DEL CIELO A LA TIERRA
MARCO, HIJO QUERIDO, LA LUZ DEL CRISTO ILUMINA TUS PASOS Y DÍA A DÍA COMPLETAS TU VERDADERA PERSONALIDAD.
EL ESPÍRITU DE ATLÁNTIDA RESURGE Y MUY PRONTO LA ANTIGUA TIERRA AMADA POR LOS DIOSES DEL SOL FLORECERÁ NUEVAMENTE CON SU GRAN ESPLENDOR Y LA JERUSALÉN CELESTE SE POSARÁ EN SU SENO.
TE ABRAZO ANTIGUO HERMANO, DISCÍPULO Y COMPAÑERO DE FE.
N. A. RÀ
Sant’Elpidio a Mare (Italia)
18 de Agosto de 2013
ATLÁNTIDA – Reminiscencias
Por Marco Marsili
¡Aztlan! ¡Aztlan!
¡Patria de Dioses!
Tu fama era refulgente en el esplendor de las blancas Carabelas de Aire
y en el oro soleado del Gran Templo y de las torres translúcidas,
brillaba sobre los valles de cándidos trigos y en las sonrisas de la gente honesta.
¡Oh, Belleza Solemne!
¡Oh, Hechizo de Purezas!
Pero tú, Patria de Oro, estás condenada al abismo, disuelta en los grandes oleajes
de la Mano del Dios Glorioso,
ya que por el orgullo de tu fulgor has desafiado la Ley del Eterno,
y por ello el Eterno te hundió, oh perdida, allá donde el ojo del hombre ya no sabrá encontrarte.
Y de ti, ya elevada por los Dioses por encima de todas las Naciones, de ti no queda memoria hoy en día.
De ti, oh Bella, de ti, morada sin memoria, no queda más que un Mito, un Sueño, una Leyenda vaga...
y de tu soberbia lo único que queda es el Hecho del ultraje.
¿Por qué? ¿Por qué? ¡Dime!
¿Por qué opusiste al Hermoso Espíritu ese insensato orgullo que significó para ti Sentencia Eterna?
¡¿Por qué has querido desobedecer a los Hijos del Eterno Sol?!
¡Pero tu final nunca descompuso en mí la viva memoria de ti!
¡Tu delito no borrará en mí el recuerdo de tu Hermoso Tiempo!
Ah... todavía recuerdo el hechizo de tus bellezas…
delicia de Amor que fue para mi primero cuna y luego Sabiduría antigua...
En la infancia los mágicos Juegos de la Naturaleza educaron la mente y el cuerpo…
espaldas rectas y flexibles,
junto a los demás saltábamos como pequeños acróbatas sobre espesos enredos de enormes raíces de árboles, árboles majestuosos de los que colgaban fuertes lianas que eran tan largas que parecían estar colgadas desde el cielo,
y para nosotros éstas eran como columpios y cuerdas
sobre los que nos deleitábamos con movimientos atléticos de aprendizaje;
¡y seguramente las plantas toleraban muy contentas esa diversión!
Recuerdo que algunas veces nos íbamos a una extensa parcela de tierra en la que,
entre plantas y flores de todo género, un gran tigre tenía su morada.
El animal no nos provocaba ningún temor y él, por su parte, parecía no ser disturbado en absoluto por nuestras atenciones... al máximo, cuando nos acercábamos al punto tal de poder tocar al gran felino, éste se alejaba un par de pasos, seguido por nuestras risas.
No había ningún tipo de cerco, únicamente una serie de altos pilares blancos que entre sí distaban unos dos o tres metros rodeaba la zona (y de los cuales ignoro su función).
Cuando aún éramos niños, sabíamos más de lo que los chicos y hombres de hoy puedan imaginar.
Por ejemplo, la Telepatía no era un secreto para nadie, no era un lenguaje preciso y codificado,
sino un flujo sincero y continuo de la interioridad que se le revelaba espontáneamente al interlocutor,
como un perenne fondo de imágenes y conceptos en apoyo de la autentica comprensión.
Creo que el desarrollo de las capacidades innatas del Ser Humano (como la Telepatía) fue ayudado también por una utilización no fanática de la tecnología:
si bien existía una tecnología mucho más avanzada de la que está presente actualmente en la Tierra,
la misma estaba dirigida al mejoramiento del Hombre ¡no a reemplazar sus capacidades innatas!
Recuerdo un Ejercicio de Intuición que se desarrollaba en grupo:
Observábamos, mientras las teníamos en la mano, unas placas rectangulares, transparentes como si fueran de vidrio pero muy ligeras, sobre las que la lluvia dejaba sus gotas. Considerábamos dichas placas casi como Tablas Sagradas,
porque todo lo que tenía que ver con el Estudio era percibido como Sagrado.
Junto a los rayos de luz, el agua dibujaba sus amenas geometrías mientras nosotros
inclinábamos estas placas en cada dirección primeros las teníamos horizontales,
luego verticales para hacer resbalar las gotas, luego otra vez horizontales y luego oblicuas,
a fin que la dirección que tomaban las gotitas desviara los reflejos de la luz.
Y en esos infinitos reverberos, nosotros, los chicos descubríamos y entendíamos el Juego de la Vida,
mientras el Profesor infundía la Realización en nuestra joven Intuición:
el Juego de la Vida es similar al juego de las gotitas:
el Juego de la luz es el mismo que hace la Luz con los hombres mortales.
Y creo de saber todavía cuál es el sentido de todo esto, imaginando que el Alma,
transparente como una Tabla Sagrada, está revestida por el agua física y con ésta se mezcla y actúa hasta que la Luz haga evaporar como agua las carnes del cuerpo que distorsionaba la Luz misma.
revelando así la transparencia del Alma que – si está bién limpia – refleja perfectamente la Luz, la Verdadera Luz que el cuerpo no recibe, esa Luz que ningún reflejo de agua podrá distorsionar jamás.
Pero éste no es más que un pensamiento mío, quizás no del todo claro y probablemente inexacto.
Recuerdo que en un determinado lugar, destinado a Juegos Instructivos, una serie de grandes valles se alternaba con leves pendientes. Una enorme área estaba dedicada a una especie de deporte que, en parte – según me parece – se parece al golf, pero que se juega con el auxilio de pequeñas “tarimas o tinas flotantes” con las que nos desplazábamos de una zona a otra. Dada la extensión del “campo” creo que esta actividad recreativo-instructiva se podía llegar a prolongar durante varios días consecutivos.
Un recuerdo que aflora a mi mente más que cualquier otro, con toda su maravillosa simpleza es el siguiente:
cuando teníamos una edad que podría decir alrededor de los 14 y de los 18 años,
en una oportunidad nos zambullimos en el océano y nadamos felices mar adentro.
Llegamos a un determinado punto establecido, allí nos esperaban algunos vehículos, cada uno de los cuales podía llevar a un único pasajero; se trata de verdaderas motos de agua, pero no parecía necesario ningún combustible y sus movimientos, la propulsión, no emitía sonidos, sino un silbido perfectamente armonizado con el sonido de las olas, es más: me da que pensar que estos medios obtenían la fuerza precisamente del movimiento de las mismas olas.
De todos modos, a bordo de estos vehículos no atravesábamos las olas, sino que apenas las rozábamos flotando por encima de ellas sin ninguna fricción.
Alejándonos mucho de la orilla, en determinado momento nos encontramos ante una larguísima,
inmensa Astronave Madre, suspendida a pocos metros sobre el nivel del agua.
En nosotros había una sobria exhaltación, un reverencial sentido de alegre consciencia:
consciencia de ser muy, pero muy “afortunados”, de poder vivir una experiencia similar.
Cuando estuvimos debajo del enorme Cosmo-avión, fuimos atraídos hacia su interior
como si un dulce imán estuviera conectado con nuestro vehículo monoplaza.
La gran Nave era de color oro bruñido con hendiduras índigo y turquesa en constante movimiento.
No tengo memoria de lo que ocurrió en su interior, pero no olvido la emoción
de haber sido recibidos por Gente llena de Amor hacia nosotros.
Espero algún día poder recordar todo lo que ocurrió en esa Astronave ¡pero puedo imaginar
que habíamos sido llamados allí para recibir Enseñanzas y no con fines turísticos!
Quizás esta experiencia esté relacionada con otro recuerdo que, tal vez es su continuación:
durante un cierto período de tiempo bien determinado, durante la juventud, nos era entregado un Anillo especial. No todos lo usaban en el mismo dedo, pero todos tenían que devolverlo en el momento que el Anillo hubiera cumplido con su misión.
Ignoro cuál haya sido su función específica, pero se que también tenía que ver con nuestro crecimiento y con nuestro desarrollo psíquico.
Quizás en la Nave Madre ¿se nos entregaba el Anillo al final de alguna Enseñanza?
Crecí como un retoño agradable al Cielo y luego como un agraciado fuste,
junto con los chicos encaminados a la Sabiduría, frescos brotes destinados al Bien.
Y, en verdad, estuvo Aquel que dio Luz de Sabiduría a nuestras Almas
despiertas a los Preceptos de Oro del Verbo de Fuego
y atentas a todos Sus gestos austeros y cuidadosos;
fue, en realidad, el Anciano Maestro de dulce mirada
quien amaestró hacia la Virtud a la Rosa de nuestra juventud.
¡Ah! ¡Qué enorme fortuna! ¡Ah! ¡Cuánta Gracia!
Y, los muy jóvenes, con blancas túnicas ceñidas con finos lazos dorados, felices,
manteníamos la mente despierta ante cualquier Santa Locución de nuestro Profesor,
aún casi ignorantes de lo que luego ocurrió,
aún casi ignorantes de lo que el tiempo ya estaba incubando:
casi ignorantes de que de nuestra Patria quedaría tan solo una remota presunción.
Recuerdo un momento de reposo después de las Lecciones Espirituales:
jóvenes y hermosos, con mis Compañeros, mis Hermanos, Estudiantes de la Ciencia Espiritual,
saliendo del Gran Edificio de Enseñanza, en el Templo, paseábamos con regocijo.
Recorríamos una amplia escalinata blanca con escalones anchos y bajos que al terminar se fundían con el césped.
Allí comenzaba un verde sendero herboso, bien cuidado, bordeado por bajos arbustos; a lo lejos se divisaban pequeños espejos de agua azúl y celeste.
La calle tenía una leve pendiente y, una vez que bajábamos hasta el fondo, nos encontrábamos con un amplio espacio de césped fino, en el que muchos árboles de frutas nos invitaban a comer y a descansar bajo su sombra.
La alegría era como una mirada común del Espíritu sobre las cosas y sobre todos nosotros.
Algunos tomaban y comían las frutas, que me parece que eran manzanas, peras y albicoques, mientras de muchas otras frutas ignoro el nombre.
Mientras algunos comían, junto a otros 6 o 7 jovencitos nos esparcíamos leche de higos por el cuerpo.
Todavía ahora (con un esfuerzo de la memoria realmente mínimo) sigo sintiendo ese olor inolvidable.
Y así quiero volver a pensar en la Hermosa Atlántida:
como si al amanecer del mañana el Sol quisiera llevar el esplendor del Gran Templo para que ilumine una vez más nuestra Inteligencia, el Espíritu, de la Antigua Sabiduría...
Y con el recuerdo de blancos pájaros en vuelo sobre los hermosos campos rosados,
con el recuerdo de sus cantos en el aura tersa y con la voz alegre de la gente hermosa,
así yo Te saludo, oh Espíritu Solar, oh Santo,
pidiéndote un pensamiento amable, una Oración, para este antiguo amante tuyo.
णिबिथो आर्हत ड़ (Nibitho Arhat Ra)