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renata100Por Renata
Transcribimos una página del diario de Renata que estuvo por un período en Asunción, en el pasado mes de Agosto, como voluntaria en el Merendero “Hijos del Sol”.
Este año será mi cumpleaños número sesenta, me parece que ha llegado el momento de hacerme un regalo realmente importante: cumplir el deseo que siempre he tenido... Y así parto, mi destino es el Paraguay, viviré en contacto directo con la gente del otro lado del mundo y especialmente conoceré a los niños de la calle.
renataLlego a Asunción. Allí me encuentro con Omar, Hilda y Alba Lucero que me están esperando, me reciben con un gran abrazo e inmediatamente me hacen sentir como en mi casa, dándome lo mejor que están en condiciones de ofrecerme.
Luego de una jornada de adaptación, de conversaciones arrancadas (sé muy poco de español), de comida guaraní, llega el día en el que finalmente Omar me lleva a visitar el Merendero “Hijos del Sol”.
Entro por un pasillo oscuro y en ese momento temo de no poder concretar mi proyecto, pero es allí cuando llega María Elisabeth, una hermosa niña de 10 u 11 años (más o menos la misma edad de mi nieta más grande) que saluda y abraza a Hilda mirándome con algo de desconfianza, no tengo tiempo de pensar y llegan otros niños, chicos, chicas que llenan la pequeña habitación “Hola tía ¿qué tal? Todos abrazan a Tía Hilda. No niego que en ese instante tuve un poco de celos: ¿cuándo llegaría el momento en que me llegarían a abrazar así a mi? Entonces comienzo a conocer una realidad desconocida para la mayoría de las personas que viven mi misma vida.
Los días se alternan, jornadas en las que se consolida la amistad con la maravillosa y gran familia Cristaldo, y las tardes en las que, con todo mi ser, intento conocer a los niños y a los chicos del Merendero.
Niños siempre sonrientes, molestos y díscolos como todos los niños del mundo, pero con una historia que muy pocos tienen. Jamás olvidaré el rostro de Moisés cuando le lleva a su madre los pocos guaraníes que había logrado conseguir vendiendo caramelos, jamás olvidaré la tristeza de Analía, cansada de recorrer decenas y decenas de veces los 500 metros de calle subiendo innumerables veces a los autobuses para vender sus dulces, la sonrisa de Kiki al decir “cambia color” cuando quiere un rotulador de un color diferente... Y a los chicos, que no conocen la adolescencia, que se convierten en padres demasiado precozmente dando inicio nuevamente a ese círculo sin fin.
Así llega el último día, todavía tengo en mi piel las sensaciones que me provocaron los abrazos, los deseos como “así que... buena suerte”, las preguntas “¿cuándo vuelves?” con la certeza de no haber hecho lo suficiente y de haber recibido a cambio mucho amor, porque estos niños, estos chicos, estas personas, tienen muy poco, pero tienen un corazón grande y lleno de amor para dar y muchos, pero muchos deseos de recibirlo.
Gracias a Omar, Alba Lucero, Andrés, Julio, Giovanni y especialmente a Hilda por haberme permitido conocer otra cara del amor: dar sin pedir nada a cambio.
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Renata
23 de Septiembre de 2014