Desde hace aproximadamente una semana a hoy, en los albores del tercer milenio, los estados occidentales y prooccidentales, es decir todos aquellos países que forman parte de la OTAN y simpatizantes, se han despertado repentinamente bajo el efecto de las bombas lanzadas por el ejército ruso sobre el país amigo y limítrofe ucraniano.

Aturdidos, incrédulos y asombrados por lo que estaba sucediendo en la frontera entre el Oriente y el Occidente. Estupefactos y desconcertados por el estruendo de las bombas, toman consciencia: "al menos eso dan a entender", que ha estallado una guerra.

Sus conciencias perturbada por este inesperado y nefasto hecho genera rabia e indignación hacia los culpables, que están manchados por este atroz crimen contra la humanidad.
Culpabilidad que, como es natural y bastantemente evidente, es individualizada en el estado y pueblo ruso. Un monstruo que debe ser detenido, abatido, mejor dicho, debe ser completamente aniquilado en cada una de sus formas y expresiones, en el bien y en el mal. En su ferocidad, en su sed de sangre, en su hambre de opresión, en su carácter de asesinos.

Pero eso no es suficiente, debe ser borrada cada cosa de estos ingratos. Debe ser borrada su cultura, su Arte, su juventud, su deporte, su ser humano, su sentido de libertad, su derecho a la vida, la posibilidad de elegir y tomar decisiones. Todo lo de ellos, seres monstruosos, debería ser borrado.

Pero también está la otra cara de la moneda. Los pobres inocentes descubren por primera vez que existe la solidaridad, la caridad, la misericordia, descubren a los afligidos, a los oprimidos y, maravilla de maravillas, descubren a los refugiados, esta raza que nadie había conocido antes. Para los que no lo saben, los refugiados son seres humanos, niños, mujeres, ancianos, enfermos, etc., etc., que huyen del horror de la guerra, de la violencia, del hambre y de todas las consecuencias que un conflicto les puede causar. Huyen por miedo, dejando así todas sus posesiones, todas sus cosas, su hogar, a veces incluso a sus seres queridos, para conservar su bien más preciado, LA VIDA.

Entonces, como decíamos, Occidente descubre a los refugiados. ¿Y qué hace? Aquello que es correcto hacer. Derribar cada muro que se había construido para detener a quién sabe quién, pero eso es otra cosa. Dejémoslo así.

Se vuelven caritativos, y hasta misericordiosos, inmediatamente envían alimentos, ropa, medicinas, abren sus casas, recaudan fondos, en fin, todo lo bueno de Dios: “Perdón, a Dios lo agregué recién ahora porque es algo que por tendencia es fácil de olvidar". Sin olvidar las armas que se enviarán a la retaguardia que en defensa cubre la huida de quienes huyen de los horrores de la guerra desatada por este monstruo famélico.

Por supuesto, no olvidemos a esos héroes que en nombre de la libertad (Libertad, tal vez algún día si soy bueno y correcto, alguien será capaz de explicarme el significado de esta palabra) luchan contra el monstruo, tirándole sobre su cabeza bajo formas de bombas, todas sus riquezas, todas sus posesiones, sus casas, su pan de cada día, su comida, en fin, todo lo que poseen. Se hace mucho, hay amigos occidentales que los abastecen. Que cosa tan mala es esta guerra, esperemos que no vuelva a suceder.

Pero piensen si tuviera que suceder otra vez, que se yo, como en Siria o Libia, Yemen Afganistán, Irak o Irán, Armenia, Chechenia… pero mejor dejarlo así, quién sabe cuántos refugiados, quién sabe cuánto hambre, cuánto dolor, cuanto sufrimiento. Por no hablar de los que no hacen guerras con las armas en la mano contra los monstruos, pero sin embargo siguen siendo refugiados, porque huyen de su tierra, que se ha vuelto estéril y pobre, despojada de todo bien y de todo recurso, quién sabe de qué monstruos.

Pero tomemos a estos refugiados y no pensemos más, esperando y rogando, a quién? Ah… Dios, casi se me olvida, discúlpenme; que no vuelva a ocurrir otra guerra, que no se levanten más monstruos ni desde el oriente. Ni del occidente.