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ESOS NIÑOS SOLDADOS. UNO DE ELLOS CUENTA
El dramático testimonio de John Onama, guía del ejército ugandés, cuando tenía 14 años.
Ahora vive y trabaja en Padova, donde enseña Euro proyección en la facultad de Ciencias Políticas.
Tiene 44 años, pero no puede olvidar lo que ha vivido: “Todavía hoy me cuesta soñar con un mundo perfecto, como lo hacía cuando era chico. Creo en la posibilidad del cambio pero sigo adelante día a día. No logro mirar a lo lejos”.
A los 14 años ya conocía la muerte, estaba a cargo de un pelotón de 70 soldados, descubría rebeldes en los inmensos campos ugandeses. Sabía desarmar y re ensamblar un kalaschnikov en pocos minutos, disparar y esconderse, pero sin olvidar nunca que esa no era su vida y que tarde o temprano terminaría. John Baptist Onama es sólo uno de los niños víctimas de los conflictos bélicos que ensangrientan las tierras africanas.
Arrancado de su propia vida y separado de su familia fue “reclutado” para guiar al Tercer pelotón de la 13° Brigada, compañía C del ejército gubernamental, un escuadrón nacido para descubrir a los rebeldes que estuviesen escondidos en los campos fuera de la ciudad de Moyo, en Uganda, a cinco kilómetros de la frontera con Sudán.
Era 1979 y un golpe de Estado había destituido desde hacía poco al dictador Amin (quien a su vez había hecho caer al gobierno de Milton Apollo Obote). Para gobernar al país se estableció una Coalición nacional provisoria, presidida por Yusuf Lule. Pero sin embargo, las tensiones internas no se habían atenuado y el 13 de mayo de 1980 un nuevo golpe de Estado militar repuso al poder a Obote, quien en todo caso estuvo obligado a enfrentar a varios grupos guerrilleros, entre los cuales estaban las milicias que todavía eran fieles a Amin.
John, ahora con 44 años vive y trabaja en Padova, donde enseña Euro proyección en  la facultad de Ciencias políticas.
¿Cómo entraste a formar parte del ejército?
En 1979, con el golpe de Estado que le puso fin a la dictadura de Amin, escapé con mi familia a Sudán. Mi padre era político durante la primer República nacida después de la Independencia. Luego de haber pasado algunos meses como prófugo en el campo, quise regresar a Uganda, para terminar la escuela. La situación parecía haberse normalizado. Mi padre y madre se quedaron en Sudán, yo fui acogido por una familia amiga. Luego de poco menos de un año, nuevamente estalló el conflicto. Nadie se podía salvar, los soldados entraban en las casas y revisaban cada cosa, en las calles habían muertos por todos lados. Me descubrieron durante una redada, junto a mi hermano, en el desván de la casa donde vivía. Los soldados nos mantenían con vida, solo porque conocíamos bien el territorio y les servíamos de guías. Me llevaron al cuartel general, me interrogaron y adiestraron para la guerra durante tres días. El kalashnikov es un arma fácil de utilizar incluso para un niño.
¿Fueron maltratados?
Físicamente no. Más que nada era una violencia psicológica. Cuando nos capturaron nos dijeron que nos fusilarían. Ni por un instante pensamos que fuese solo un bluf.
Habían cadáveres por todos lados, en las calles, en las casas, estaba teniendo lugar una guerra de limpieza étnica y por lo tanto no había mucho para elegir.
¿Estuviste implicado en acciones de guerra? ¿Tuviste que disparar alguna vez?
Es el precio que se tiene que pagar para sobrevivir. Mi pelotón había nacido para descubrir a los rebeldes de Amin, que se escondían en los campos y hacían guardias continuas. En esos casos no hay muchas alternativas: o vives, o mueres. Las guerrillas se combatían en grupos de 5-6 personas, o a veces incluso de 2-3. A menudo estábamos bajo la mira de los francotiradores escondidos en la selva.
¿Cuánto duró tu reclutamiento?
En total casi dos años, pero no continuativamente. Un primer período duró alrededor de un mes, desde la mitad de octubre de 1980 a la mitad de noviembre de 1980. Mi tarea era la de descubrir huellas en los senderos. Se salía a la mañana muy temprano, porque los ataques de los rebeldes coincidían con el sonar de las campanas. Entonces salíamos antes, seguíamos lo que lográbamos captar, se patrullaba el perímetro de la zona y se avanzaba hasta la hora de almuerzo, luego se hacía una pequeña pausa para comer, un descanso a la siesta y luego se volvía a salir hasta la noche. Antes del atardecer se buscaba un lugar para dormir. Luego fui reenviado al cuartel general donde hacía vida de regimiento, aunque no estaba enrolado oficialmente y no tenía ningún sueldo. Recomencé a estudiar en la misión de los combonianos. Traté de escapar nuevamente a Sudán a lo de mi familia, pero me atrapó el ejército y fui reenviado al cuartel general.
¿Y luego?
Me fue asignada una tarea distinta: tenía que vigilar el cruce del Nilo, donde había una barca, que era el único medio de comunicación entre la ribera occidental y la oriental. El cuartel general estaba sobre la ribera oriental y esto arriesgaba un poco el reabastecimiento. Habían patrullajes en las cercanías. Esta segunda experiencia duró desde marzo hasta agosto de 1981.
¿Porqué usan a los niños?
Son varios los motivos, caso por caso. Pero hay que decir que en general obligar a los niños a ir a la guerra es más fácil que usar a los adultos. Los niños se acostumbran enseguida a las situaciones. Se dan una justificación y no teniendo instrumentos para comprender, o personas cercanas, eso para ellos se convierte en algo natural.
Al no tener alternativas lo que se te presenta cada día delante a los ojos piensas que sea la vida real. Piensas que lo que estás haciendo está bien. Es más te sientes importante. Afortunadamente yo nunca me olvidé de que ese no era mi lugar y que tarde o temprano me iría.
¿Es posible hacer amistades en ese contexto?
Los soldados nos consideraban mucho a los guías. En muchas ocasiones nuestra intuición y conocimiento del territorio salvaron muchas vidas, por ello éramos mayormente bien tratados. En algunos momentos llegas casi a amar a tus “carceleros” y cuando alguno de ellos muere incluso sientes dolor.
¿Cómo se acostumbra a la muerte?
Para nosotros los africanos no es necesaria una guerra para entender la muerte. Allí se muere pronto por cualquier motivo. La muerte se convierte en parte integral de la vida. Más difícil es acostumbrarse a la violencia. A ella no te acostumbras nunca.
¿Cómo lograste escapar?
Me fui de Uganda en 1989, gracias a la ayuda de los padres combonianos. Primero fui acogido por una familia italiana, luego empecé a trabajar y a ganar dinero para continuar los estudios y graduarme.
¿Y tu familia?
Hasta poco antes de llegar a Italia no había visto más a ninguno. A mis padres les habían dicho que estábamos todos muertos. Pero ahora mi padre ya no está y mi madre todavía está en Sudán.
Han pasado 30 años. ¿Cómo se supera una historia como ésta?
Nunca logré superarla realmente. Todavía hoy me cuesta soñar con un mundo perfecto, como hacía cuando era chico. Creo en la posibilidad del cambio pero sigo adelante día a día. No logro mirar a lo lejos. En este camino mío, me ayudó mucho la fe.
¿Cómo has hecho para darle algún sentido a lo que sucedió?
Utilizando mi experiencia como una oportunidad para ayudar a mi País y al África.
Viajo contando lo que sucede en esas tierras, sensibilizando al Occidente, poniéndolo frente a sus responsabilidades. No ha sido fácil. A lo largo de 20 años no hablé nunca de lo que había sucedido. Todavía hoy cuando me encuentro hablando frente a una platea, a menudo me cuesta.
por Giuliano Rosciarelli - 18 febrero de 2010

Extraído de: terranews.it

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