el deber de luchar. Tengo el deber de llorar todas mis lágrimas de alegría. Tengo el deber de partir y de ponerme de nuevo mi chaleco azul, dentro de tres días en el vuelo Roma-Asuncion (Paraguay).

Hoy 26 de septiembre… en medio de dos días terribles que no dejan esperanzas para el futuro, elijo de no cambiar color. Y si has llegado hasta al final de este escrito, tampoco TU deberías.

Omnia vincit amor.

Sonia De Marco

26 de septiembre 2019