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testa 2016enespañol
juanbautista100Por Inés Lépori
 
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros.
Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado.
Juan 13:34
 
Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo:
Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados
Mateo 26:26-28
 
No pido sólo por ellos, sino también por los que
creerán en mí cuando escuchen su mensaje.
Te pido que se mantengan unidos entre ellos,
y que así como tú y yo estamos unidos,
también ellos se mantengan unidos a nosotros.
Así la gente de este mundo creerá que tú me enviaste.
Yo les he dado a mis seguidores el mismo poder que tú me diste,
con el propósito de que se mantengan unidos.
Juan 17:20-23
 
Vigilad y, sobre todo, estad unidos.
El camino solitario sin la comunión entre vosotros, llamados,
es una tentación que os arrastrará inexorablemente lejos de mi luz crística.
El hijo del hombre estará presente con vosotros solo si,
unidos en el camino mesiánico, os amáis como hermanos,
os nutrís de mi cuerpo y bebéis de mi sangre.
No penséis que yo pueda consolar vuestras almas si las mismas
recorren solitarias el camino de la verdad que lleva a la redención
Giorgio Bongiovanni, 30.03.2013
 
Cada año, en el mes de junio, el invierno llama a nuestras puertas, desnuda lentamente las ramas de los árboles y enfría el aire con los vientos del sur. Sobre la tierra húmeda se encienden y crecen los fuegos que iluminan la noche de San Juan.
 
Es el solsticio de invierno, el momento en que el Sol se encuentra más lejos de la Tierra, la hora venturosa desde la que solamente puede regresar y acercarse a ella. Es el devenir del perpetuo contraste de la luz y la oscuridad, de la vida y la muerte y el eterno renacer de la creación, donde nada puede ser destruido, solo transformado, como ave fénix siempre resurgiendo de sus cenizas.
 
Cada año, el 24 de junio, día de San Juan Bautista, encuentra al Arca de Rosario reunida alrededor del fuego sagrado que Su nombre invoca, antorcha de luz que mantiene prendida la esperanza en nuestros corazones.
 
En la tarde de este 24 de junio el aire era apacible y el sol brillaba tibio a pesar de haberse iniciado la estación invernal. La luz crepuscular empezaba a oscurecer las ventanas cuando todas las habitaciones de la casa estuvieron limpias y perfumadas. Una vibración particular fue haciéndose cada vez más sensible en el aire fresco y agradable del atardecer, cuando los perfumes de canela, enebro, incienso, jazmín, lavanda, mirra, rosa, sándalo y violeta, amalgamados en la Luz de San Juan, unieron sus esencias transfiriendo a la conciencia aromas con recuerdos de mundos sutiles que acariciaban los espíritus.
 
Parecía que el Cielo había descendido a la Tierra, uniéndose a ella en una sinfonía perfecta de luz y amor. Me quedé sentada en silencio, absorbiendo cada vibración que latía alrededor, cada nota que sonaba, cada fragancia que como un bálsamo consolador enriquecía mi espíritu. Poco a poco el Reino de los Cielos anunciado hace dos mil años fue haciéndose cada más perceptible.
 
Sentí que ese Reino que a menudo nos parece lejano, que quizás sólo podemos imaginar, a veces extrañar y siempre anhelar, nos estaba haciendo el regalo de manifestarse. Aunque su duración fuese corta, apenas unas horas, quizás solo minutos, era suficiente para ayudarnos a resistir, para esperar a que la vida vuelva a renacer, se cubran de flores los cerezos y la promesa del Retorno sea una realidad.
 
Sin darme cuenta me encontré pensando en el nombre del Bautista, Juan, el agraciado o favorecido por Dios, o también el iluminado, el iniciado, símbolo del pasado, certeza del presente y puerta del porvenir, manifestación trascendente de la eternidad.
 
Con los ojos cerrados vi arder la vieja tradición de las hogueras que se encienden y elevan al terminar ese día, cuando las dualidades diurnas dejan su lugar a las horas en que las cosas permanecen inmanifestadas, como sol de medianoche de los grandes misterios.
El fuego de San Juan lleva en su esencia el renacimiento de la luz y la savia que hace florecer en nuestro interior la fraternidad que nos permite entregar a nuestros hermanos amor, lealtad, respeto, justicia, tolerancia, armonía y paz.
 
Su resplandeciente brillo solar hace retroceder inexorablemente a las tinieblas y anuncia el regreso victorioso de la luz, antigua esperanza hoy convertida en certeza para sus hijos, peregrinos del amor, guardianes de los arcanos, buscadores de la justicia, amantes de la paz.
 
Caminantes de estación, los retoños de Juan navegan los ríos del tiempo esperando la época de la cosecha. Reunidos alrededor del impulso sagrado que los convoca, caminan de rodillas pidiendo hacer honor a ese nombre. Entran cada día en las aguas del Jordán, con la esperanza de que alguna vez el Cielo se abra y la voz del Padre los acepte como hijos.
 
La verdad profunda que emana del Cáliz de la Comunión Crística, se abre ante ellos como una flor preciosa que derrama bendiciones sobre sus espíritus que aguardan con alegría el momento del Retorno.
 
Abrí los ojos y vi que la mesa había sido dispuesta con un mantel blanco. Sobre ella, la imagen de nuestra Santísima Madre, la Virgen de Fátima, guardiana del conocimiento interno, señora de las iniciaciones, depositaria del hombre nuevo. A su lado una pequeña vela irradiaba una suave luz sobre el ramo de rosas dispuesto a su alrededor. El pan horneado esa mañana estaba junto al cáliz, y la cesta con frutos secos al lado de las pequeñas manos con estigmas que luego serían repartidas entre todos. La música de El Retorno sonaba tenuemente y poco a poco iba apagando todos los ruidos externos.
 
Uno a uno, todos empezaron a llegar de sus ocupaciones, para unirse a los que ya estaban y celebrar juntos esta fiesta del espíritu.
 
Vino a mi memoria la escena de la última cena de Jesús y la institución de la eucaristía relatada en los evangelios. Comprendí que aquella primera iniciación grupal fue también un modelo y una orden que se debía cumplir a lo largo de los siglos, hasta Su regreso, para conmemorar el sacrificio de la cruz.
 
Recordé la promesa hecha a sus discípulos, cuando les dijo que si su conciencia se hallaba en sintonía con la Suya, ellos permanecerían en Él y Sus palabras en ellos. El recuerdo de esas frases sagradas consiguió transportar la vibración eterna encerrada en ellas al presente, como si aquel momento de confraternidad divina que elevó las conciencias de los apóstoles a la dimensión celeste, estuviera realizando el milagro de repetirse, transfiriendo a la conciencia de todos, la necesidad urgente de ser capaces de transformar el amor en logros conjuntos, de llevar a cabo iniciaciones grupales. No es algo tan difícil de comprender, me dije en ese momento: o avanzamos todos juntos o todos juntos nos quedamos.
 
De ahí la reiterada insistencia en la unión, porque siempre la repetición ayuda a entender y, tal vez, a intuir. Pero la unión que se solicita no es solamente la de estar cerca, la unión debe ser construida con y sobre los valores crísticos y acrisolada prueba tras prueba. Y como una consecuencia inevitable de la orden de permanecer unidos y en comunión, deviene la más que repetida advertencia para el que decida quedarse solo: no podrá salvarse.
 
En silencio, en armonía y ubicados alrededor de la mesa nos dispusimos a ir al encuentro del Cristo, y de su mano, honrar en comunión el día de San Juan.
Matías dio comienzo a la ceremonia con estas palabras:
 
“Hoy es el día de San Juan Bautista y debería ser uno de los más importantes para nosotros. Es un día sagrado y así lo celebramos todos los años.
 
Siento que el Cielo está muy contento de que estemos todos juntos y lo siento con mucha fuerza.
 
Está contento de que hayamos podido hacer un alto en las tareas de todos los días, para reunirnos alrededor de esta mesa.
 
Está contento porque hicimos un momento de silencio para encontrarnos con Él.
 
Y si estamos todos reunidos en Su nombre, el Cristo está con nosotros.
 
Vamos a hacer una comunión porque esa fue una de las últimas enseñanzas del Maestro, para pedirnos que estemos siempre unidos.
 
Debemos también estar agradecidos por estar en esta Obra.
 
Que el Cielo siempre nos ayude para hacer Su voluntad y no la nuestra. Amén”
 
Inés Lépori
9 de julio del 2014
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Rosario - Santa Fe - Argentina

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