Por Alice Valeri

Cuento los días que faltan para el encuentro más importante del año.

Cada año paso el verano pensando en lo que podría mejorar, en el año que ha ya pasado y en lo que hay que cambiar. Me paso el verano recogiendo piedras, conchas, palitos que son un tesoro precioso y los guardo para lucirlos con cuidado como un diamante precioso el día de nuestra primera reunión.

Cada maestra sabe lo importante que es este encuentro, cuánta preparación interior y exterior requiere. Las semanas antes de que comience la escuela las pasamos en clase, tanto cuando estamos físicamente allí como cuando estamos con el pensamiento. Verificamos que todo esté listo, las cortinas bien planchadas, la luz no demasiado fuerte y cálida, que haya hermosas pinturas en las paredes, los materiales ordenados, limpios y arreglados, un buen aceite esencial que perfume el aire, el ambiente acogedor y amoroso Nos sentamos en el medio de la habitación, a la altura del niño e imaginamos ver con sus ojos y cambiamos o movemos lo que nos parece que no está en armonía.

Y luego pensamos uno por uno en los niños que nos serán confiados durante el nuevo año escolar y por eso pensamos en sus familias. Seguramente hemos dedicado una o dos semanas para conocer a las familias y dejar que sus padres nos cuenten su historia y la de sus hijos, y creo que esta es la parte más delicada y difícil de ser maestra. Dicen que para ser maestra debes ser muy paciente, pero creo que para hacerlo debes saber cómo hacer espacio, espacio afuera pero sobre todo dentro de ti mismo, para tener esa movilidad que te lleve a recordar y olvidar cada vez. Cada niño que conocemos trae su historia con él, trae a su madre y a su padre, trae a su familia con él. Cuando damos la bienvenida a un niño a la escuela, damos la bienvenida a toda su familia, debemos aprender a hacer espacio en nosotros para que esta familia pueda hablar con nosotros en lo más profundo de nuestra alma, para que pueda confiar y confiar en nosotros.

Solo recordando y poniendo en práctica esto, realmente podremos cuidar al niño, solo de esta manera confiará en nosotros y se sentirá libre de ser y existir en el entorno escolar. La imagen que los padres nos traen del niño es una imagen llena de amor y preocupación, una imagen que debe ser acariciada, protegida pero al mismo tiempo olvidada. Cada niño nunca es la imagen que vemos, sino que es como una planta que cambia de forma cada temporada, cuya esencia no muta nunca. Tenemos que llegar a esa esencia, a través de una mirada y de una observación del ser y no del hacer.

Y así, en este aliento entre el interior y el exterior, en este aliento de saber y olvidar, hemos preparado cada cosa, lo que nos gustaría decir eligiendo las palabras correctas, lo que queremos y nos gustaría hacer, pero sabemos que cuando se abre la puerta y esos ojos llenos de esperanza y miedo nos miren, debemos tener la movilidad interior para poder olvidarlo todo, cambiarlo todo y confiarnos por completo a ellos

Los maestros somos equilibristas de la cuerda floja, vivimos en un equilibrio eterno, en un baile entre el YO y el TU, en este maravilloso encuentro en el que uno solo puede existir gracias al otro, en una respiración entre el punto y el círculo, entre concentración y expansión, en un Yo y Tú que se convierte en Nosotros.

Saboreo y pruebo cada respiro que falta en la reunión más mágica de cada año.

No es fácil pero es maravilloso.

Dedicado a todas las maestras que cambian un poco de sí mismas cada año para mejorar.

Dedicado a todos los padres para que encuentren maestras capaces de hacer espacio.

Alice Valeri

14 de septiembre 2019