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testa 2016enespañol

agua claraPor Daniel Amaral
“Seamos como el agua clara, pero nunca como agua estancada”.
Como un torrente de agua que circula desde tiemos inmemoriales, con la claridad de la fuerza de ua cascada que fluye en un continuo devenir, la vida se nos revela ante nuestros ojos en un movimiento constante.
Desde hace siglos por alguna razón que es muy difícil de explicar, la fuerza de esa agua se ha ido estancando, poco a poco nuestros ojos se fueron cerrando a tal punto que ya no vemos aquel torrente, sino que apenas podemos divisar en el mejor de los casos un lago artificial.
El agua de nuestra humanidad se ha puesto turbia, le cuesta mucho contener la vida, se vuelve cada vez más difícil producir el oxígeno para respirar los buenos aromas de la paz y de un nido de amor que se contenga en el calor de una hoguera al abrigo de una lluvia serena.
Hace dos mil años, cuando esta agua se envenenaba con las enfermedades más terribles y sólo sabía de sangre en sus orillas, la humanidad se estaba estancando, empezaba a embrutecerse y poco a poco iba perdiendo la perspectiva de un futuro cierto en el horizonte.
Por alguna razón más que obvia, las fuerzas del universo que son un torrente mucho más grande que nunca se detiene, porque edifica vida constantemente en un devenir que es en definitiva el presente eterno, y por la perseverancia de esta casa que fue construida para contener un fluido de vida, no podría hacer otra cosa mejor que mandarnos a un bálsamo “encarnado”, quien fuera conocido como el “Nazareno”…
Jesús, el que vino a romper los esquemas de aquel mundo atrás, dando esperanza donde la desesperanza te consumía vivo, dando calor a los corazones congelados, una brisa fresca al caminante perdido en el fuego envolvente del desierto, modificando sustancialmente la vida del leproso al sanarlo en un instante. El mismo que puso la otra mejilla, pero cuando tuvo que hacer justicia echó con mano propia a los mercaderes del templo, esos mercaderes que vieron peligrar sus privilegios y el perpetuo poder que tenían, manteniendo a las multitudes bajo la presión de que el poder de los dioses se desataría contra ellos.
Jesús, que vino de otras moradas a liberarnos y a decirnos que haríamos cosas más grandes que él. Y se fue tan inmenso aquel torrente de vida, que sacudió la modorra en la cual sucumbía la humanidad.
Él hizo nuevas todas las cosas y lo expresó a su madre, en los últimos momentos de su calvario y desde entonces nos salvó, quitando el pecado del mundo, alivianando la cruz y toda carga que tuviéramos en nuestras espaldas.
Pero el poder constituido de nuestros días y el nuevo “sanedrín”, vuelven para condicionar a esta humanidad, diciéndonos que sólo unos pocos pueden estar bien y que el resto somos pecadores y que cualquier error humano puede llevarnos al infierno, pero si a todo le decimos “amen”, aceptando en silencio y sin protesta, tal vez nos espere el paraiso prometido.
Pero éste es nuestro error. La energía es movimiento, el universo es movimiento y todo aquello que vive en el cosmos es movimiento, y nosotros que somos a imagen y semejanza también somos movimiento…
Nos han hecho olvidar el propósito verdadero de nuestra existencia, pero es muy simple recordarlo, si ejercitamos nuestra memoria espiritual, respondiendo una pregunta sencilla, muy sencilla… ¿Si nuestro “Padre” es el Rey del universo, Amo y Señor de todas las cosas, nosotros qué somos?
Somos un torrente de agua clara y como tal debemos comportarnos, dejándonos fluir en libertad, moviéndonos constantemente como un viento fresco, como la cascada que renueva las piedras, que resbala en el musgo, dando vitalidad a todo lo que se encuentra en nuestro entorno, despertando conscientes en el devenir de un nuevo día, vibrando con más fuerza al contemplar el “lienzo” inmenso de la noche estrellada, fluyendo constantemente en un renacer que nunca se termina…
Somos libres si anidamos la verdad dentro de nuestros corazones, somos esclavos si creemos que amar y ser amados es un pecado y quien está libre de él que arroje la primera piedra…

“Seamos como el agua clara, pero nunca como agua estancada”.


Daniel Amaral.
Montevideo,
13 de enero de 2012.


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