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PEDOFILIA, EL INFIERNO ITALIANO
 
Desde la Toscana a Bolzano, desde los misioneros a los catequistas: más de 40 casos de molestias sexuales. Con las diócesis manos a la obra para detener las investigaciones. La situación en nuestro País antes de la intervención del Papa. En la carta pastoral del viernes pasado.

La imagen de un Cristo en la cruz. Un niño desnudo. Un cura que lo acaricia: “No tengas miedo, son las manos de Dios”. Es uno de los muchos casos de curas pedófilos que jamás han salido a la luz. Ahogado en el llanto de un niño de once años, que se ha hecho adulto incubando un secreto terrible. No estamos en Irlanda, afectada por el más grande escándalo que la Iglesia recuerde, después de los Estados Unidos y ni siquiera en Alemania, donde los abusos han sobrepasado las fronteras de las arquidiócesis de Munich y Frisinga, donde el cardenal Joseph Ratzinger fue obispo. Estamos en la Italia de cada día, en el catequismo en un famoso monasterio de la Toscana. Un lugar seguro para Mario, pero que de improviso se convirtió en la peor de las trampas: “Cuando se estaba desvistiendo hubo un rumor, entraron algunas personas y solo así evité lo peor”. De esta tragedia olvidada nadie volvió a hablar. Y sin embargo quien tenía que saber, sabía: obispo, superior y familia. “Ha sido la Iglesia la que aconsejó a mis padres que no denunciáramos la violencia y al final incluso me convencieron a mi de que no me dirigiese a los tribunales”. No se trata de un episodio aislado.
En Lombardía el mismo drama afectó a una niña en un convento de monjas, también esta vez en la ley del silencio. “Recibí insinuaciones explícitas de una monja y cuando lo dije mi familia se enfureció. Queríamos ir a la policía, luego intervino el obispo: dijo que sería mejor resolver el problema internamente y que sería Dios el que castigaría a los culpables”, cuenta Simona.
Es la otra cara de la pedofilia que acecha en la oscuridad de las iglesias y las sacristías. La más solapada, la más peligrosa, un crimen disminuido a un simple pecado que se puede absolver y olvidar. Tapado por los himnos y las penitencias, protegido por el secreto de la confesión, impuesto después de la misa como un ritual al cual los niños no saben oponerse. La carta de Benedicto XVI a los católicos irlandeses parece romper este silencio culpable que ha durado por décadas. El papa se arroja en contra de los sacerdotes manchados de violencias y contra los obispos que lo han ocultado, invitando por primera vez a denunciar los casos en los tribunales. Una ola que se extiende e impacta también a Italia, donde ya hay decenas de condenas en Bolzano y Palermo.
Más de 40 historias, a las cuales se le suman los avisos sin respuesta. Los casos archivados, las víctimas que señalan con el dedo a religiosos que ya están en prisión, trasladados a otras parroquias, enviados al extranjero o encerrados en los institutos para ser asistidos espiritualmente. Y sin embargo los casos del Trentino-Alto Adige, Piemonte, Lombardia, Veneto, Campania, Apulia, Molise, Lacio, Cerdeña, Sicilia, Umbria y Liguria son sólo la punta del iceberg. Porque apenas afuera del Santo Oficio, el anatema del pontífice se choca con una realidad muy diferente: las presiones de las curias sobre las familias, para que callen los escándalos, están probadas, así como la movilización de los fieles. Homilías y rosarios hacen de marco a muchos procesos. Que a menudo terminan en prescripción.
El frente se extiende. La confirmación se encuentra en un solo dato: en Italia no existe un estudio oficial sobre los abusos en los ambientes religiosos. No sólo en las sacristías, sino también en los oratorios, en los círculos deportivos y en los campamentos scout. Ninguna institución se ocupa y ningún partido lo pide. Sin verificar qué sucede detrás del altar. Bastaba con llamar al Teléfono Azul, que el año pasado recibió 105 denuncias de abusos sexuales a menores, de los cuales 59 eran a menores de 11 años. En las categorías oficiales no están los curas. Pero revisando entre los informes ahí si aparecen: casi el 3-4 por ciento de las violencias tienen como autor a un religioso, un porcentaje similar aparece en las escuelas (3,9 por ciento) y es mucho más alto que el del deporte (0,8 por ciento).
Un dato destinado a crecer, según los expertos, porque la víctima todavía es reacia a revelar que el violador es un religioso. Se trata de casos similares entre sí y jamás divulgados. Un chico de 16 años denuncia a un cura: lo llevó a una fiesta, lo emborrachó e intentó besarlo. Fue el primero de una serie de encuentros, entre sms y llamadas telefónicas obscenas. En mayo llega la llamada de una niña, que había sido tocada en sus partes íntimas durante el catecismo.
Por otro lado un testigo habla desde el Veneto: siete chicos sometidos a abusos sexuales por dos sacerdotes, uno de los cuales tiene 72 años. El señor X dice que el párroco palpó a su hijo de diez años durante la bendición de la casa. El tío de Y cuenta que el sobrino llora en la colonia, porque el sacerdote entra de noche en la habitación y lo molesta. Un cura es acusado de hacerles ver a dos chicos de seis años una película pornográfica en el oratorio, otro cura de haber dormido con un niño de once años que se habría despertado “mojado de algo”. Están incluso quienes se autodenuncian y piden ser ayudados. “Hace diez años que advertimos de todo esto a las autoridades, pero por mucho tiempo en Italia la Iglesia eligió tratar las cuestiones en su interior, escapando de las vías judiciales para no poner en tela de juicio a todo el sistema”, explica el presidente del Teléfono Azul, Ernesto Caffo: “El número de llamadas demuestra cómo el fenómeno está presente y que todavía se denuncia poco, a menudo precisamente por las presiones que recibe la víctima”.
Santa ley de silencio.
Quien sabe calla por décadas. Ocurrió luego de los abusos en el instituto para sordomudos Provolo de Verona, revelados por el periódico 'L'Expresso', cuando los ex alumnos arrancaron el velo de silencio que había durado treinta años. Pero el desvío de las pistas, las presiones y las mentiras de la Iglesia se confirman incluso en las sentencias de muchos procesos. En Cento, en la diócesis de Ferrara, Don Andrea Agostini fue condenado a seis años y diez meses por violencias sexuales a una decena de niñas y los jueces no tienen dudas sobre la 'protección' recibida. Hablan de “silencio de la cúpula eclesiástica” y de “reticencia a poner en evidencia las noticias sobre las acusaciones que ya circulaban desde hace tiempo”. El mecanismo ha sido probado y casi siempre obtiene el apoyo de la comunidad. Inclusive en Campobasso donde Don Felix Cini pactó dos años y medio en Toscana, a pesar de las admisiones encontró a los fieles de Cercemaggiore divididos entre quienes lo creían inocente y quienes no. Hasta que prevalecieron las protestas y en febrero lo enviaron a un convento.
Historias idénticas a la de Alassio, cerca de Savona, donde alrededor de Don Luciano Massaferri, arrestado después de la declaración de una niña de 11 años, se alineó la parroquia con una demostracción de solidaridad a base de velas y plegarias. Un esquema que los expertos conocen bien: “Con respecto a los casos de pedofilia en ambientes familiares, deportivos o escolares, en el caso de los sacerdotes la fe desempeña un rol fundamental, ya sea en la seducción del menor, como en la conquista del silencio y si el caso sale a la luz, cuenta a menudo con una injustificada solidaridad externa”, le explican al Ecpat, la red internacional comprometida en la lucha contra la explotación de menores. Es así que por cada víctima que habla otras callan. Basta pensar que en la diócesis de Bolzano, luego de que un cura denunció los abusos ocurridos en los años Sesenta, hace algunos días el obispo  Karl Golser les pidió a los fieles que se confíen en la página de Internet de la Curia. El efecto fue impresionante: ya han llegado decenas de casos de ex seminaristas, alumnos de escuelas católicas, scouts, monaguillos. Tal vez sean los procesos del mañana.
Misión niños.
Es por esto que la apertura de Benedicto XVI podría tener un efecto directo sobre esas sentencias. De hecho, por años las directivas internas firmadas por el mismo Ratzinger en el 2001 y las prácticas, impulsaban a los obispos a transmitir al Vaticano los dossiers, haciendo indispensable una exhortación internacional para discutirlos en los tribunales. Los pedófilos y los violadores fueron protegidos por el secreto de confesión: “Hace cinco años, un sacerdote me confesó que había abusado de un niño y estaba arrepentido. Para mí fue un shock y sin embargo me limité a sugerirle que se dirija al obispo. No podía hacer otra cosa, pero pensé que si un cura quería eliminar a un testigo incómodo bastaba con decirle todo”, revela un capellán lombardo. Tiene miedo de hablar. Porque, repite, una cosa son los dictados de San Pedro, otra es la realidad cotidiana de parroquias y seminarios. Si la Santa Sede cambia de ruta y les asegura apoyo a los magistrados, de hecho, institutos religiosos y órdenes monásticas no siempre ponen en práctica los preceptos pontificios. El caso de Marco Dessi lo demuestra. El misionero italiano de la diócesis de 'Iglesias', que actúa en Nicaragua, ya en 1990 fue señalado por algunas asociaciones católicas. Abusos sobre un grupo de niños, todos varones de edades que van desde los 11 a los 14 años y obligados a todo tipo de prestación sexual. “Después de relaciones completas les decía que se habían convertido en preelegidos”, cuenta el abogado Marco Scarpati, que se ha ocupado de más de cien casos de pedofilia en Italia. Fue él quien se dirigió al Vaticano: “La iglesia oficial nos ayudó, pero por el otro lado la congregación de la cual el misionero formaba parte lo protegía y lo defendía. Por más de una década actuó tranquilo, mientras muchos de esos niños podrían haber sido salvados a tiempo”. Eso lo saben bien Alberto, David, Marlon, Ignacio y Juan Carlos, todos huérfanos del Hogar del Niño. Tuvieron que viajar a Italia, a Emilia Romagna por motivos de protección. A una localidad secreta y con una vida blindada. Mientras Roma investigaba, Marlon y otros testigos fueron amenazados de muerte, su mujer ha recibido visitas en su casa. Pero no es todo: por esos silencios y esa complicidad, la condena de 12 años en primer grado, que fue reducida a ocho por la Corte de Apelación y después anulada por la Casación, debido a formalidades, corre el riesgo de caer en el vacío. El proceso recomenzará en octubre, pero a este punto la prescripción está cercana.
Víctimas dos veces.
Este es el drama dentro del drama para muchas víctimas. Porque levantar la cabeza no sólo es difícil, sino a menudo inútil. Ya. En el país de las sutilezas legales, donde un sello puede liberar a un cura pedófilo y hacerlo regresar al altar, el daño material para un niño violado es difícil de cuantificar. Y es casi imposible de cobrar, entre sacerdotes indigentes y curias que a menudo son indiferentes.
En Bologna Don Andrea Agostini, ha sido defendido por la diócesis, la cual no ha indemnizado con los míseros 28 mil euros exigidos. En Bolzano, Alice fue violada y filmada a la edad de ocho años, por el educador que tenía que impartirle la catequesis. El acusado, Don Giorgio Carli, fue condenado en primero y segundo grado, pero la Casación declaró que los delitos habían prescripto a causa de la ex Cirielli (la ley n. 251 del 5 diciembre de 2005). El único consuelo, si se le puede llamar así, era la condena civil: indemnización que nunca llegó. Es así por todas partes. En Florencia las víctimas de Don Lelio Cantini, culpable de abusos cuando era párroco en 'Reina de la Paz', querrían reabrir el caso: “Pero no es una elección fácil. Se trata de hechos terribles y cada proceso implica un peso enorme para nosotros”, explica Francesco Aspettati. Acusan a la curia de haber encubierto al cura y de no haber dado crédito a sus denuncias. Los compañeros que han tomado los votos en lugar de defenderlos, les atacan... “Y si incluso el papa la ha reducido al estado laico, la indemnización corre el riesgo de ser irrisoria, incluso humillante”. Su esperanza es que se abra el frente italiano. Muchas denuncias juntas serían el caballo de Troya para derrumbar el muro de la pedofilia en la Iglesia. Y obligar a las curias a pagar por décadas de abusos.
por Tommaso Cerno
25 de marzo 2010
 
http://espresso.repubblica.it/dettaglio/pedofilia-linferno-italiano/2123759//2


LOS ABUSOS CERCAN AL VATICANO
La jerarquía católica considera que sufre una "campaña radical y demencial" - Las víctimas exigen que se acabe con la política de ocultamiento y reclaman justicia
MIGUEL MORA - Roma - 28/03/2010
El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede y número dos del Vaticano, ha dicho esta semana que un "anticristianismo radical y demencial se está difundiendo por Europa de una forma rastrera". El grito desesperado ante las informaciones de los escándalos de pederastia que la Iglesia ha ocultado en el pasado (Alemania, Austria, Estados Unidos) revela la angustia de la Curia ante la crisis de credibilidad generada por la plaga de la pederastia.
La consigna de tolerancia cero, transparencia y justicia para las víctimas lanzada por el Papa en la carta a los católicos de Irlanda ha topado con la testaruda realidad. La cúpula de la Iglesia católica, según muestran los últimos casos, ha sido tolerante con los abusos. El Vaticano no ha reaccionado lo suficiente, mientras un infierno arruinaba la vida a miles de niños. Y tanto el compromiso de Ratzinger con las víctimas como su astucia política para liderar el cambio que la Iglesia necesita están siendo erosionados.
¿Podrá el Papa cambiar la línea de silencio que ha marcado históricamente la actitud de la Iglesia hacia los abusos clericales en particular? ¿Podrán los obispos y cardenales habituados a lavar durante décadas los trapos sucios en casa, con una simple firma del traslado del culpable a otra diócesis, llevar los casos a los tribunales?
La semana trágica de Ratzinger parece demostrar que la cultura del silencio marca todavía la actitud de la Iglesia hacia los abusos. Bertone, que en 2001 reivindicaba el secreto profesional frente a las denuncias a la justicia, elige una vez más el victimismo. En plena batalla por la verdad, el Papa deja caer que se condena el pecado pero no el pecador.
La pederastia clerical es antigua. De hecho, el Concilio de Elvira ya la censuró en una época, años 300 a 324, en que la gente se casaba adolescente y moría a los 40. Pese a ello, el miedo al escándalo y las enormes garantías que ofrece a los acusados el Código Canónico han impedido que la Iglesia frenara o castigara eficazmente la pederastia.
El fiscal del ex Santo Oficio, Charles J. Scicluna, encargado de procesar a los pederastas y hombre afable al que algunos curas y víctimas conocen por su pasividad, arguye en su defensa que el sistema legal y la costumbre dificultan su trabajo. "La cultura del silencio, sobre todo en Italia, está muy extendida", explica. "El derecho canónico nos obliga a ser muy cautos y garantistas, porque protege al máximo los derechos y la intimidad de los acusados. Aunque eso no significa que hayamos evitado que en los casos más graves actuara la justicia civil, no es justo decir eso".
Pero la asociación italiana de víctimas de la pederastia Caramelo Bueno asegura que el fiscal falsea la realidad. Su presidente, Roberto Mirabile, un tipo templado que se declara creyente y trabaja desde hace 13 años en Reggio Emilia con jóvenes objeto de abusos, ha señalado cómo, en 2007, Scicluna y otros jerarcas vaticanos toleraron sin mover un dedo que un cura de Roma, Ruggero Conti, acusado por siete testigos y hoy arrestado y bajo proceso por prostituir y abusar de menores, continuara violentando a sus víctimas. Un caso gravísimo y lleno de implicaciones ideológicas, amenazas y violencia, que se ha sumado al del difunto padre Lawrence Murphy, de Wisconsin, que murió perdonado por el silencio de Ratzinger y Bertone en 1998 tras abusar de 200 niños sordos.
Sería injusto negar al Vaticano algunas tímidas señales de apertura. El viejo Santo Oficio, en un gesto insólito de transparencia que intentaba minimizar la sensación general de que el fenómeno es masivo, ha hecho públicas las cifras de casos que ha manejado desde 2001: de los 3.000 acusados de abusos analizados (14 de ellos procedían de España, explica el fiscal), solo hubo 600 procesados, 300 expulsados del clero, y otros 300 pidieron la dispensa del sacerdocio.
Algunos vaticanistas expertos, como Marco Politi, han dicho que Ratzinger solo tiene una forma de recuperar credibilidad: abrir de verdad los archivos de los abusos que la congregación guarda bajo llave y explicar a quiénes absolvieron y a cuáles condenaron. Será difícil si no imposible, porque Ratzinger ordenó en 2001 que, para los casos de pederastia e insinuaciones turbias bajo confesión, los participantes en el proceso canónico destruyeran las actas y guardaran silencio perpetuo, so pena de excomunión fulminante.
El sigilo es ley en el Vaticano. Quizá por eso, las explicaciones de los jerarcas suenan en estos días entre tibias y balbucientes. Se detecta una mezcla de pavor ante la posible aparición de nuevos casos, angustia por los cadáveres en el armario que algunos guardan e inquietud por el futuro de la institución.
El Vaticano se asemeja a un fortín asediado. La suciedad de la que habló Ratzinger antes de ser nombrado Papa ha desbordado las previsiones y el fango emerge libre por todas partes: Alemania, Holanda, Austria, Suiza y, para colmo, la catoliquísima Italia...
Era un secreto a voces, pero esta vez los medios se están entregando a fondo al filón y los cardenales y obispos sufren, revisan su memoria y temen las posibles consecuencias, penales y económicas. La complicidad es un delito. La denegación de socorro, otro. Filippo di Giacomo, sacerdote, experto en derecho canónico y colaborador de EL PAÍS, hace este análisis: "La desvergüenza y la corrupción religiosa, moral y sexual de muchos miembros de la Curia ha alentado en Roma, sobre todo desde la época del papa Wojtyla, Stanislaw Dziwisz y Camillo Ruini, un clima de oposición contra quienes intentan denunciarlo, incluido Ratzinger".
Las promesas de Ratzinger de colaborar con la justicia chocan con la piedad corporativa, que siempre ha preocupado mucho en Roma.
Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, dijo ayer que los ataques mediáticos de las últimas semanas han provocado sin duda daños, pero no han tocado la autoridad del Papa, que sale reforzada. "La reciente carta a la Iglesia de Irlanda es un testimonio intenso que contribuye a preparar el futuro a través de un camino de curación, renovación y reparación". Lombardi ve numerosas señales positivas en las conferencias episcopales.



"RATZINGER ESCONDIO MI CASO"
REPORTAJE: EL ESCÁNDALO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Tras abusar de cuatro niños en Essen (Alemania), un sacerdote fue trasladado discretamente a la diócesis regida por el actual Papa, donde continuó ejerciendo sin limitaciones. El escándalo ha sido destapado por una de sus víctimas, que ahora lo cuenta a EL PAÍS
LAURA LUCCHINI 28/03/2010
Ataques de pánico. Problemas en el trabajo. Pesadillas. Dificultades para dormir. Cuando tenía 38 años, Wilfried Fesselmann decidió consultar a un psiquiatra. El médico le dijo que su problema se debía a un trauma de infancia. Fue entonces cuando Fesselmann sacó de algún lugar escondido en su cerebro el nombre del sacerdote Peter Hullermann, quien había abusado de él cuando tenía tan sólo 11 años. Con la particularidad de que el sacerdote denunciado como pederasta, entonces un cura de 31 años, fue apartado de su diócesis, en Essen, y enviado al obispado de Múnich cuando el cardenal Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, era el arzobispo de la diócesis bávara.
Probablemente su caso habría pasado inadvertido si no hubiera sido por el escándalo que sacude a Alemania desde hace dos meses. Concretamente, desde que el pasado 27 de enero el padre Klaus Mertes, rector del colegio jesuita Canisius de Berlín, enviara cientos de cartas a antiguos alumnos en las que pedía su colaboración para desentrañar los casos de abusos sexuales que hubieran podido cometer tres profesores. Ese chispazo desató las lenguas, y Alemania asiste conmocionada a un goteo diario de denuncias de abusos y vejaciones consumadas dentro de estructuras educativas católicas de todo el país. Unas 300 personas han contado ya sus respectivos casos en las 27 diócesis alemanas.
Essen, una ciudad de la zona industrial del Ruhr, también sufrió casos de pederastia. Hasta ahora, cuatro personas han denunciado a un mismo abusador: se trata de Peter Hullermann, quien ejerció como sacerdote en la ciudad a finales de los años setenta. "Todos confiaban en él y era el típico cura que se hacía amigo de los niños", asegura ahora una de sus víctimas, Wilfried Fesselmann, en una entrevista telefónica con este periódico. Fue en el curso de un viaje educativo, en el verano de 1979 a las colinas de Eifel, cuando empezó a tener una actitud ambigua. "Una noche de agosto de 1979 me hizo dormir con él", relata. "Entonces me di cuenta de lo que sucedía".
"Hablé con un compañero: le dije que el sacerdote obligaba a los niños a tener sexo con él. 'Ten cuidado que no te pase a ti también', le advertí. Él fue a hablar con sus padres, quienes en septiembre decidieron discutir el tema con otros padres. En esa ocasión salieron a la luz otros tres casos. En el obispado de Essen existía entonces un protocolo de actuación para estas situaciones. Dijeron que, para proteger a los niños, no hacía falta que los padres presentaran una denuncia: el sacerdote iba a ser trasladado a Múnich y no volvería a trabajar con jóvenes".
Los padres de Fesselmann ni siquiera participaron en esa discusión porque eran "católicos intransigentes"; y a pesar de que su propio hijo señalara al sacerdote y dijera que le había obligado a practicarle sexo oral, los padres consideraron inadmisible denunciar a un cura. "Esto simplemente no se hacía", asegura ahora la víctima.
En conversación con este diario, el portavoz del obispado de Essen, Ulrich Lota, ha reconstruido los acontecimientos de aquellos meses. "Entonces las cosas eran distintas de ahora", explica. "Se pensaba que se podía tratar eficazmente a los pederastas con una terapia, y por esto se decidió trasladar al cura a Múnich, donde se contaba con el psicólogo Werner Huth, experto en este tipo de casos". El responsable del personal del obispado de Essen avisó a los colegas de Múnich de que el sacerdote Peter Hullermann había abusado de menores en su diócesis y de que esta era precisamente la causa de su petición de traslado.
Joseph Ratzinger, arzobispo de Múnich entre 1977 y 1982, puso su firma en el documento que aceptaba el traslado de ese cura a su diócesis en 1980. El texto imponía al sacerdote una psicoterapia y señalaba que no debía volver a trabajar con niños. Sin embargo, en una decisión cuya responsabilidad se atribuyó el entonces vicario general Gerard Gruber (de 81 años en la actualidad), el cura abusador fue puesto a trabajar enseguida como "guía espiritual" en una parroquia de Múnich. "No queríamos que estuviera inactivo, aparte de la hora diaria de terapia", declaró el ex vicario a la prensa cuando se destapó el caso. "Esta decisión habría sido tomada por una iniciativa personal del vicario y sin que Joseph Ratzinger se enterara", afirma el obispado de Múnich en un comunicado difundido hace dos semanas.
Según el psiquiatra Huth, el obispado de Múnich ignoró repetidas advertencias suyas, escritas y orales, en las que aseguraba que el sacerdote en cuestión era peligroso para los niños. Huth, quien ahora tiene 80 años, era consultor del obispado para casos de pederastia. Asegura públicamente que Hullermann, quien al empezar el tratamiento tenía 32 años, no debería haber trabajado con menores, porque era muy narcisista, un rasgo típico de los pedófilos, y tampoco reconocía sus errores ni se tomaba en serio la terapia. En varias ocasiones, el psicólogo aconsejó directamente al sacerdote que no tomara alcohol y que se buscara un supervisor. Los abusos, siempre según el terapeuta, de los que estaba acusado habían sido cometidos bajo los efectos del alcohol.
Cuando Ratzinger se encontraba ya en Roma, en 1985, el cura Hullermann volvió a agredir a un menor y fue condenado por un tribunal de la Alta Baviera a 18 meses de cárcel -que no cumplió porque quedó en libertad provisional, aunque durante ese periodo fue suspendido como sacerdote- y a una multa de 4.000 marcos (unos 2.000 euros de hoy). Al año siguiente volvió a trabajar en una casa para ancianos. Posteriormente fue trasladado a la comunidad bávara de Garching, de 15.000 habitantes, donde ejerció durante 21 años. En 2008 se mudó de nuevo, en este caso a Bad Tölz, siempre en Baviera, donde trabajó hasta que fue suspendido hace dos semanas.
Después de la condena de 1986, antes citada, no se le habían vuelto a atribuir abusos, Sin embargo, esta misma semana se ha interpuesto otra denuncia contra Hullermann, a quien los padres de un joven acusan ante la fiscalía de Garching de haber abusado sexualmente de su hijo en 1998. Este nuevo asunto puede ser decisivo porque, a diferencia de la mayoría de los delitos denunciados hasta ahora, todavía no ha prescrito. En Alemania, el delito de abuso de menores no prescribe hasta pasados 10 años de la mayoría de edad de la víctima.
Durante los 30 años en los que el obispado de Múnich ha ocultado el pasado del sacerdote pederasta, las víctimas fueron abandonadas a su suerte. Wilfried Fesselmann guardaba, oculto, su trauma. Ni siquiera sus padres le habían creído. Fueron años terribles y siguieron otros muy duros.
"Mi situación personal fue ignorada", afirma. "Obviamente, esto me causó problemas porque tuve que callar. No lograba salir de la situación a la que me habían llevado. Esto explica que, años después, sufriera ataques de pánico. Y todavía tengo problemas a la hora de conducir. Tuve que recibir terapia, primero con un neurólogo y después con un psiquiatra. Este especialista me dijo que todo podía deberse a un acontecimiento traumático en mi niñez. Y esta es la única experiencia traumática grave que tuve. Indiqué el nombre de Hullermann, conté la historia y logré entender el porqué de todo".
A continuación, se le ocurrió buscar al sacerdote a través de Google. "Me di cuenta de que todavía ejercía y que todavía se iba de vacaciones con niños. Todo seguía igual. Por eso le escribí dos correos electrónicos donde le preguntaba si no tenía mala conciencia por lo que había hecho. También le pregunté si se acordaba de mí. No recibí respuesta". Eso fue en 2006. "Dos años más tarde, en 2008, le mandé otro correo. Me contestó entonces una persona llamada Sigfried Kneissel. Me explicó que era el encargado de ocuparse de los casos de abusos en el obispado de Múnich y me preguntó qué tipo de denuncia quería hacer. Dije que se trataba de un caso de abuso del sacerdote Hullermann".
En abril de 2008, la policía llamó a la puerta de la víctima. Eran los agentes de la ciudad de Essen acompañados por dos oficiales de Baviera. Quisieron inspeccionar su ordenador para comprobar si había mandado los correos electrónicos ("estaba claro que los había enviado", comenta ahora Wilfried Fesselmann). En esta ocasión, la víctima volvió a repetir su historia, y la policía le confirmó que su versión coincidía con la de las otras tres víctimas de entonces. El nombre de Fesselmann no aparecía en ningún informe, ya que sus padres no habían denunciado el caso al obispado. "En esta ocasión tuve una confirmación de que conocían el caso".
Todo coincide también con la reconstrucción del obispado de Essen. "Nos enteramos del cuarto caso a través de la prensa", explica Lota, su portavoz. "Estamos convencidos de que a partir de ahora podrían aparecer más denuncias".
No obstante, Fesselmann fue citado a juicio por supuesto intento de chantaje al cura. "Es cierto que en uno de los correos electrónicos hablé de una remuneración", admite, "pero nunca chantajeé a nadie". El juicio, que la víctima interpreta como una intimidación y un intento de callarle, se cerró con la absolución de Wilfried Fesselmann. En agosto de 2008, el sacerdote pederasta fue trasladado al que sería su último destino, la comunidad de Bad Tölz, en Baviera, en la que fue encargado de ejercer como guía espiritual para turistas, con la indicación explícita de que no trabajara con niños.
Desde que se destaparon en Alemania los primeros casos de abusos, la ministra de Justicia federal, Sabine Leutheusser-Schnarrenberger, del partido liberal FDP, invitó a las víctimas a que denunciaran sus casos. Wilfried Fessemann le escribió una nota con su historia. Hasta ese momento, la víctima no era consciente de que el actual papa Benedicto XVI pudiera ser responsable de la ocultación del abusador.
Lo cierto es que la fecha del traslado coincide con la etapa en que Joseph Ratzinger era cardenal arzobispo de Múnich (1977-1982). Una coincidencia que asocia por primera vez al Papa, de forma directa, con uno de los cientos de casos escalofriantes que conmocionan actualmente a Alemania.
Desde entonces han caído, bajo el efecto dominó, algunas instituciones prestigiosas de la Iglesia alemana, como el Coro de las Voces Blancas de Ratisbona, los Domspatzen. Aquí los abusos denunciados se cometieron a lo largo de quince años, desde 1958 hasta 1973. Georg Ratzinger, el hermano del actual Pontífice, fue el director de ese coro entre 1964 y 1993. A pesar de que las acusaciones involucran a tres educadores y al entonces director del internado donde el coro se alojaba, el hermano del Papa aseguró no tener conocimiento ni haber intentado ocultar caso alguno de pederastia. Su función de director artístico le mantenía al margen de la gestión directa del internado.
Después de que el caso de Fesselmann saltara a la prensa hace dos semanas, Hullermann fue suspendido. Otro párroco que ofició la misa el domingo siguiente en Bad Tölz fue interrumpido en su sermón por un hombre que pidió explicaciones sobre las verdaderas razones del cese del sacerdote pederasta. Varios fieles abandonaron la iglesia. La imagen parece resumir la de la Iglesia mundial, comprometida por los casos de abusos y sorda frente a las víctimas, que antes eran fieles.
Benedicto XVI, en la carta pastoral enviada el pasado domingo a los católicos irlandeses, no mencionó en ningún momento el drama que está afectando a su país natal. No fue suficiente su rotunda denuncia de la pederastia clerical y tampoco sus palabras de "vergüenza y remordimiento": la omisión fue duramente criticada en Alemania por numerosas asociaciones católicas, entre ellas Wir Sind Kirche [Somos Iglesia]. Y no sirvió de nada que la canciller Angela Merkel defendiera "el significado universal" de su mensaje. El país está que arde.
"Ratzinger escondió el caso. Él lo sabía", repite ahora Wilfried Fesselmann. También dice que se siente mejor tras haber contado su historia. Cree que su gesto puede convencer a otros para saldar cuentas con el pasado. Espera también una indemnización económica que le compense por los problemas sufridos en su vida personal y laboral. Sin embargo, asegura: "Lo que necesitamos las víctimas ante todo es que se reconozca lo que ha pasado. Que se sepa. Porque, de lo contrario, van a seguir ocultándolo".



VATICANO: DEFIENDEN A RATZINGER Y ASEGURAN QUE "NO SABIA"
Joseph Ratzinger, cuando era arzobispo de Munich, "no sabía de la decisión de reintegrar al sacerdote Peter Hullermann la actividad pastoral y parroquial" y "toda otra versión es una mera especulación".
Lo declaró el vocero vaticano, el jesuita Federico Lombardi, respondiendo a artículos de hoy del diario The New York Times.
Lombardi, a quien se le pidió que comentase las nuevas acusaciones del diario estadounidense, según el cual el futuro Papa estuvo supuestamente al corriente del traslado del religioso Hullermann, ya acusado de paidofilia, invitó a remitirse al "desmentido publicado hoy por la arquidiócesis de Munich", que confirma lo afirmado el 12 de marzo, cuando el caso fue planteado por un diario alemán.
El artículo del New York Times, afirmó la arquidiócesis en la nota referida por el vocero vaticano, no contiene alguna información además de las que ya comunicó sobre lo que el entonces arzobispo de Munich sabía sobre la situación del sacerdote Hullermann.
"La arquidiócesis confirma luego su posición -prosigue la nota citada por Lombardi-, según la cual el entonces arzobispo no conocía la decisión de reintegrar el religioso a la actividad pastoral parroquial. Esta rechaza cualquier otra versión, como mera especulación".
El entonces vicario general, monseñor Gerhard Gruber, concluyó la nota, "asumió la plena responsabilidad de su propia y errónea decisión de reintegrar a Hullermann en la pastoral parroquial".
ANSA - viernes 26 de marzo de 2010

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