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gesu misericordioso 3Por Michela Raddi
La Resurreción del Cordero divino. Del amor de todos los amores que impregna el universo. El esplendor de la Luz Crística que vence los lazos de la muerte. La Vida creadora que se personifica entre nosotros pecadores. La Ley misma que quiso manifestarse.

La Pascua de Cristo abre nuestros espíritus a la contemplación de Su sacrificio y al servicio en la humilde sumisión a la voluntad de Dios.

Sin Su sacrificio, para nosotros no habría ninguna salvación.

A través de Jesús de Nazareth, el Padre nos hablo. A través de Sus palabras bebimos el caliz del conocimiento, y a través de sus hechos se manifestó  la gloria del Omnipotente.

Él, el patrón del Cosmos, se ha encarnado en este mundo, haciéndose el último entre los últimos, y hermano nuestro.

El Rey de los reyes vino a servirnos, en la pobreza.

Poniendo delante nuestro el rostro de Cristo, una cuchilla que atraviesa nuestros corazones, pero al mismo tiempo nos sorprendemos de cuanto Él nos ha amado y sigue amándonos, donando Su vida por nuestra libertad.

Es el rostro de un Dios martirizado, ridiculizado, traicionado y crucificado. Que sufría, pero no por los latigazos y los golpes que su cuerpo había recibido, sino porque los hombres habían cedido ante el mal, ofreciéndose a infamias extremas. Renegándole y olvidándole.

Es la mirada de un Padre que cree todavía en Sus hijos, incluso cuando estos no tienen ninguna fe en Él.

Es el rostro supremo que penetra nuestro ser, y que pronto volverá para juzgar.

Después de dos mil años, Cristo nos invita todavía a sentarnos a Su mesa y a compartir el pan de la Vida eterna.

El pan de nuestras obras que alegran Su corazón.

Nos recuerda y vivifica Sus enseñanzas, perlas preciosas que preserva para poder vivir en este mundo nefasto, sin terminar atrapados en sus engaños ilusorios.

Dar la vida por nuestros hermanos, como Él hizo con nosotros, inmolando Su sangre.

¿Y cómo se puede no amar el Amor? ¿Cómo se puede no servir a Aquél que es Vida y Verdad?

Como hijos, hermanos, podemos estrechar la mano de Cristo y entrar por la puerta pequeña...

Podemos servirle haciéndonos semejantes a Él.

El precio de nuestra fidelidad es hacernos cargo de una parte de la cruz; abrazándola con todas nuestras fragilidades humanas.

El precio de la felicidad es ser felices con la obra en el corazón, aunque las espinas de las preocupaciones del mundo nos aflijan.

Cada dolor, esfuerzo y lágrima es nuestro sacrificio de amor para ser ofrecidos. Es nuestro SI a Dios.

Cada herida humana es el puente que nos conduce a la Vida eterna.

Podría suceder, un día, que no poseamos más nada, pero si tenemos a Cristo dentro nuestro, tendremos todo. No nos quedaremos pobres ni huérfanos, porque el que posee el amor y trabaja por ello, ya ha acumulado tesoros en el Cielo.

Amar a Dios sobre todas las cosas del mundo significa aceptar Su voluntad, encomendarse al proyecto que Él tiene para nosotros, así como nos ha enseñado Jesús.

Significa ser humillados, ridiculizados, no rechazados. Significa dedicar toda nuestra vida a Su servicio, a la justicia, a la defensa de los marginados.

Amar a Cristo significa rebajarse y tocar el sufrimiento, la pobreza, siguiendo las huellas de Su ejemplo.

Cada acto de amor nuestro es la manifestación de Dios en la tierra. Es una pequeña caricia en el corazón de la santa Madre Celeste, cuyas lágrimas de dolor nos inducen, no solo a ser testigos de la Verdad y del retorno del Mesías, sino a ofrecer a Jesús. A hacer que lo conozcan a través de nuestras acciones, de nuestras palabras, de nuestras sonrisas.

Cada gota de sangre derramada por el Hijo del Hombre es nuestra consolación durante la prueba que nos toque afrontar, nuestra fuerza para contrastar la tiranía del mundo.

Nuestra existencia tiene que renacer en Cristo.

Felices Pascuas a todos los hermanos,

Michela Raddi

18 de marzo 2018




 

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