Esta página web utiliza cookies de carácter técnico propios y de terceros, para mejorar la navegación de los usuarios y para recoger información sobre el uso de la misma. Para conocer los detalles o para desactivar las cookies, puedes consultar nuestra cookie policy. Cerrando este banner, deslizando esta página o haciendo clic sobre cualquier link de la página, estarás aceptando el uso de las cookies.

cecilia200Por Cecilia Tiberi

Se dice: "Mira de frente a la realidad".

¿Pero estamos seguros de que la realidad se ve con los ojos? No lo creo. La realidad, la verdadera, se percibe con sentidos que, tal vez, aún no hemos descubierto. De lo contrario, no hay ninguna razón por la que al observar el verde paisaje italiano del Abruzzo con sus campos, árboles, prados y jardines de flores, se sienta nostalgia de los ilimitados pastizales andinos, donde los arbustos escasos y bajos se extienden hasta donde el ojo puede ver, intercalados aquí y allá por algún raro cactus; o en lugar de exuberantes bosques, que tus ojos busquen las hermosas montañas de la Puna, hechas de piedra y roca, salpicadas de cactus centenarios que se elevan al cielo como manos que buscan ayuda. Alzo los ojos al cielo, aquí en Italia, y busco el intenso cielo azul andino, sin nubes, sin aviones, donde el cóndor vuela curioso, preguntándose qué hace este grupo de humanos en un territorio ilimitado, mientras con una espiral perfecta aprovecha las corrientes ascendentes para mantenerse encima nuestro pero a alturas cada vez más vertiginosas.

¿Y la belleza? Incluso ésta es invisible a los ojos. Pero se percibe, te sumerge como una ola y te deja sin aliento, pero con el deseo de volver a sentirla una y otra vez. La belleza de un hombre y una mujer que han elegido dedicar sus vidas a los demás, todo el día, todos los días, mes tras mes, año tras año. Incansables, tienen la fe y la constancia para ir a buscar pan, donaciones de comida, ropa y zapatos, y juguetes para los más pequeños. Controlarlos uno por uno, separarlos según las necesidades para luego preparar las bolsas para llevar a sus hermanos, los últimos de los últimos. Fieles a sí mismos y al pedido de alimentar a los hambrientos, dar de beber de los sedientos, vestir a los desnudos y visitar a los enfermos.

¿Lo hacen porque siguen una religión? NO. Esta no es una necesidad dictada por frases vacías, sino un sentimiento que proviene de una profunda humanidad y de una elevada ética, que hace que sea imposible sentarse cómodamente en una casa cálida y acogedora, sabiendo que tu prójimo se muere de hambre y de frío en una casa de tierra, con un techo de chapas, sin calefacción, luz, agua y sin pan para alimentarse y alimentar a sus hijos.

Estas personas transmiten un Amor que te envuelve como una manta caliente y hace posible cosas que no creías poder hacer, porque activan en ti una fuente de energía que no sabías que tenías y que es inagotable. Por esto, estás siempre lleno de amor, de energía, de ganas de hacer: estás dando sustento material pero en realidad recibes mucho, mucho más, porque todos los que encuentras alimentan la parte más importante de ti, la parte real, la única parte que realmente cuenta: Tu Espíritu.

Gracias Ramón Gómez, Sandra Ojeda, Funima International Onlus y Fundación los Niños de San Juan.

Cecilia Tiberi
9 de junio de 2019

cecilia1

cecilia2

cecilia3