UNA ORACION EN EL SILENCIO
Por Francesco Paolo
Aquí está el relato o el resumen de lo que hace algunas noches (precisamente la noche del 23 al 24 del corriente) tuve la sensación de percibir, en absoluta soledad, alrededor de las 3:30 de la madrugada, cuando al despertarme aparentemente sin ninguna razón decidí recorrer sin ansiedad, incluso el camino del insomnio (afortunadamente momentáneo) y escudriñar con calma y atención los vacíos que la oscuridad, y la soledad le "cuentan", a quien está atento.
Recostado de lado decidí recitar en silencio una oración. Un Padre Nuestro o un Credo, no recuerdo. La manifestación de Su rostro fue fugaz, un flash claro que me reveló una expresión intensa, pero no dolorida; si no tuviera una sensación de sumisión, podría decir que era exactamente el rostro de la estatua esculpida que Giorgio encontraría un día más tarde... Inconfundible, incluso sin leyendas o “descripciones”. Era Él. Abstraído en un inmodesto sentimiento de participación que siempre creì que se manifestaría ante su (eventual) presencia, no me invadió ninguna emoción teatral de sorpresa, o grito, o desesperación. Simplemente expresé, utilizando como medio mi corazón, la alegría más genuina, simple, fraternal, para recibirlo. Tanto Él sabe el lugar de absoluta prioridad que reviste en mi, desde siempre (la primera vez que soñé con Él, concientemente, creo que tenía siete años) como el interés “antropológico” y de devoción que siento. Al girar la cabeza hacia el techo y mirar en la oscuridad me llegó una voz: “Quédate tranquilo”, en respuesta a los tantos desahogos que Le he manifestado en este último tiempo, a mis miedos, mi creciente desaliento por la situación humana, mundial, general, total y mis preocupaciones relacionadas a la conducción de mi situación familiar. Sentí Su presencia en el aire, en el estrecho espacio, en el que estaba y estoy envuelto. Pero no hice preguntas, quise simplemente manifestarle mi inmenso placer y sorpresa, así como también mi honor diciendo: “no quiero hablarte de mi, sino de ti... hablemos de ti”, repitiendo varias veces y continuamente esta frase, obviamente en silencio. Él estaba allí, calmo, escuchando, quieto, un verdadero Hermano, un compañero, un Confidente, un Amigo. Para mí una especie de inconsciente costumbre, consciente de que, tal vez, la "materia" de la cual está hecha esa Presencia sea la misma de la que están compuestos el vacío y el silencio, que son a menudo densos de Él y no hacemos nada, o no lo suficiente, como para reconocerlo. Interlocutor calmo, ante mi insistencia en incitarlo, con toda tranquilidad, a que hablemos de Él, me sonrió, una sonrisa divertida, de gusto, de corazón, y breve en el segundo flash en el que visualicé Su Rostro. Quedándome quieto sobre el mismo lado (pasaron varios minutos) se activó entonces la inconfundible comunicación a través del Vientre, en la boca del estómago, la zona apenas debajo del esternón, o para entendernos mejor, el plexo solar, muy clara y vibrante. A través de ese contacto, muy difícil de describir a quien no lo haya sentido nunca, así como inconfundible e inequívoco, Él me comunicó y también de ésto me asombré por la confianza y la sencillez con las que fui puesto al corriente de tal mensaje suyo, la inminencia de Su Retorno. En poco tiempo me estaba adormeciendo, con la impertinencia que me caracteriza, como si el insignificante que suscribe fuera el digno, distraído destinatario de comunicaciones de un alcance tal y de manifestaciones de tal intimidad por parte de Personas de dicha altura relevancia. Pero en el fondo, y lo digo humildemente, he tenido razón a lo largo de toda mi vida. Jesús es uno de nosotros y necesita de nuestra “atención”.
Francesco Paolo
25 de Junio de 2011