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Ban_osetia_sur01LOS OSETIOS DEL SUR Y LA CINICA EUROPA
¿Qué era Tskhinval? ¿O qué es? Si salís de casa y una vez superadas las dificultades de la pronunciación, preguntadle a los primeros diez transeúntes si tienen una idea de qué significa esta palabra, nadie sabrá responderos.
La respuesta es: la capital de Osetia del Sur. Lo que queda por saber es dónde está y qué es este país. Se encuentra en la orilla sur del Cáucaso y estaba, hasta hace 20 años en los límites con la República Socialista Soviética de Georgia.
El 20 de septiembre Osetia del Sur celebró sus 20 años de independencia de Georgia. Pero hay un problema: Georgia jamás aceptó su independencia y a lo largo de todo el siglo XX, repetidamente trató de aplastar a los osetios, echándolos de esa tierra, o sometiéndolos, o exterminándolos – cuando no logró ni la primera ni la segunda opción-.
El porqué es complicado de explicar y de contar en pocas palabras,  pero quizás baste con enumerar algunos hechos específicos.
La primera es que los osetios jamás han sido “georgianos”.
La segunda es que hablan un idioma distinto que no se emparenta en absoluto con el georgiano (y ésta es una clara prueba de que provienen de otra historia, a la cual no quieren renunciar, teniendo todo el derecho).
La tercera es que fueron divididos en dos partes los osetios, por una historia cruel y más fuerte que ellos: la parte más grande quedó dentro de los límites de la actual Federación Rusa, es una república autónoma, con capital Vladikavkaz y se encuentra al norte de la imponente cadena montañosa del Cáucaso. En cambio la parte más pequeña está al sur del Cáucaso, con una población de alrededor de 70.000 personas, seres vivientes casi iguales a nosotros (aunque finjamos no saberlo). Mientras ambas fracciones formaban parte de un único Estado, la Unión Soviética, la división fue menos dolorosa y los pequeños “sureños” se sentían relativamente protegidos por el Gran Hermano ortodoxo. Los problemas resurgieron con el final de la Unión Soviética.
Pidieron, sin obtener resultados, la autonomía de una Georgia que ahora se declaraba “democrática”, es decir, ya no socialista, pero que se proponía liquidarlos una vez más. Padecieron tres masacres, la última en la “guerra de los tres días” desatada en su contra en la noche del 7 al 8 del 2008, por el “democrático” presidente de Georgia, con la ayuda del entonces presidente de Ucrania, también él democrático.
La Rusia de Medvedev y Putin, que (según nuestros parámetros) no son muy democráticos, intervino con sus fuerzas y, Georgia al ser derrotada, reconoció la República de Osetia del Sur como soberana e independiente. Además puso a su armada en defensa de dicho reconocimiento, que de hecho cuenta sólo con cuatro países: Rusia, Venezuela, Nicaragua, Nauru (para mayor información buscar en la zona de Nueva Zelanda).
Pero no tiene mucha importancia, porque ya nadie está en condiciones de cambiar el mazo de cartas.
Como testigo directo de las guerras de estos últimos veinte años, he sido invitado a participar de los festejos. El problema es que Europa y los Estados Unidos y con ellos todo el Occidente, no reconocen ni la existencia de Osetia del Sur, ni la paralela y contemporánea Abjasia, otra región que no quiere saber más nada de Georgia. Ambas fracciones que no son fruto de la ambición de Rusia, sino de la estupidez extrema de los líderes georgianos. ¿Por qué?
Oficialmente por el principio de la intangibilidad de las fronteras, sancionado por las Naciones Unidas. En realidad porque los Estados Unidos quieren incluir a Georgia en la OTAN, extendiendo hacia el sur el cercamiento de Rusia, perseguido desde la caída de la Unión Soviética.
Europa, como es habitual, les sigue fielmente. Los demás, chantajeados de formas diferentes, lo hacen igualmente. Sin embargo hay otro principio que sería útil no olvidar, incluso cuando la Realpolitik impone seguir lo dictaminado por el Imperio: es decir la autodeterminación de los pueblos.
Quien tiene buena memoria recordará que fue precísamente éste el principio invocado, pocos meses antes de la guerra en contra de Osetia del Sur, por todos los países occidentales que tenían mucha prisa por reconocer la independencia de Kosovo de Serbia.
Entonces a mí me parece – y lo propuse repetidamente mientras fui europarlamentario – que sería suficiente con mandar una delegación de parlamentarios a Tskhinval y dejarla allí por una semana, con la libertad de merodear por la ciudad y hablar con los transeúntes. Entenderían en un segundo que nadie, absolutamente nadie, quiere volver a estar bajo el gobierno de Tbilisi.Y cualquiera en su lugar haría lo mismo, porque es difícil amar a quien te mata.
Si esta visita se hubiera realizado antes, por ejemplo en la primavera del 2008, casi mil civiles de Tskhinval, no menos de 400 soldados georgianos, alrededor de 90 soldados rusos, un impreciso número de jóvenes combatientes de Osetia, hoy estarían vivos.
¿Por qué he contado esta historia en esta sección? Porque considero muy miserable la “distracción” europea, la de nuestros medios de comunicación y de nuestros políticos, de derecha y de izquierda. Todos se llevan un porcentaje de responsabilidad no sólo por la masacre, sino también por la prolongación de una injusticia inaceptable. Creen ser realistas, en realidad son cínicos.
No sólo en lo que se refiere a Tskhinval (que está sólo aparentemente muy lejos de nosotros), sino en todo lo que concierne a nuestra vida.
Y querría preguntar a los movimientos que luchan por un mundo mejor en nuestra casa: ¿cómo podéis esperar en obtener algo, no importa en qué campo, si toleráis en silencio que un pequeño pueblo, por ejemplo, padezca la violencia del más fuerte?
Por Giulietto Chiesa – 4 de octubre de 2010

Fuente: “La Voce delle Voci” - Octubre de 2010
Extraído de: megachipdue.info