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Por Marco Marsili – Febrero 2019

Caminaba por las calles de Verona recitando a voz alta una poesía de Shakespeare:

“Qué luz es luz, si a Silvia yo no veo,

que gozo es gozo,

si Silvia no está a mi lado,

a menos que yo piense que está aquí,

y disfrute de esa sombra de perfección.

Salvo si estoy junto a Silvia por la noche,

no hay melodía en el ruiseñor,

y a menos que de día contemple a Silvia,

no hay día que pueda contemplar

... ¿qué es la sentencia de muerte?

sustraerme a ella no es escapar de ella

si me quedo muero pero ¿y si me alejo? ¡me separo de mi propia vida!”

Tengo que decir que a pesar de que a mi me gusta mucho la poesía, no soy un experto y a decir verdad, a parte de algún verso mas o menos conocido, no tengo en mi memoria ninguna rima más o menos famosa, no he memorizado ningún texto poético. O sea que era un poco extraño para mi recordar esos versos y recitarlos de esa manera.

Cuando pasaba por los alrededores de la casa de Julieta, un hombre de buen aspecto se acercó a mi... le reconocí: ¡ese hombre era exactamente William Shakespeare!

Con el corazón lleno de emoción me incliné hacia él, él sonrió y alargando el paso dijo: “¡Sígueme!”

Mientras intentaba seguirle el paso un poco asombrado exclamé; “Pero usted señor, habla itlaiano!” Y él, con voz austera y respirando con dificultad debido al paso rápido que llevaba me contestò: “¡Mi querido joven, yo SOY italiano! Yo soy la flor angelical de la Galilea de los Gentiles que sacude la lanza de la poesía como una bandera de libertad y de amor!”

Estaba estupefacto, pero no me detuve a reflexionar sobre esas palabras y le seguí preguntando: “Señor, ¿sabe que en mi época existen muchas obras que hablan de usted? Algunas de estas obras se llaman películas...”

“Si –dijo seguro de sí mismo- ¡yo se lo que es una película! Hay una película que me gusta mucho, se llama Shakespeare in Love!

¡Increíble! ¡Sabía estas cosas! Y además había mencionado una película que de jovencito he visto dos o tres veces.

Siguió caminando a paso rápido repitiendo: "Sigúeme, ya casi hemos llegados!"

Estaba vestido con ropa de su época, botas de cuero y demás; una corta capa de terciopelo verde oscuro volaba de sus hombros y yo seguía la estela. En menos de un minuto ya estábamos bajo el famoso balcón de piedra, meta del romántico Romeo. A ese punto, con la mirada hacia al balcón se llenó de lágrimas y con voz inspirada entonó los antiguos versos, identificándose en el joven enamorado:

"¿Silencio! ¿Qué luz alumbra esa ventana? Es el oriente, y Julieta, el sol. Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa, que está enferma y pálida de pena porque tú, que la sirves, eres más hermoso... Su manto de vestal… solamente los locos lo visten.

¡Ah, es mi dama, es mi amor! ¡Ojalá lo supiera! Mueve los labios, mas no habla. No importa: hablan sus ojos; voy a responderles. ¡Qué presumido! No me habla a mí. Dos de las estrellas más hermosas del cielo tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos que brillen en su puesto hasta que vuelvan. ¿Y si sus ojos se cambiasen con ellas? El vivo resplandor de su mejilla les haría retirarse, como la luz del día a una lámpara; y sus ojos lucirían en el cielo tan brillantes que, al no haber noche, los pájaros cantarán. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Ah, quién fuera el guante de esa mano por poder tocar su mejilla!

Ahora Shakespeare me hace un gesto con la mano izquierda como para que me pare mientras apoyaba la derecha sobre el corazón identificándose con Julieta:

"Quién eres tú, que te ocultas en la noche, e irrumpes en mis íntimos secretos?

Y yo, como raptado por el pathos, volví a recitar los versos que incluso ni conocía. De esta forma inició un dueto entre Shakespeare y yo, dónde él interpretaba a Julieta y yo a Romeo, y así contestaba a sus palabras con las palabras del joven amante:

R: "Con un nombre no sé decirte quién soy..."

J: "Dime, ¿Cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias de este jardín son muy altas y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte si alguno de mis parientes te descubre!"

R: "Con las alas del amor salté la tapia, pues para el amor no hay muro de piedra: todo lo que el amor pueda siempre se atreve...

J: "Si te ven te matarán"!

R: “¡Ah, más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas suyas. Mírame con ternura y quedo a salvo de su hostilidad!”.

J: "¡Por nada del mundo quisiera que te viesen!”.

R: “Me esconde el manto de la noche. Si tú me amas no me importa que me descubran. Mejor que mi vida acabe por su odio que ver cómo se arrastra sin tu amor!”

J: "Quién te dijo donde podías hallarme?”

R: “El amor. Que me espoleó a preguntar. Él me aconsejó; yo mis ojos le presté. ...Aunque tú estuvieras lejos, en la orilla más lejana de los mares más remotos, levaría anclas tras un tesoro como tú!”

J: "La noche me oculta con su velo; si no, el rubor virginal teñiría mis mejillas por lo que antes me has oído confesar. ... ¿Me amas? Sé ya que contestarás que si, y yo creeré en lo que me dijas. Pero... dicen que Júpiter se ríe de los perjurios de amantes. Si me quieres, confiésalo de buena fe. O, si crees que soy tan fácil, me pondré extraña y dura, y diré no, con tal que me enamores: de lo contrario no podría negarte nada por todo el oro del mundo”.

R: “Juro por esa luna santa que platea las copas de estos árboles frutales...”

J: "¡Ah, no jures por la luna, esa voluble que cada mes cambia en su esfera, no sea que tu amor resulte tan versátil. … No jurar para nada. Y si justo tienes que jurar, jura sobre tu persona bendita, mi dios: y no podré prescindir de creerte. … No jures… Aunque me llene de alegría, no me contenta nuestro contrato de esta noche: demasiado brusco, imprudente,repentino, igual que el relàmpaggo, que desaparece antes de poder nombrarlo. Amor, buenas noches. Que el dulce descanso se aloje en tu pecho igual que en mi espíritu... Mi amor es profundo como el mar; cuanto más te doy, más tengo, pues los dos son infinitos”.

R: "¡Ah, santa noche! Tengo miedo que, siendo de noche, todo sea un sueño...”

J: Unas palabras, Romeo, y luego buenas noches. Si tu ánimo amoroso es honrado... pondré a tus pies toda mi suerte y te seguiré, mi dueño, por todo el universo”.

R: ¡Así se salve mi alma.

J: “¡Mil veces buenas noches!”

R: “Mil veces malas, pues falta tu luz. El amor corre al amor como el niño huye del libro y, cual niño que va a clase, se retira con mohín..!

J: “Ah, quien fuera cetrero por llamar a este halcón peregrino!

R: "Mi alma me llama por mi nombre. Qué dulce repicar de campanas las voces de amantes en la noche, igual que la música al oído!

J: "Romeo"!

R: "Mi amor"?

J: "… No me acuerdo por qué te hice volver.

R: "Deja que me quede hasta que te acuerdes.

J: "Lo olvidaré para tenerte ahí delante, recordando adorar tu compaía…”

R: "Y yo me quedaré para que flojee tu memoria, olvidándome de cualquier otro lugar.

J: Es casi de día. Te dejaría marchar, pero no más allá que el pajarillo que, cual preso sujeto con grilletes, la niña mimada deja saltar de su mano para recobrarlo con hilo de seda, amante celosa de su libertad”.

R: "Ojalá fuera yo el pajarillo"!

J: "Ojalá lo fueras, mi amor, pero te mataría de cariño, Ah, buenas noches. Partir es tan dulce sufirmiento que diría buenas noches hasta que llegue la aurora.

R: "¡More el sueño en tus ojos, ya a paz en tu ánimo. Quién fuera sueño y paz para tal descanso. A mi buen confesor en su celda he de verle por pedirle su ayuda y contarle mi ventura.

Después de este diálogo de amor, Shakespeare se quedó en silencio bastante tiempo. Después volvió en sí y dijo: “Querido joven, antes de volver de donde he venido tengo que dejarte un mensaje de aforismas que nacen de mis antiguos escritos para nutrir tu alma que anhela sublimi ed elevate verità!.

“Todo lo que desee, señor” – contesté.

"Ahora bien - continuó – ten siempre en tu mente que el fruto inmaduro está bien firme en la rama; cuando está maduro cae de por sí, sin moverlo. Hay singular providencia en la caída de un pájaro. Todo lo que vive ha de morir, ha de pasar de la naturaleza hacia la eternidad. Oh, qué esta carne demasiado densa se convierta en rocío... ¡Oh, Dios, Dios mío, qué fatigosos, rancios, vanos e inútiles me parecen las costumbres de este mundo! ¡Qué asco da! ¡Qué asco! Las frivolidades de las cuales te rodeas, una moda pasajera... una violeta temprana, precoz pero de efímera existencia, dulce pero no duradera, el perfume y la diversión de un momento. Nada más. Los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? Basta ya una gota de mal para echar una sombra infamante sobre cualquiera virtud. El diablo tiene el poder para adoptar una forma grata, seductora y engañosa. Y así el color natural de la determinación se vuelve malsano por la pálida cera del pensamiento y acciones de gran valor por esta razón desvían de su curso y pierdan el nombre de acción. Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que ha soñado nuestra filosofía. Lo que nosotros llamamos con el nombre de rosa, llamado también con un nombre conservaría igualmente su dulce perfume.

Uno ve más diablos que en el vasto infierno quepan: ese es el loco.

El enamorado, igual de orate, ve la bedad de Helena en un ceño moruno.

El ojo de poeta, en puro frenesì girando mira de cielo a tierra, de la tierra al cielo, y según la imaginación va incorporando ideas de cosas nunca vistas, la pluma de poeta las torna en formas, y le da a la aérea nada un punto de localidad y un nombre proprio.

Amor no es amor si cambia cuando descubre un cambio… Amor es un faro siempre fijo que domina la tempestad y no vacila nunca; es la estrella guía de cada barco perdido, cuyo valor es desconocido… Amor no está sometido al tiempo… sino que resiste impávido al día extremo del juicio.

Podría ser encerrado en una cáscara de nuez y considerarme un rey del espacio infinito. Duda que las estrellas sean fuego, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentirosa, pero no dudes nunca del amor. Ponemos punto final al dolor del corazón y a los mil disturbios naturales de los que es heredero la carne. Tu alma sea casta como el hielo y pura como la nieve. Ten el aspecto de la Paciencia misma, que contempla las tumbas de los reyes sonriendo frente a cualquier desdicha. Ofrece el oído a todos, a pocos la voz. Siempre acoge la opinión ajena, pero piensa a tu forma. La brevedad es el alma del ingenio y el hablar demasiado un ornamento exterior. Sé como ciertas flores que brotan antes de que la golondrina ose y agarran con su belleza los veintes de marzo… humildes pero más dulces de los párpados de los ojos de Giunone o la respiración de Citará. Echa una luz de alegría sobre cada cosa.

Ahora vé, y habla de mi y de mi causa con exactitud. Y si un día vendrás a mi sepulcro, querido amigo, por amor de Jesús, renuncia a excavar el polvo encerrado. Sobre los sacrificios como los nuestros, los dioses mismos echan incienso. Buenas noches, dulce príncipe. Y que vuelos de ángel te conduzcan cantando a tu descanso."

Después de estos principios, el gran poeta desapareció y yo volví a casa.

11 Marzo 2019